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Los antitabaquistas de la primera época

A día de hoy el tabaco es cada vez más impopular gracias a las campañas de concienciación sobre sus efectos nocivos, además de a medidas como la subida de impuestos sobre la manufactura del tabaco, cosas que son realmente buenas para la salud pública.

Sin embargo, no hace tanto los cigarrillos eran una realidad omnipresente, desde bares y restaurantes hasta aviones, pasando por oficinas. Fumar era una actividad perfectamente normalizada, por más que se supiera desde tiempo atrás que era malo para la salud. Se podría decir que era un vicio social, o vicio civil como lo llamaba la gran escritora María de Zayas, que lo equipara con la misoginia en ese aspecto:

Lo cierto es -replicó don Juan- que verdaderamente parece que todos hemos dado en el vicio de no decir bien de las mujeres, como en el tomar tabaco, que ya tanto le gasta el ilustre como el plebeyo.

Y diciendo mal de los otros que le toman, traen su tabaquera más a mano y en más custodia que el rosario y las horas, como si porque ande en caxas de oro, plata y cristal dexase de ser tabaco, y si preguntan por qué lo toman, dicen que porque se usa.

Lo mismo es el culpar a las damas en todo, que llegado a ponderar pregunten al más aficionado por qué dicen mal de las mujeres, siendo el más deleitable vergel de cuantos crió la Naturaleza, responderá, porque se usa.

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No obstante esta comparación, Zayas se pronuncia a favor del tabaco pero en contra de la misoginia, a la que califica como “el vicio más abominable”:

Todos rieron la comparación del tabaco al decir mal de las mujeres, que había hecho don Juan.

Y si se mira bien, dixo bien, porque si el vicio del tabaco es el más civil de cuantos hay, bien le comparó al vicio más abominable que puede haber, que es no estimar, alabar y honrar a las damas; a las buenas, por buenas, y a las malas, por las buenas.

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Sin embargo, aunque podamos encontrar numerosos escritos favorables a esa planta, ya en los primeros siglos de presencia de la misma encontramos a autores que la critican de manera muy activa, coincidiendo en este punto dos autores generalmente irreconciliables como son don Gonzalo Fernández de Oviedo y don fray Bartolomé de las Casas. Esto decía el ilustre escritor madrileño:

Los indios que no alcanzaban aquellos palillos, tomaban aquel humo con unos cálamos o cañuelas de carrizos, e a aquel tal instrumento con que toman el humo, o a las cañuelas que es dicho, llaman los indios tabaco, e no a la hierba o sueño que les toma (como pensaban algunos).

Esta hierba tenían los indios por cosa muy presciada, y la criaban en sus huertos e labranzas, para el efeto que es dicho; dándose a entender que este tomar de aquella hierba e zahumerio, no tan solamente les era cosa sana, pero muy sancta cosa.tabaco historia

Y así como cae el cacique o principal en tierra, tómanle sus mujeres (que son muchas), y échanle en su cama o hamaca, si él se lo mandó antes que cayese; pero si no lo dijo e proveyó primero, no quiere sino que lo dejen estar así, en el suelo, hasta que se le pase aquella embriaguez o adormecimiento.

Yo no puedo pensar qué placer se saca de tal acto, si no es la gula del beber, que primero hacen que tomen el humo o tabaco

Resulta especialmente interesante notar que Oviedo señala algo que se ha arrastrado hasta nuestros días, que es el llamar tabaco a la planta, cuando tal nombre en realidad le correspondía a las cañas que se usaban para inhalar el humo. El autor, tan concienzudo él, hoy en día le recriminaría a la gente no sólo el vicio del consumo de esa planta, sino también el no llamarla correctamente.

El religioso fray Bartolomé de las Casas no sólo hace notar que el vicio de marras le resulta incomprensible, mas además nota que el consumo de esa planta era adictivo, y que ya había españoles enganchados al consumo de esta planta:

Hallaron estos dos cristianos por el camino muncha gente que atravesaban a sus pueblos, mujeres y hombres, siempre los hombres con un tizón en las manos y ciertas hierbas para tomar sus sahumerios, que son unas hierbas secas metidas en una cierta hoja, seca también, a manera de mosquete hecho de papel de los que hacen los muchachos la Pascua del Espíritu Sancto; y, encendido por la una parte dél, por la otra chupan o sorben o reciben con el resuello para adentro aquel humo de los tabacos que los indios toman, con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha. Y así diz que no sienten el cansancio.

Estos mosquetes o como les nombraremos, llaman ellos tabacos. Españoles cognoscí yo en esta isla Española que los acostumbraron a tomar que, siendo reprendidos por ello diciéndoseles que aquello era vicio, respondían que no era en su mano dejallos de tomar. No sé qué sabor o provecho hallaban en ellos.

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“Raleigh’s First Pipe in England” – ilustración incluida en Frederick William Fairholt’s Tobacco, its history and associations.

Estas notables críticas, sin embargo, quedan cortas ante las del rey Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra, que escribió un breve tratado contra el tabaco titulado “A Counterblaste to Tobacco”, en el cual no escatima palabras contra el vicio:

Una costumbre odiosa para el ojo, aborrecible para la nariz, dañina para el seso, peligrosa para los pulmones, y con el humo negro de la misma muy similar al horrible humo de la laguna Estigia cuyo pozo no tiene fondo.

Este desdén por el tabaco y su consumo le llevó a tomar una medida de salud pública en contra de la planta, aplicándole un impuesto especial a su venta, y no precisamente poco oneroso. En 1604 autorizó a Thomas Sackville, conde de Dorset, a aplicar un gravamen de seis chelines y ocho peniques por cada libra de tabaco importado, o una libra esterlina por cada tres libras del producto, a mayores de los dos peniques ordinarios en concepto de derechos de aduana de la Corona. 

Por poner en contexto, 1 libra esterlina del año 1604 equivale a 266 libras de hoy, según la calculadora de inflación del Banco de Inglaterra. Por comparar de manera oportuna, en España a día de hoy el impuesto sobre las labores del tabaco es de 23,5 euros por kilo en el caso de la picadura de liar, elemento que da una idea del poder disuasorio de la medida lanzada por el rey de Inglaterra y Escocia.

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