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La Casa del Tesoro de Madrid. Un valor perdido en la hipocresía.

Ay, la arqueología y ¡ay, la política! Qué pareja más mal avenida. Y ay Madrid… Para bien o para mal, siempre en el candelero. ¡Qué nos gusta tener la “city” abierta en canal día sí y día también.

A día de hoy podría ser una muy digna villa castellana pero no. ¿Y la razón de ello? Pues que a Felipe II le dio por hacerla Corte. Y como Corte, se terminó transformando en rompeolas de todas las Españas. Palacios, caserones, caminos y un ambiente de poder incontestable. Y es que creció con ímpetu este Madrid. Erigiéndose cuán caballo en corveta entre las nutridas vegas del sur y el viejo Guadarrama. Ese que acabaría guardando mayestaticamente la octava maravilla del mundo.

Claro está, atrayendo talento; el más granado, qué duda cabe. Y picaresca, de eso que no falte. Por supuesto también artesanos, estudiantes, mercaderes, soldados y religiosos; pétalos de una flor inmensamente más amplia en lo social, aunque se quiera vender siempre lo contrario. Fue aquel siglo XVI, reinando “El Prudente” cuando el tapiz urbano de la ciudad se desbocó alrededor de un edificio que ya su padre, el Emperador Carlos, había empezado a reformar para darle un aspecto habsburgico. Digamos que imperial. Hablamos, claro, del Real Alcázar.

alcazar de madrid
Pintura del siglo XVII del Real Alcázar de Madrid. La fachada meridional, a la derecha, presenta el aspecto que finalmente le confirió el arquitecto Juan Gómez de Mora, en las obras realizadas en 1636.


A partir de 1568, al este de tan magno y caprichoso edificio, comenzó a levantarse la Casa del Tesoro, la construcción que nos ocupa en este artículo. Un espacio de viviendas ya existente pero cuyo remozo y puesta a punto estética le fue encomendada al arquitecto Gaspar de Vega, que lo ligó al Alcázar mediante un sistema de galerías y que fue destinado a casa de oficios, residencia de artistas, bodegas, cocinas y botica regia, entre otras muchas cosas. Lo que hoy sería un coworking super pro.

En un principio y, a tenor de las fuentes que nos hablan de ello, el conjunto de dependencias hubo de ser algo caótico puesto que el servicio era amplio y, quienes hayan tenido obras en su hogar o recuerden la divertidísima Esta casa es una ruina (mítico título bajo el sello Steven Spielberg presenta) sabrán que entre lo acordado y el tiempo de trabajo… como que suele haber una incómoda salvedad.

alcazar madrid
No obstante, con el paso de los años, las diferentes estancias, además de coger solera, también establecieron coherencia. Y aquí, una elipsis. Saltemos de aquellos años en los que, en palabras de Olivares, “Dios era español” hasta mediados de los noventa del siglo XX, justo cuando El último de la fila sacaba su último disco.

La casa a la que aludo en este artículo, al igual que el propio Alcázar, ya no estaban allí. Éste último desapareció en la nochebuena de 1734 y, la primera, fue derribada por José Bonaparte para dar cabida a la plaza de Oriente. ¿Y entonces, qué diantres ocurrió en los noventa? Pues que los restos que quedaban eran historia viva de lo que hace que Madrid pueda ser admirada como tal.

Álvarez del Manzano, el entonces alcalde, pensó en reformular el espacio peatonal de la plaza, lo cual pasaba por crear un parking y un túnel en el estrato donde aún se hallaban los importantes vestigios arqueológicos. No tardó en llegar el “séptimo de caballería” en cuanto a maquinaria de obras se refiere. Fue meter las cucharas de las excavadoras y ¡oh sorpresa! no solo aguantaba allí, impertérrita, la trama periurbana del Alcázar, sino que asomaron restos, incluso de la muralla medieval.

El Madrid medieval. Esther ANDREU MEDIERO
(Foto: El Madrid medieval. Esther ANDREU MEDIERO)


Sí, aquello era un problema. Como casi siempre que se levanta una piedra en Madrid. Es entonces cuando entraron en el tablero de juego, dos arqueólogos (sin cazadora de cuero ni fedora) así como la Dirección General de Patrimonio Regional. Un fuego cruzado de valoraciones y voluntades corrompidas hizo que la prensa, enterada de que Madrid iba a ser despojada de una de sus fuentes primarias para el estudio y evolución de su devenir como metrópoli se metiera de lleno señalar lo que, a todas luces, era un latrocinio cultural de primer orden.

Aún con presiones para frenar las obras, no hubo manera. Cierto es que, según avanzaban las taladradoras y palas, se sacaron innumerables objetos cotidianos que hoy se reparten entre diferentes museos pero los espacios que guardaban aquellas “ventanas” al pasado, fueron pasados a cuchillo sin remisión. El colofón de este naufragio cultural, envuelto en cristales de tragicomedia mediática y sorna política, lo brinda el hecho de que, a día de hoy, en un espacio tan insípido como lo es el parking bajo la plaza de Oriente, varias áreas con mamparas dejan ver, no sin grosería, lo poco que pudo salvarse.

Restos de una atalaya del siglo XI, que se exhiben en el aparcamiento subterráneo de la plaza de Oriente.
Restos de una atalaya del siglo XI, que se exhiben en el aparcamiento subterráneo de la plaza de Oriente.

Para saber más: “Lo que hemos perdido en la plaza de Oriente” (Luís Caballero. El País)

Fuentes utilizadas:
Evolución y desarollo de la Casa del Tesoro. Capítulo IV. CEU. Repositorio institucional.Ostras, se me olvidó poner las fuentes, Miguel Ángel. La Costurera que encontró un tesoro cuando fue a hacer pis y otras historias de la arqueología. Vicente G. Olaya.

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