Dentro de pocos meses se producirá la solemne coronación del rey Carlos III del Reino Unido, una tradición de larguísima data en las islas Británicas pero que en las Españas resulta completamente ajena ya desde hace siglos por varias razones.
Las coronas son tocados muy incómodos, pesan mucho, están hechas de metal y son monstruosamente caras, así que no sólo hay que aguantar el sufrimiento que tiene que ser llevarlas, sino que también hay que tener mucho cuidado al hacerlo, porque si la cosa se cae se estará dañando una propiedad extraordinariamente valiosa. Este daño no será sólo físico, sino que dañará el concepto de la propia monarquía, pues la caída física de la corona sería un mal presagio, y el simbolismo es algo que nunca ha de ser desdeñado. No obstante, peor presagio que la erupción del Vesubio en el primer año de reinado de Tito no ha habido nunca.
En la Edad Media, en los reinos de la Península Ibérica las coronas se utilizaban para la solemne ocasión de la coronación de un monarca, pero fuera de ella, la corona se guardaba en el tesoro o se entregaba en custodia a alguien de la máxima confianza. En ocasiones se enterraba con el rey, como fue el caso de Sancho IV el Bravo, que fue inhumado con su corona ceñida a sus regias sienes. Esa preciosa pieza se encuentra ahora en la catedral de Toledo, donde fue desenterrada, pero ha tenido algunas giras por España, como cuando hace unos años fue prestada al monasterio de Las Huelgas para una exposición, ocasión para la cual fue limpiada cuidadosamente, quedando reluciente el metal dorado.
En los reinos de la Corona de Aragón se utilizaban diferentes coronas, ya que era una monarquía compuesta, y el rey debía ser investido con los poderes de los diferentes reinos por separado, lo que daba lugar a que el rey tuviera que recorrer los reinos en una gira de coronación, muy bien y sucintamente explicada por Ramón Muntaner, capítulo 29 de su crónica:
Don Pedro fue a Zaragoza y aquí reunió sus cortes, y le pusieron la corona del reino de Aragón con gran solemnidad, y con gran alegría, y con gran festejo. Y cuando se hubo hecho su coronación en Aragón, se vino a la ciudad de Valencia; y asimismo fueron grandes las cortes que allí se hicieron, y recibió la corona del reino de Valencia.
Y después se fue a la ciudad de Barcelona, donde también hizo grandes cortes. Y recibió con gran gloria, y gran alegría la diadema con que fue coronado conde de Barcelona y señor de toda Cataluña.
La diferencia en el uso de coronas para los reinos y de una diadema para el título de conde de Barcelona es peculiar, pero no está fuera de toda lógica, ya que sería impensable que un conde soberano pudiera utilizar el mismo signo de dignidad que un rey. No está claro, sin embargo, si por “guirnalda” debe entenderse algún tipo de corona o, más probablemente, una diadema enjoyada carente de florones u otros elementos salientes hacia arriba, como los castillos que pueden verse adornando la “corona de Sancho IV”. La diadema, además, tenía una larga tradición como signo, emparentando iconográficamente a su portador con Roma, pues la diadema pasó a ser el tocado que caracterizó los emperadores de los siglos IV y V, y que luego veremos en acuñaciones monetarias de los distintos reinos post-romanos.
La coronación era una ocasión de gran solemnidad, y no sólo el rey recibía la dignidad de rey, sino que también los señores le rendían homenaje. Esta parte de legitimación por el consentimiento de los vasallos era especialmente importante para los pretendientes con dudosas pretensiones de legitimidad, como el rey Enrique II de Castilla, que fue coronado formalmente en la ciudad de Burgos, donde recibió el homenaje debido a un señor. El canciller Pero López de Ayala, que había servido al rey Pedro I y luego desertó al bando del hermanastro bastardo de Pedro, lo escribe de forma muy interesante:
Despues que el rrey don Pedro partio de la çibdat de Burgos, segund auemos contado, e llego el rrey don Enrrique e fue tomado por rrey, e fue este el segundo rrey que assy ouo nonbre de los rreyes que rregnaron en Castilla e en Leon.
E fizo luego el rrey don Enrrique fazer en Las Huelgas que es vn monesterio rreal de dueñas çerca la çibdat de Burgos, que ouieron fundado los rreyes de Castilla, muy grandes aparejos e coronosse alli por rrey, e de aqui adelante en esta coronica se llama “rrey”.
E desque el rrey don Enrrique fue coronado, besaronle la mano por su rrey e por su señor los de la çibdat de Burgos e muchos caualleros fijos dalgo que alli eran e muchos otros que a el vinieron
Las coronaciones acabaron pasando de moda en los reinos cristianos de lo que hoy es España, ya que tanto en los reinos de la Corona de Castilla como en los reinos de la Corona de Aragón se entendía que lo que te hace rey es ser jurado como tal por las Cortes. Esto queda dolorosa y graciosamente patente con el mensaje pronunciado en las Cortes de 1518, cuando Carlos I (luego conocido como emperador Carlos V) recibió este mensaje del presidente de las Cortes:
E, muy Poderoso Sennor, ante todas cosas, queremos traer a la memoria a vuestra Alteza, se acuerde que fue escojido e llamado por Rey, cuia interpretacion es regir bien, y por que de otra manera non seria regir bien, mas desypar,
e ansy non se podria decir nin llamar Rey, e el buen regir es facer justicia, que es dar a cada uno lo que es suyo, e este tal es verdadero Rey, por que aunque en los Rey se baile y tengan otras muchas fuerças, como son linage, dignidad, potencia, honrra, rriquezas, deleites, pero ninguna destas es propia del Rey, segund los decretos e auctoridades de doctores dicen, sy non solo facer justicia e juicio, e por esta e en nonbre della dixo el Sabio: “Por mí los Reyes rreynan, &”.
Pues, muy poderoso sennor, sy esto es verdad, vuestra Alteza, por hacer esta reynar, la qual tyene propiedad que quando los subditos duermen ella vela, e ansy vuestra Alteza lo deve nacer, pues en verdad nuestro mercenario es, e por esta causa asaz sus subditos le dan parte de sus frutos e ganancias suias e le syrven con sus personas todas las veces que son llamados;
En los reinos de Aragón, el rey debía ser jurado por el Justicia Mayor de Aragón y en presencia de las Cortes Generales, que recitarían una fórmula muy concreta dejando bien claro cuál es el origen real del poder del rey:
Nos, que somos tanto como vos, y que juntos somos mucho más que vos, os hacemos rey de Aragón si juráis guardar los fueros, y si no, no.
El uso de coronas ya era bastante raro en los reinos de las Españas, sólo para las coronaciones, pero con el tiempo pasó totalmente de moda en gran parte debido al debilitamiento del poder de la Corona en la Baja Edad Media. Las coronas seguían apareciendo en las monedas y, ocasionalmente, en las pinturas, pero de forma puramente simbólica, para representar a la realeza. La presencia de coronas en la numismática es bastante interesante en sí misma, ya que se puede ver muy bien la hábil mano de los creadores de cuños, pero también algunas tendencias artísticas, como las monedas muy clasicistas de Milán en la época de Felipe III, donde se puede ver al rey luciendo una corona radiada como si fuera Trajano, Aureliano o Silbanaco.
Descubre más desde El Reto Histórico
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.