En un artículo como este, en el que me estreno, permitid que os presente a un personaje que lleva años fascinándome. Y soy joven, pero hablo de apenas quince años; tiempo antes de que los estantes de las librerías rebasaran su capacidad, con mucho, acumulando ensayos sobre temática LGTBI.
Voy a escribir, brevemente, sobre la Corte de Felipe II, sí, pero esta vez, no de ningún personaje como Gómez de Silva, Alba, Vázquez de Lecca, Idiáquez, Juan de Austria, Doria o la gran Margarita de Parma. No, hoy me gustaría hablaros de un personaje algo desenfocado, ignoto y, sin embargo, del todo sorprendente: Elena de Céspedes.
Eleno de Céspedes, un transexual en siglo XVI
Una niña nacida, en 1545, del seno de una mujer morisca que servía en casa de su señor, Benito Medina. Por tanto, su origen era humilde, no puede ligarse por nacimiento a ser cristiana vieja, como se decía entonces.
A los dieciséis años fue casada con Cristóbal Lombardo, que por lo que las fuentes atestiguan, ejercía de albañil en tierras de Jaén. Con él estuvo tres meses. Tras tener un hijo del que poco más sabemos, Elena, marchó al centro de Granada y anduvo, asimismo, por otras urbes de alrededor, ejerciendo oficios diversos, aunque con más profusión los de labradora y tejedora, cosa, esta última que desempeñaba con notable virtuosismo. Durante estos años de juventud, residiendo en Arcos de la Frontera es cuando empezó a darse a conocer como hombre, virando mañosamente la naturaleza de sus atributos femeninos y el de su propio nombre a Eleno.
Sabemos que se alistó como soldado en la Guerra de las Alpujarras contra los moriscos, habiendo aprendido a disimular sus rasgos femeninos más visibles, para ser uno más entre la tropa. ¡Ahí es nada! Poco después de su aventura castrense, ya figura viviendo en la Villa y Corte.
Eleno de Céspedes se forma en Medicina
Fue en Madrid donde Elena comenzó a estudiar medicina tras entablar amistad con un cirujano bien relacionado, quien vio un gran potencial en la destreza que nuestra protagonista tenía tejiendo. Así, poco a poco, fue ejerciendo como ayudante en intervenciones de toda índole, empapándose, tanto del conocimiento práctico como de la teoría que le brindaban los libros que su amigo puso a disposición suya.
Las habilidades adquiridas no tardaron en hacer que Elena cogiera merecida fama y ello le sirvió, no solo para lograr una licencia oficial en tiempo récord para ejercer, sino como plataforma o escalera social para acercarse a la órbita de la Corte; a caballo entre la hoy tristemente desaparecida Casa del tesoro, sita frente a lo que era el Real Alcázar y San Lorenzo de El Escorial. No es cosa menor decir (como bien podrán imaginar los lectores) que el hecho de que Elena lograra tratar a personalidades de la cámara del Rey y, especialmente a la nómina de trabajadores contratados en la construcción del monasterio sanlorentino apareciendo, como quien dice, sin arraigo alguno pero con meteórico ascenso profesional, levantara no pocas suspicacias.
Tras ejercer su pasión en la sierra madrileña, Elena (recordemos, haciendo ver que en realidad era Eleno) siguió desempeñando pero, esta vez, por tierras castellano manchegas, esquivando en cierto modo, una fuerte competencia y donde, además, se casó con María del Caño, mujer natural de Yepes. Para contraer matrimonio y lograr la dispensa canónica hubo de pasar por una exploración física que, contra todo pronóstico, logró satisfactoriamente habiendo “certificado” sus genitales masculinos a petición del vicario de Madrid, don Francisco Díaz, un reputado cirujano de la Corte.
Parece ser que este “milagro” pudo darse porque, y esto no está claro, o bien Eleno se implantó unos testículos que no mucho después, obviamente se pudrieron; o bien sobornó al galeno. En caso de haber sido la primera… ¿solo testículos? Sí. Veamos porqué:
Eleno de Céspedes ante el Tribunal de la Santa Inquisición
No mucho tiempo después, concretamente un año tras el desposorio y viviendo junto a su amada en Ocaña, hubo de hacer frente a juicio de la Inquisición a causa (y aquí las fuentes difieren) del chivatazo que un vecino o un antiguo compañero de armas dieron tanto al párroco como al corregidor del pueblo de Yepes, ante la sospecha de que no fuera hombre. El caso, aunque juzgado también por un tribunal civil, fue finalmente recogido por el Santo Oficio de Toledo. Durante el proceso, los magistrados vieron, debatieron y volvieron a ver mientras que Elena, haciendo valer su experiencia médica y todo lo adquirido en sus lecturas, lanzaba eruditos alegatos para salir indemne del litigio.
¿Qué sabemos? Las crónicas dicen que Elena defendió en todo momento su hermafroditismo, puesto que así desautorizaba la acusación de tener una actitud irrespetuosa hacia el sacramento matrimonial. También explicó en un lenguaje notablemente docto que, a lo largo de su vida, primero estuvo casada como mujer y que, a consecuencia del parto se le desarrollaron, partiendo ya de un brote visible, los genitales masculinos. Con ello, pudo tumbar la acusación de hechicería.
Lo cierto es que, su caso de hermafroditismo (los perfectos, como se les conocía entonces) jurídicamente estaba sujeto a la elección de uno de los dos sexos, jurando ante el obispo la permanencia al escogido de por vida. Sin embargo, Elena, no asimiló su propia circunstancia a ser un “perfecto”, sino que se auto catalogó entre “los ocultos” esto es, una ambivalencia que se habría revelado inesperadamente.
A las acusaciones que el Tribunal hizo a Elena sobre las evidencias de penetración a otras mujeres, ella se arguyó que la práctica se habría llevado a cabo mediante su anatomía física y no a través de “baldreses” (dildos) haciendo mención a su virago, un trastorno macroclitorídeo hipertrofiado.
Con el veredicto del Tribunal, Elena consiguió evadir la acusación de sodomía (penalmente el más gravoso dentro de este contexto) y se le acusó de bigamia y burla al sacramento. Por supuesto, la vida de Elena Céspedes continuó, pero el grueso de su gran aventura lo he contado aquí.
Puedes leer aquí un trabajo sobre proceso inquisitorial contra Elena
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