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La moda femenina en el Versalles de Luis XIV

Francia ejercía en Europa la personalidad de Luis XIV y se manifestó de igual manera en todas las esferas de la vida, en la política, en el arte, en la literatura, pero ninguna fue tan patente como en la moda. Del mismo modo, todas las diferencias que hasta entonces habían impregnado cierto sello distintivo del traje en los diferentes países, desaparecían para ser arrollados por el imparable avance de la moda francesa.

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Taller de Pierre Mignard, Madame de Montespan, 1670, Colección privada.

La Europa afrancesada

Eran inútiles las múltiples órdenes y prohibiciones que se dictaban contra ella, nada se podía hacer para detener su propagación por Europa. Durante el siglo XVII, el traje de la sociedad es el mismo en todos los sitios, es decir, se muestra a una Europa afrancesada por la herencia trasmitida del soberano francés. La Historia de la Moda francesa es el testimonio vivo de la moda europea, ejemplo de ello es el tiempo de Luis XIV en la corte de Versalles, la cual se expande desde la sociedad parisina hasta los demás países. Acerca de este asunto habló Caraccioli de la Europa afrancesada, ya que el país galo estaba a la vanguardia de las nuevas tendencias estilísticas.

Versalles, moda, XVII
Henri Testelin, Luis XIV y Colbert en la Academia de la Ciencia, 1667. Château de Versailles et de Trianon, París.

Las pequeñas y grandes Pandoras

Progresivamente, la sociedad europea asimila la indumentaria francesa, la etiqueta y las fiestas de disfraces; además, Europa se nutrirá del espíritu versallesco. Tal es el apogeo de la corte de Versalles que diversos grupos aristocráticos ingleses se inspiraban en modelos franceses, pero no sólo en la vestimenta, sino también en objetos lujosos: joyas, terciopelos, sederías, encajes, cintas, etc.

No obstante, ocurre un fenómeno desde mediados del siglo XVII, este suceso es el siguiente: París había empezado a enviar una vez al mes a Londres dos maniquíes vestidos enteramente a la última moda: “la gran Pandora, vestida en traje de gala, y “la pequeña Pandora”, en traje de diario, aunque eso no es todo, pues poseemos el precioso testimonio de Madame de Sévigné que mandaba este tipo de muñecas a su hija, para que viese la moda del momento y los peinados cortesanos. De este modo, la moda de la francia de Luis XIV se exportaba a toda Europa por medio de estas muñecas que en ocasiones cruzaban el continente para que pudieran verlas otros monarcas. Unos importantes rasgos de este tipo de “maniquí” es que tenían la mitad de la talla de una persona e iban vestidos con réplicas de los estilos de la corte versallesca.

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Muñecas pandoras, fines del siglo XVII y principios del XVIII, Fotografía de: http://elomata.blogspot.com/2015/03/

La moda femenina en Versalles

La moda femenina nacida en la segunda mitad del largo reinado de Luis XIV, se mantuvo con escasas variantes durante cuarenta años en el momento del tránsito del siglo XVII al XVIII. Esta estabilidad puede atribuirse a la seriedad de criterio de la dama que en aquellas décadas decidía en la corte francesa, Madame de Montespan, la favorita del Rey Sol. La indumentaria de la corte alcanzó un nivel insuperable de esplendor.

Desde 1661 hasta 1739 Francia fue el modelo para el resto de las monarquías europeas. En teoría, el acceso a la corte estaba permitido a todos los súbditos, pero había que ataviarse de forma apropiada, para ocasiones como coronaciones, bodas y bailes, estos eventos significaban enfundarse el vestido de ceremonia, un conjunto que podía costar un pequeño castillo. Las tipologías de vestidos de ceremonia son diferentes, pero el ejemplo más representativo de este periodo es el retrato realizado por Pierre Mignard donde se representa La Reina María Teresa y su hijo, el gran Delfín (1665).

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C. Beaubrun, La reina María Teresa, mujer de Luis XIV, c. 1660, Museo de Versalles, París.

Pierre Mignard, La Reina María Teresa y su hijo, el gran Delfín

Este vestido fue confeccionado por las modistas personales de la corte y estaba formado por el bustier, la falda y la cola. El corpiño lleva ballenas y aplasta, con lo que deja ver el pecho, forzando la posición de los hombros hacia atrás. La hechura recuerda los extremos planos y horizontales del traje formal español de la corte de Felipe IV, padre de la reina. Si nos fijamos en la pintura podemos observar tres características del traje: en primer lugar, la posición de la persona que lleva este tipo de indumentaria: la reina de Francia.

El tipo de colores empleados son el rojo, el blanco y el negro, que eran los colores reales tradicionales antes de la revolución; los colores se mantienen en la indumentaria del Delfín, que ilustra la práctica de vestir a los niños pequeños con faldas. A continuación, podemos percibir que la reina se adorna con perlas preciosas naturales, las plumas de avestruz dan un toque exótico al vestido.

Los adornos y la suntuosa tela del traje señalan el estatus de la persona que lo lleva, pero lo hacen extremadamente pesado: muchas veces las faldas también llevaban pesas insertas y las sedas estaban tejidas con hilos de plata y oro. En tercer y último lugar, María Teresa lleva una máscara en la mano derecha para proteger el rostro del sol. La máscara también remite a la ópera y al ballet de la corte, donde cada actuación era una oportunidad para que el público mostrase su riqueza y su estatus a través de la indumentaria.

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Pierre Mignard, La reina María Teresa y su hijo, el gran Delfín, 1665, Museo Nacional del Prado, Madrid.

Gilbert de Sève, Ana María Luisa de Orleáns, Duquesa de Montpensier

Sin embargo, la Duquesa de Montpensier, mujer conservadora y voluminosa, adoraba su vestido de ceremonia y lo prefería a la ropa más informal que apareció en 1678. Esta indumentaria adaptaba una elaborada bata interior abierta por delante como prenda exterior que se llevaba sobre una falda, un corpiño y un petillo de seda bordada. Esta nueva indumentaria revolucionó la corte de Versalles, además de suavizar la silueta femenina. De esta manera, vemos el retrato realizado por Gilbert de Sève, donde apreciamos el vestido de ceremonia de la Duquesa de Montpensier, menos suntuoso que el de la reina María Teresa. No obstante, la importancia de la indumentaria femenina radica en la suntuosidad de la elección de los tejidos de cada vestido. Según la ocasión, las prendas femeninas llevaban bordados, ribetes de encajes y joyas, o estaban realizadas en paños más sencillos, si eran para actividades de caza.

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Gilbert de Sève, Ana María Luisa de Orleáns, Duquesa de Montpensier, c. 1675. Château de Versailles et de Trianon, París.

Pierre Mignard, Madame de Maintenon

En el siguiente retrato de la Madame de Maintenon (1694), observamos su carácter reservado y autoritario. Se muestra a la segunda esposa del monarca, con un vestido suelto y una capa de armiño por encima de los hombros. Gracias a ella la corte de Versalles perdió toda su fastuosidad y la convirtió en una corte austera, en la que los trajes de las damas se hicieron más sueltos y de líneas más vaporosas.  De este modo, desde finales del siglo XVII, el vestido representó la identidad pública y el poder de expresión de un nuevo patrón de consumo. Además dictaba la revolución de la imagen cotidiana. El vestido fue el paradigma del lujo y de la ostentación durante el reinado del Rey Sol.

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Pierre Mignard, Madame de Maintenon, 1694. Château de Versailles et de Trianon, París.

Hyacinthe Rigaud, Elisabeth Charlotte del Palatinado 

En el retrato de Elisabeth Charlotte del Palatinado (1713) nos encontramos que viste de una manera similar a Madame de Maintenon. La Palatina se encuentra absolutamente cubierta de artículos de lujo: capa de armiño sobre los hombros, está vestida con una tela dorada acompañada de motivos florales, mangas blancas de encaje, y lo más loco del momento, su palatine o un pequeño chal negro, bautizado en honor a la cuñada del rey, la princesa Palatina.

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Hyacinthe Rigaud, Elisabeth Charlotte del Palatinado, 1713. Deustches Historiches Museum (Berlín).

El calzado

Para completar la vestimenta femenina, era de gran importancia el calzado. Los zapatos femeninos eran completamente iguales que el calzado masculino, aunque los hombres podían llevar más altura en el tacón. No obstante, la chinela fue el zapato femenino por excelencia, la cual era utilizada durante los años cincuenta y sesenta del siglo XVII. A lo largo de los años, la chinela iba cambiando y se adornaba con hilos de plata y algunas podían ir sin talón, con la finalidad o de que la dama se sintiera cómoda, ya que durante las ceremonias de Versalles muchas damas de la corte debían de soportar horas con los suntuosos vestidos y peinados que se realizaban. El tacón se convirtió en un elemento permanente, también hombres y mujeres comenzaron a exhibir zapatos de tacón alto.

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Zapatos de terciopelo azul con bordados florales (copia francesa) fueron pertenecientes a Lady Mary Stanhope, c. 1660, Museos Northampton & Art Gallery, Northampton.

Como ha escrito Geoffrey Squire, este nuevo sentido de elevación, posibilitado por el tacón, se adaptaba al espíritu barroco del siglo XVII: la postura se alteraba, aceptando las reglas de las floreadas líneas y afectadas maneras del período. Hasta el siglo XVII, los zapatos masculinos y femeninos tenían un diseño similar, pero a medida que iba avanzando el siglo, las formas comenzaron a diferenciarse: los zapatos femeninos presentaban un diseño más sencillo comparado con las suntuosas creaciones que llevaban los hombres. Según Bárbara Rosillo, historiadora del arte y especialista en moda francesa, durante el reinado de Luis XIV los pintores de la corte también pintaban los tacones con escenas de batalla para hombres y con motivos florales para mujeres, con lo cual es la máxima sofisticación que llegó a la corte versallesca.

El peinado en la moda de Luis XIV

Acerca del peinado, destaca una amante del rey, Marie-Angélique, Duquesa de Fontanges, pues fue la responsable apócrifa de revolucionar el peinado en Versalles. En la década de 1670, las cortesanas empezaron a levantarse el pelo por detrás para recogérselo sobre la frente, sujetándolo a un armazón de alambre denominado commode. Fontanges aseguró su popularidad cuando su peinado se deshizo mientras montaba a caballo y sujetó el pelo con un lazo de liga. Al rey le encantó y enseguida nació un nuevo peinado en el que lazos y pelo se enrollaban sobre su armazón. Así pues, dio su nombre al peinado resultante, que consistía en una alta construcción de rizos y una cofia de puntilla almidonada. Este peinado cruzó pronto el Canal y constituyó uno de los ejemplos de incorporación más temprana de la moda de la Francia de Luis XIV en Inglaterra, y fue conocido con el nombre de “torre”.

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Anónimo, Marie Angelique de Scorailles, Duquesa de Fontanges, XVII, Colección particular.

En los figurines de Nicolas Bonnart se muestra la vestimenta de las damas de Versalles, completándose la indumentaria con ricas joyas como perlas o diamantes. En este ejemplo, destaca la profusión de encaje utilizado para adornar el vestido y el alto peinado fontanges, que también lleva encaje. Sin embargo, a lo largo de todo el siglo XVII, la silueta de la mujer fue moldeada por las prendas de ropa interior, como la cotilla y el guardainfante, pero estas prendas se establecieron antes del reinado de Luis XIV.

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Nicolas Bonnart, Figurín femenino, c. 1683. Bibliothèque Nationale de France (París).

El fontanges  

En los últimos años del siglo XVII se seguía manteniendo el peinado fontange y los suntuosos vestidos de la corte. Cuando se inició el siglo XVIII la corte de Luis XIV adquirió un gran prestigio tanto en materia de moda como en arquitectura y pintura. No obstante, Versalles había dejado de ser la corte de un joven monarca ávido de placer para convertirse en una vieja monarquía, cuyos pensamientos se iban volviendo cada vez más piadosos, ya que se acercaban los últimos días del Gran Luis. Madame de La Vallìere y Madame de Montespan habían sido reemplazadas por la devota Madame de Maintenon, y este cambio se había reflejado incluso en la indumentaria de la corte.

En cuanto a los tejidos usados, seguían siendo bastante ricos; pero las líneas sueltas y sencillas de los primeros trajes habían dado paso a un nuevo ideal de decoro. Los peinados aumentaron en altura acentuando el efecto de verticalidad y la peluca empezar a tener cada vez más importancia en los primeros años del siglo XVIII. Las mujeres, en general, no llevaban peluca pero se empolvaban el cabello al que añadían, a veces, rizos postizos que se llevaban en la parte posterior de la cabeza.

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Nicolas Bonnart, Figurín femenino, c. 1680. Bibliothèque Nationale de France, París.

Fuentes

Dejean, J., La esencia del estilo: historia de la invención de la moda y del lujo contemporáneo, Donostia-San Sebastián, Nerea, 2008.

Peacok, J., Le costume occidental: de l´ Antiqueté à la fin du XXe siècle, París, Chêne, 1990.

Pérez, D., Moda, mujer y modernidad en el siglo XVIII, Valencia, Amadis, 2008.

VV.AA., Versalles retratos de una sociedad (siglos XVII-XIX), Barcelona, Fundación La Caixa, 1994.

Sandra Antúnez López

Historiadora del Arte por la Universidad Complutense de Madrid. Sus principales líneas de investigación se centran en la Historia de la Moda y de los tejidos.
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