En la vasta extensión de la historia, pocos episodios han capturado la imaginación como la travesía de Aníbal Barca a través de los Pirineos y los Alpes. Este general cartaginés, cuya astucia y valor lo han inmortalizado en los anales de la guerra, emprendió una campaña épica en el año 218 a.C. que desafió las normas de la estrategia militar y puso en jaque al poderoso imperio romano. Sin embargo, para comprender plenamente la magnitud de esta hazaña, es esencial retroceder un poco y examinar los eventos que precedieron a esta epopeya, comenzando con la caída de Sagunto.
Sagunto, una colonia griega aliada de Roma, fue el primer dominó en caer en esta serie de eventos que desencadenaron la Segunda Guerra Púnica. La ciudad, situada estratégicamente en la costa este de la península ibérica, resistió valientemente el asedio de las fuerzas cartaginesas durante varios meses en el año 219 a.C. Sin embargo, a pesar de la tenacidad de sus defensores, Sagunto finalmente sucumbió ante el implacable avance de Aníbal. Este evento provocó una gran conmoción en Roma, donde el Senado se reunió en medio de una atmósfera de consternación y urgencia.
Los historiadores griegos Quereas y Sósilo, quienes desempeñaron funciones de secretario del general cartaginés, relatan que la sesión del Senado romano fue declarada secreta, y los senadores, en un gesto de extrema gravedad, llevaron consigo a sus hijos y juraron no revelar el contenido de las deliberaciones. No obstante, algunas filtraciones permitieron a los autores antiguos como Tito Livio y Dión Casio documentar parte de lo discutido. La caída de Sagunto no solo marcó el inicio de las hostilidades abiertas entre Roma y Cartago, sino que también sirvió como catalizador para los eventos que seguirían.
Decisión del Senado Romano: Paz o Guerra
En el seno del Senado romano, se libró una batalla de voluntades y opiniones. Dos facciones principales emergieron: los pacifistas, que abogaban por una política conciliadora, y los belicistas, encabezados por Lucio Cornelio Léntulo, quien defendía una respuesta violenta y decisiva. Léntulo argumentaba que la astucia y violencia de Cartago requerían una respuesta igualmente contundente, y que la guerra era el único medio para conservar las conquistas y lograr nuevas posesiones. Propuso una serie de medidas inmediatas, incluyendo la declaración de guerra a Cartago y la división del ejército romano para atacar tanto la península ibérica como África.
Por otro lado, Fabio Máximo, un defensor de la moderación, instó a sus colegas a considerar las ventajas de la paz y a enviar una embajada a Cartago para darles la oportunidad de pedir excusas. Sin embargo, la tensión y la urgencia del momento prevalecieron, y los belicistas finalmente triunfaron. Se decidió enviar una delegación a Cartago con un ultimátum: si el Senado cartaginés no rechazaba la agresión de Aníbal y entregaba al general a los romanos, se les declararía la guerra sin dilación.
La embajada romana, encabezada por Marco Fabio Buteo y compuesta por miembros de renombre, partió hacia Cartago en marzo del año 218 a.C. El resultado de esta misión era predecible; la aceptación de las exigencias romanas habría significado la renuncia a la independencia cartaginesa y, en última instancia, la desaparición de su imperio. Aníbal, aunque ausente de África, mantenía una red de partidarios y agentes en Cartago, quienes aseguraban que cualquier intento de entregar al general sería rechazado de plano.
Respuesta de Cartago y Preparación de Aníbal
El Senado cartaginés, al recibir a los emisarios romanos, se vio dividido entre los partidarios de Aníbal y los seguidores de Hannón, un político contrario a la guerra. Sin embargo, la facción belicista, apoyada por los jóvenes y los militares, prevaleció. La negativa a las demandas romanas fue clara y contundente, y la guerra fue aceptada como inevitable. Mientras tanto, Aníbal, desde su campamento en Cartago Nova (Cartagena), se preparaba meticulosamente para la campaña que se avecinaba. Repartió el botín entre sus mercenarios ibéricos y les concedió permiso para pasar el invierno con sus familias, asegurando así su lealtad. Además, realizó un intercambio estratégico de tropas entre África e Iberia para fortalecer sus posiciones y minimizar el riesgo de sublevaciones.
El general cartaginés también emprendió una amplia acción diplomática entre las poblaciones galas, estableciendo contactos con sus jefes y asegurando alianzas cruciales. Su objetivo era claro: enfrentar a Roma con una coalición de pueblos dispuestos a sacudirse el yugo romano y recuperar su libertad. Para ello, contaba con el apoyo incondicional de los galos cisalpinos, cuyo odio hacia Roma había crecido en los últimos años.
Marcha hacia los Pirineos
Con la llegada de la primavera, Aníbal inició su marcha hacia los Pirineos. Su ejército, compuesto por aproximadamente 90,000 infantes y 12,000 jinetes, avanzó sin encontrar mayores impedimentos hasta el río Ebro. El cruce de este río, sin embargo, presentó un desafío considerable. Algunos relatos antiguos, como el de Celio, sugieren que Aníbal dividió su ejército, haciendo que Magón y la caballería cruzaran primero, mientras él mismo lideraba al resto de las tropas a través de un vado más arriba. Otros, como Tito Livio, mencionan la construcción de un puente de madera para facilitar el paso.
Una vez cruzado el Ebro, Aníbal se enfrentó a la resistencia de las tribus ibéricas situadas entre este río y los Pirineos, una región que hasta entonces no había sido sometida por los cartagineses. Estas tribus, posiblemente animadas por la ayuda de los aliados masaliotas de Roma, presentaron una resistencia significativa. Polibio relata que Aníbal sometió a las poblaciones que encontró en su camino, aunque esto le obligó a dejar a su hermano Hannón con 10.000 infantes y 1.000 jinetes para mantener el control de la región y asegurar las comunicaciones con la Península Ibérica.
El cruce de los Pirineos no fue menos desafiante. Tito Livio narra que, al acercarse a esta cadena montañosa, surgió entre los soldados el rumor de que se dirigían a una guerra contra Roma. Esto provocó la deserción de 3.000 carpetanos y otros 7.000 mercenarios, quienes, asustados por la distancia y las dificultades del camino, prefirieron abandonar la expedición. Aníbal, para no desmoralizar al resto de sus tropas, les permitió marcharse, cruzando finalmente los Pirineos con 10.000 hombres menos.
El recorrido a través de los Pirineos ha sido objeto de debate entre historiadores. Algunos, como Proctor, sostienen que Aníbal siguió una ruta costera cercana a Ampurias, cruzando por el pequeño collado de Perthus. Sin embargo, esta teoría ha sido rechazada por otros expertos que argumentan que Aníbal evitó la costa, controlada por los aliados romanos, y atravesó una zona más hacia el interior. Este paso no fue sencillo, ya que las tribus galas de la frontera, alarmadas por las noticias de las atrocidades cometidas por los cartagineses en su avance, se prepararon para la defensa. Aníbal, consciente de que no podía permitirse más retrasos, negoció con los jefes tribales, ofreciéndoles regalos a cambio de un paso seguro. Así, en apenas cuatro días, alcanzó el río Ródano, recorriendo una distancia que en territorio ibérico le había tomado aproximadamente 100 días.
Este avance rápido y decisivo permitió a Aníbal aproximarse a los Alpes, aunque no sin antes enfrentarse a nuevas dificultades, como la resistencia de los volscos en el cruce del Ródano. A pesar de estos obstáculos, Aníbal llevó su ejército a las puertas de Italia, marcando el inicio de una de las campañas más legendarias de la historia militar.
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