La Segunda Guerra Mundial está plagada de historias humanas, en este caso la de la tripulación del acorazado “Roma” y como la providencia les salvó la vida.

Tras el éxito de la campaña del Norte de África con la expulsión de las tropas alemanas e italianas de sus colonias, las tropas aliadas decidieron dar el siguiente paso.
Invasión aliada de Italia
Entre mayo y julio del 1943 prepararon una invasión a gran escala en Italia, empezando por la isla de Sicilia. Las tropas italianas no pudieron hacer frente ni al armamento ni a la experiencia de las tropas británicas y americanas. En menos de un mes toda la isla había caído.
Por poner una comparativa: Sicilia tiene una extensión de 25.832 kilómetros cuadrados, los aliados la tomaron con 160.000 hombres en un mes. Okinawa, en el Pacífico, tiene una extensión de poco más de 1.200 kilómetros cuadrados, los americanos necesitaron 180.000 hombres con una campaña de tres meses para tomar la isla nipona. En Sicilia murieron cerca del 3% del total, en cambio en Okinawa fue el 41%.

El armisticio italiano
A mediados de julio de 1943 y con la invasión en Sicilia a punto de terminar junto a un cruel bombardeo aliado sobre la ciudad de Roma, el rey de Italia, Víctor Manuel III, ordenó la destitución y arresto de Mussolini para crear un nuevo gobierno que negociase la paz con los aliados.
Las intenciones del rey eran bastante claras, quería caer en gracia a los aliados para salvar su monarquía, que había estado flirteando demasiado con el fascismo. El nuevo gobierno italiano declaró la guerra a Alemania el 13 de octubre uniéndose a los aliados. Alemania respondió ocupando de forma masiva todo el norte de Italia y adentrándose cada vez más hacia el centro disolviendo el desconcertado ejército italiano.

A los Aliados no les preocupaba el ejército italiano o su aviación, les preocupaba más la “Regia Marina”, que durante los ‘30 y ‘40 se había modernizado. Si caía en las manos equivocadas, podía suponer un problema serio para las líneas de suministros o los movimientos de tropas en el Mediterráneo.
Se encargaron de dar órdenes muy precisas para mover los cerca de 200 buques que formaban la flota italiana hacia puertos aliados en el Norte de África. Entre ellos estaba el acorazado “Roma”, el orgullo de la flota italiana.
Acorazado “Roma”

El acorazado “Roma” era uno de los buques más nuevos y modernos de la flota italiana. Un buque de ese tamaño y potencia junto a su escuadra, podrían causar estragos importantes en el Mediterráneo si caía en malas manos. Tras la firma del armisticio, se le ordenó abandonar de inmediato el puerto de Spezia para rendirse a los aliados en Malta.
Mientras la flota se encontraba cerca del estrecho de Bonifacio, entre Cerdeña y Córcega, fueron atacados por escuadrones de la Luftwaffe con bombas guiadas por radio.
Los daños sobre el Roma fueron tan precisos y catastróficos que no tardó en hundirse junto a gran parte de su tripulación.
Tras el desastre
Los supervivientes fueron recogidos por el resto de barcos de la flota que acompañaban al “Roma”. Estos no podían llevar a los heridos a un puerto italiano ya que caerían en manos alemanas, por lo que los aliados les ordenaron llevarlos al puerto neutral más cercano.

Éste era el puerto natural de Mahón, en Menorca. Antes de llegar, algunos de los barcos prefirieron no entregarse y hundir sus naves cerca de la costa para no ser internados en campos de prisioneros, mientras que otros se dejaron remolcar por la flota española. Recientemente se han encontrado los restos del “Roma” en el estrecho.

Se internaron las tropas interceptadas en las instalaciones militares del Puerto de Soller, al noroeste de la isla, donde gozaron de cierta libertad de movimiento. Más tarde, fueron trasladadas a Cataluña. Curiosamente, se les internó en el lujoso balneario de Caldes de Malavella, allí estuvieron hasta el final de la guerra.
El otro grupo de barcos llegó a Mahón como estaba previsto y se les atendió dándoles comida, curas para los heridos y entierro para los fallecidos. Lo que no se les dio fue combustible, por lo que fueron retenidos por el gobierno hasta 1945.

La leyenda tras la verdad
Hay otra anécdota de la que se carece fuentes fiables para poder darla por verídica, como otras tantas de la guerra. Tras hundir sus naves, muchos italianos se escondieron en la costa mallorquina. La población no estaba dispuesta a esconder a esa gente por una simple razón: los falangistas consideraban a esos italianos como traidores por cambiarse de bando, entendían que esconder a traidores en su casa les podría dar muchos problemas. Por lo que, cuando encontraban a uno escondido, lo entregaban de inmediato a las autoridades.

Dicen, que entre las tripulaciones de los barcos hundidos, había muchos habitantes de la ciudad de Alguer, al noroeste de Cerdeña. En esa ciudad, en los ‘30 y ‘40 se seguía y se sigue hablando una variante del catalán fruto de la conquista de la Corona de Aragón del Mediterráneo en la Edad Media.
Se dice que, muchos italianos de esa ciudad, al ser capturados por los isleños les hablaron en catalán, logrando caerles en gracia y que accediesen a esconderlos en sus casas. Repito, no hay fuentes fiables para contrastar esta información. Pero nunca está de más conocer estas pequeñas historias que todavía se cuentan por aquellas latitudes.
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