Se me ocurre que podríamos hilvanar hilo y aguja. Y se me ocurre que, puestos en tal menester, podríamos hablar de moda. De moda española. Pero, ¿y si metemos al Hollywood clásico en la ecuación? Ole ahí. ¡Repoker!
Lo cierto y verdad es que, tras haber escrito un artículo anterior sobre aquellos años en los que Madrid fue meca de estrellas, tenía ganas (ya veis que me creo necesidades imperiosas) de cerrar aquella historia con los maestros de la costura españoles que vistieron aquel tiempo dorado cruzando el charco.
Creo (y vais a estar de acuerdo conmigo) que al César lo que es del César. Hay que empezar por el más grande y ese no es otro que Cristóbal Balenciaga. Natural de Guetaria, la tierra de Elcano, o sea, la cuna del héroe que encumbró los designios del Emperador. De Carlos V, claro. Porque dijo La gran Coco Chanel de Balenciaga que él fue “emperador de la alta costura y auténtico couturier” en tanto que Givenchy le nombró “arquitecto con aguja de oro”. Imaginad el nivel.
La historia, en píldora breve, de este genio que siempre quiso ser modista comienza cuando abrió su primer negocio en la capital guipuzcoana. Ya había madera, ¡vaya si la había! y también madrina (la Marquesa de Casa Torres). Aquel negocio pronto germinó también en Barcelona y, como no, en la Villa y Corte. El éxito estaba cantado: apenas pasaron días hasta ver corrillos en los respectivos halls de entrada entre nobles y burgueses; entre potentados y realeza. Todos cuchicheando al compás de talonarios haciendo las veces de abanico. Os sitúo en los felices años veinte, con una sociedad embarcada en el descubrimiento de la modernidad y para la cual todo parecía ir en boga.
Optimismo y confianza eran dos puntales manifiestos de aquel tiempo. Sin embargo, tras el advenimiento de los años treinta el contexto nacional se nubló. De hecho, y para ser más exactos, el conjunto del panorama europeo se tiñó de gris tormenta.
Viendo las orejas al lobo y, para curarse en salud, Balenciaga emigró para instalarse en París. Allí abrió su taller, en la avenida George V (a lo que parece va de quintos y reyes la cosa). Y no es que París, precisamente, fuera a ser una ciudad de calma y distensión en el marco internacional de aquel momento pero, al menos, no estaba sujeta a la violencia explícita que se cernía sobre las metrópolis españolas durante la Guerra Civil. Así las cosas, fue a partir de los años cuarenta cuando su modo de revolucionar la moda femenina hizo eco al otro lado del vasto Atlántico, en la costa de las oportunidades con formato Cinemascope. Desde allí acudió a su atelier lo más granado de entre el olimpo de las divas. ¿Las más famosas? Quizá Ava Gardner y Grace Kelly (inolvidable el diseño de la primera para ell metraje “El ángel rojo”). Pero hubo más. ¡Claro que las hubo! Marlene Dietrich, Lauren Bacall o, la también guipuzcoana Conchita Montenegro, quien fuera esposa del gran Leslie Howard.
Qué duda cabe… ¡Grandes nombres de una lista realmente exquisita! Pero mujeres, claro, hubo más. Y modistas españoles también. En este sentido y para hacer justicia, terrenal y divina, en paralelo a Balenciaga bien se habría de subrayar el papel patrio del más pionero de entre los pioneros en las esferas más elitistas de la confección: el valenciano Pedro Rodríguez. Su aportación a la alta costura es incuestionable y de su talento para vestir con arte la figura femenina dieron buena cuenta actrices como Sofía Loren u Olivia de Havilland.
¿Os está gustando? Espero que sí porque avanza el ranking y con él también el calendario. Nuestro siguiente modista (va de vascos el asunto), es Paco Rabanne. ¿Qué se puede decir de revolucionario? Pues eso, precisamente. ¡Qué fue un revolucionario! Rabanne fue el “ye-ye” por excelencia. Cogió un elemento netamente medieval como la cota de malla ¡con lo que pesaba! y la reinterpretó para la gran pantalla. Estuvo listo y el invento le salió, nunca mejor dicho, de lujo.
Sus estilismos hicieron fama mundial gracias a Jane Fonda y su papel en “Barbarella”. Un capricho… un cómic para adultos rebosante de sensualidad con bodys de escamas verdes, botas bicolores y un claro mensaje irreverente. Pero bueno, no asustéis, tampoco iba a ser todo tan estridente. El vestido de Audrey Hepburn para “Dos en la carretera” era de lo más acorde con la sofisticación de la actriz, porque también os digo… Siempre hubo clases.
Me planto ya en los psicodélicos setenta y pido una reverencia a doña Yvonne Blake: la genio y figura hispano-británica que, tras comenzar su andadura en la cuasi mítica Hammer, vistió, ¡ojo!, a“Superman”. Al bueno. Al único, al inmortal Christopher Reeve en la buena, la única e inmortal película de Sir Richard Donner.
En lo que concierne netamente a España, siendo ya veterana, Blake, realizó el vestuario de “Los fantasmas de Goya”. Servidor, por cierto, estuvo oteando cuán marujo ese rodaje, llevado a cabo casi de manera íntegra en el entorno del palacio del Infante Don Luis (el ilustrado hermano de Carlos III) en Boadilla del Monte. Anecdotillas que os dejo…
Y en un pis pas, ¡voilà! Los ochenta: los electrizantes e imperecederos (por iconos pop) años ochenta. El cuarto de este podio de genios es probable que os suene más; un gallego está vez y cuyo nombre, Adolfo Domínguez, sigue dando muchísimo que hablar por la fortaleza de un sello que ya es imperio familiar.
Y bien: ¿Qué aportó a la feliz industria del celuloide el ilustre orensano que hizo mundialmente famosa la cita “la arruga es bella”? Pues ni más ni menos que los trajes de verano para hombre más fashion jamás vistos en pantalla (de televisión en este caso). Por supuesto hablo de “Miami Vice”, ¡viva el lino!, y de sus protagonistas, Don Jonshon y Philip Michel Thomas que, para ser justos, también ofrecían muy buena percha.
Iba a terminar ya, y quería hacerlo con un sucinto índice de nombres que son los que actualmente parten el bacalao en la industria de las palmeras washingtonas desde los set de vestuario y talleres de confección, sin embargo, no quería dejarme en el tintero a un diseñador de calzado, canario para más señas, que la serie “Sexo en Nueva York” elevó a la categoría de semidiós: Manolo Blahnik. Para comprender el enorme fetichismo que suscita su trabajo no tenéis más que navegar por sus creaciones a través de la red, o con suerte algún museo. Arte e historia de España montada en hormas para deleite del gusto fino.
Y ahora sí, una vez puesta mi matización sobre la mesa, aquí los españoles que mantienen actualmente nuestro pabellón en lo más alto de la industria.
Paco Delgado encabeza esta lista puesto que Hollywood le ha nominado en dos ocasiones a los premios de la Academia. Una por la última adaptación de los Los Miserables (2012) y otra por “La chica danesa”. No hay premio Óscar, por lo tanto, pero sí Bafta.Y por supuesto Goya. Unos cuantos, por cierto. ¿Recordáis Blancanieves, la película de Pablo Berger? Pues eso.
Ha trabajado con Almodóvar, Alex de la Iglesia, Amenabar… primeras espadas de nuestro cine.
Tatiana Fernández es otra máster en confeccionar fantasía. Entre los títulos en los que ha trabajado se pueden destacar “El Espinazo del diablo”, “Intacto”, “Mortadelo y Filemón” (de ambicioso vestuario, pues era un reto ser fiel a las viñetas de Ibañez),“Camino” y la que es, sin duda alguna la preferida de quien escribe: “Lope”. Una Maravilla manierista al trote de dos siglos.
Abrocho este artículo con Bina Daigeler, diseñadira de origen alemán, pero muy castiza ella. Despuntó en los ochenta y ha trabajado en producciones que van desde títulos de Almodóvar o Juanma Bajo Ulloa a Jim Jarmush vistiendo a insignes que van, igualmente, desde Cecilia Roth a Tilda Swinton. Como que nada mal, digo yo.
Si os metido en el cuerpo las ganas de ir al cine o vestir un poco mejor es que tan mal no ha salido este artículo.
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