El nacionalismo fue el resultado de una serie de prácticas que se venían dando desde la Edad Media.
Estas tendencias se adaptaron a los tiempos modernos hasta transformarse en lo que hoy en día conocemos como nacionalismo. En este artículo veremos los antecedentes del mismo, sus ingredientes y sus potenciadores durante el siglo XIX, centrándose en los nacionalismos europeos.
¿Es populista el nacionalismo?
No podemos acusar al nacionalismo Europeo (o a cualquier nacionalismo) de populista, es demasiado generalista y poco preciso. La máxima del populismo es: Respuestas simples a situaciones complejas. ¿Que caen las élites nacionalistas en este vicio comúnmente? Sí. Pero en un movimiento tan amplio y complejo el rigor científico exige prudencia. Así que como conclusión a este apartado podemos decir que existe un nacionalismo populista pero el nacionalismo no es populista.
Antecedentes del nacionalismo
Los movimientos sociales no aparecen por azar y el nacionalismo no es una excepción. Tampoco es un invento de los liberales. Es cierto que ellos lo alimentaron y construyeron inconscientemente siguiendo la lógica de su tiempo. Los movimientos sociales tienen unos antecedentes muy potentes que sustentan sus bases. En este apartado analizaremos los antecedentes del nacionalismo.
Edad Media
En la Edad Media no había ni naciones ni nacionalismos. Una vez aclarado esto toca matizar. Lo que existía en la Edad Media eran fidelidades. La conciencia nacional estaba enfocada en la fidelidad personal hacia una dinastía, un monarca, un noble o una figura religiosa.
Era una relación personal entre sujetos que cada individuo interpretaba y vivía a su manera pero con el objetivo final de la fidelidad. Recordar que cada campesino, aldeano o ciudadano (entendiendo a persona que habita una ciudad) estaba sujeto a un juramento de vasallaje a su señor feudal y a la vez a su rey. Evidentemente esta fidelidad a medida que avanzaban los siglos evolucionaba. Se repite, en ningún caso debe interpretarse esa fidelidad como una forma de nacionalismo.
Edad Moderna
En el siglo XVII a pesar de no existir la terminología del nacionalismo, la línea que separaba la fidelidad personal con la conciencia nacional empezaba a ser casi indistinguible a nuestros ojos. Eso provoca que actualmente se lleve a errores de interpretación y anacronismos cuando se habla de esta época y del sentir de la población. En esta época se conforman los estados nación o estados modernos. A grandes rasgos eso significa que los antiguos territorios medievales que sobrevivieron a la Guerra de los 30 años pasarían a ser estados modernos con control del territorio, fronteras claras e instituciones estatales consolidadas.
Con este nuevo panorama de territorios con un líder claro, la conciencia nacional pasó a ser común pero seguía girando alrededor de la fidelidad al monarca y a Dios. Con la potenciación del comercio apareció el sentir proteccionista de tener que cuidar los intereses propios del territorio por encima de los exteriores.
Los conflictos religiosos en Inglaterra, Francia y el Sacro Imperio potenciaron un nuevo sentir nacional muy vinculado a la fidelidad al rey, pero esta vez en protección de la religión verdadera. El rey era elegido por Dios (recuerden el “Rey por la Gracia de Dios”) y una lucha por la defensa de la religión era una lucha en la defensa del legitimador de tu líder.
Movimientos culturales
La cultura, en todos sus campos, fue el gran aliado del nacionalismo. Poniendo especial enfoque en el Romanticismo. El siglo XIX en lo cultural fue muy melancólico (exceptuando las primeras vanguardias). Tenía la tendencia de mirar siempre a los antiguos con nostalgia de lo grandes que una vez fueron. El país que más explotó este movimiento fue Alemania que estaba viviendo un proceso de unificación nacional.
Es en este periodo histórico en el que los autores miran a su pasado con grandeza y escriben historias sobre ello. Incluso en la arquitectura nace el historicismo que se basa en la remodelación o construcción de edificios imitando estilos medievales. La catedral neogótica de Barcelona es un ejemplo perfecto de estas remodelaciones igual que el parlamento británico. Todo ello engrandecía y adornaba las ciudades haciendo rememorar a las personas el pasado glorioso de su pueblo. En el caso barcelonés fue para adornar la ciudad para la exposición universal de 1888.
Empezaron a nacer leyendas, mitificarse historias o incluso inventárselas. Todo ello para justificar que su pasado era el más glorioso y el más épico de todos. Empezaron a confundir realidad y ficción. Incluso la propia historia a manos de los historiadores fue modificada en muchos casos. Desobedeciendo toda disciplina científica reescribieron la historia. Las producciones literarias, artísticas y arquitectónicas son infinitas en esa época.
El caso de España
El nacionalismo no se instaló en la sociedad tan fácilmente como se hace parecer en las escuelas. La gente no compra un relato sin motivo y menos un relato que plantea reformar toda la sociedad. Algo que hoy en día a nuestros ojos es habitual, entonces se veía como algo revolucionario. El nacionalismo tuvo que hacerse necesario y crear un proyecto común para la sociedad que englobaba. El proyecto que el nacionalismo ofrecía debía ser mejor al anterior, sino la gente no lo hubiese adoptado.
En España, nacionalismo y liberalismo mayormente han ido de la mano. El nacionalismo español historiográficamente se basa en 3 fases y en 3 períodos. Estas tres fases son:
- La estatalización del territorio, esta se dio a principios del XIX en la que se construyen las bases del nuevo estado liberal.
- La creación de la nación política, a mediados del XIX se consolida el proyecto nacional con la declaración de soberanía del pueblo y su voluntad mayoritaria.
- Finalmente, la aparición del nacionalismo identitario que aparece en el momento que este pasa a ser politizado y se basa en la defensa de una identidad única ya sea nacional o regional.
Los tres períodos coinciden en episodios históricos de gran relevancia para España durante el siglo XIX, la Guerra de Independencia y las Cortes de Cádiz coinciden con la estatalización. La Revolución Gloriosa y la restauración borbónica coinciden con la segunda fase y la tercera fase normalmente con un episodio glorioso o traumático, en este caso la pérdida de los últimos territorios de ultramar. Estas tres fases no son bloques inmóviles, entre ellas hay periodos de transición en los que se mezclan las dos tendencias.
Revolución Francesa (primera fase)
La Revolución Francesa lo cambió todo, los revolucionarios reinterpretaron todos los aspectos de la vida política y civil y le dieron la vuelta pasándola por el filtro de los filósofos liberales escoceses e ingleses. En el campo de la fidelidad, el sentir nacional y siguiendo la lógica revolucionaria pasaron la fidelidad a los reyes al conjunto de habitantes del territorio ahora llamado ciudadanos.
En su Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano los revolucionarios franceses introducen la terminología de la que hoy seguimos orbitando, Nación y Ciudadano. Los símbolos en sustitución de los líderes pasaron a ser los ejes de unión de todos los ciudadanos para representar su sentir. Las banderas y los himnos fueron los sustitutos de los reyes, nacidos del pueblo y para el pueblo. Incluso el acto de decapitar a su rey era un símbolo.
Con el paso de los años el nacionalismo evolucionó, pasó de ser algo novedoso y confuso a algo necesario para los estados para no perder sus identidades frente a los enormes avances científicos y tecnológicos que se avecinaban. La Revolución Industrial fue la principal responsable de impulsar el nacionalismo durante todo el XIX hasta la Primera Guerra Mundial. Otra reacción de la Revolución Industrial fue la aparición del obrerismo.
Revoluciones liberales europeas (segunda fase)
En el apartado del caso español se ha señalado que el liberalismo y el nacionalismo iban de la mano. Bueno, eso también ocurría en toda Europa hasta finales del XIX. En los 90 del XIX el nacionalismo y el liberalismo están tan ramificados que en muchos casos dos sectores liberales o nacionalistas podían estar enfrentados. Prácticamente en todos los territorios de Europa Occidental hubo revueltas o disturbios entre 1820 y 1830 con mayor o menor resultado.
En vez de analizar país por país, que sería una tarea fatigosa, analizaremos el caso francés. El caso español y el alemán ya se ha tratado en otros artículos más en profundidad. El italiano es enormemente complejo y con tendencias tan diferentes que deberá ser analizada en otro futuro artículo. Las revoluciones liberales inicialmente, acabaron en fracasos que dejaban el terreno preparado para que la siguiente revolución reformase el sistema.
Caso francés
En Francia hubo (aparte de la revolución de 1789) dos revoluciones más, una en 1830 y otra en 1848. Tras la derrota de Napoleón y la restauración del sistema absolutista en 1814, a los franceses se le arrebataron todos los derechos que habían gozado por casi dos décadas (a este tiempo hay que restarle la época del terror y los años más duros de Napoleón). Durante los siguientes 16 años, los franceses tendrían que readaptarse al sistema político al que se rebelaron en el 1789.
El intento de 1830
La gente no supo adaptarse a la nueva realidad absolutista y en 1830 estalló una nueva revuelta liberal. La situación en Francia era dramática. Con república o monarquía el nivel de pobreza y hambre era elevadísimo. La revolución y las guerras habían frenado el desarrollo industrial francés. A pesar de existir desde inicios del XIX la industrialización, no se sintió funcional hasta mediados de los años cuarenta del XIX.
Toda esta situación hizo estallar una revolución (algunos historiadores la califican como burguesa). El sentir nacionalista creado durante la revolución tuvo una gran influencia en esa revolución y los borbones representaban la Francia de Luís XVI. El espíritu de la revolución era el mismo que el anterior pero esta vez sin repetir los mismos fallos.
El rey restaurado, Carlos X, cada vez con tendencias más absolutistas disolvió la cámara de diputados. A causa de esto la revolución estalló en las calles de París. Se forzó al rey Carlos a exiliarse y la cámara nombró a otro rey, Luis Felipe I de Francia de la dinastía de Orleans, una de las casas aristocráticas más importantes de Francia. Este rey se sometió a la nueva constitución liberal en la que el rey obtenía funciones del poder legislativo. La revolución fracasó en parte ya que se impuso el liberalismo pero seguía habiendo una monarquía.
El fracaso de 1848
Esto cambiará en 1848 que volverá a explotar con los primeros coletazos de lo que será el nacionalismo identitario de finales del XIX. Es uno de esos períodos de transición del que hemos hablado en el caso español, exactamente entre la segunda y tercera fase. Estados como Italia y Alemania intentan consolidar la segunda fase, la creación de la nación política mediante una unificación. Otros territorios en esa transición como Austria casi se descompone ya que la tendencia era nacional separatista.
Mientras que Francia dio un portazo a la segunda fase proclamando la segunda república y expulsando para siempre (o eso creían) a la monarquía. Los diputados franceses aprobaron la nueva constitución en referendum. Se dieron las primeras elecciones con sufragio masculino fue universal. Salió elegido (con el 75% de los votos) un diputado llamado Luis Napoleón Bonaparte (futuro Napoleón III) sobrino del mismo Napoleón Bonaparte, hijo de su hermano Luís. Aquí Francia inicia su tercera fase.
Europa Imperial (tercera fase)
Las tres últimas décadas del siglo XIX en Europa estuvieron marcadas por: la consolidación nacional, el desarrollo industrial y por el inicio de la nueva ola imperialista. En esta etapa la alianza inicial entre liberales y nacionalistas esta ya más que rota. El nacionalismo en su mayoría se decantó hacia posiciones más conservadoras mientras que, el liberalismo perdió su discurso a causa de sus fracasos (parlamento de Frankfurt, Segunda República francesa).
Las fronteras que se establecieron en 1871, con la creación del Imperio Alemán, no se verán modificadas hasta la Primera Guerra Mundial. Estas cuatro décadas de paz (sin contar las revueltas internas) sirvieron a los estados para diseñar sus naciones a medida a través de la manipulación cultural y construcción de relatos epico-romanticos; como por ejemplo la exageración de eventos históricos. Un ejemplo claro en la historia de España fue la glorificación de la Reconquista (muy discutida historiográficamente y corregida entre los 60 y 90 del siglo XX).
Racismo y antisemitismo
Hay una leyenda negra sobre la relación entre nacionalismo y racismo que en gran medida es falsa. El racismo y los estudios de raza ya se venían dando desde Montesquieu en el siglo XVIII que decía que el desarrollo de los pueblos depende de la zona y el clima en la que se generan. En mayor medida, inicialmente, los discursos de raza provenían de sectores liberales.
Poco a poco el racismo impregnó a la sociedad europea entre ellos y hacia el exterior creyendo todos que su raza era la superior. La superioridad racial se concebía como algo normal porque lo avalaba la ciencia. Es interesante leer textos de la época y ver los argumentos que se esgrimían con naturalidad. Un ejemplo destacado dentro de España son los textos de Sabino Arana. Cabe destacar que el principal sector afectado, dentro de Europa, fueron los judíos de todos los países, acusados de no integrarse en países con políticas que no les permitían integrarse.
Nota del autor: terminando este artículo tengo una deuda con los lectores para hacer dos artículos, uno sobre la Unificación Italiana y otro sobre la historia del racismo en la Europa del XIX.
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