Situada a orillas del Bósforo, en una península bañada por el Mar de Mármara, Constantinopla dominaba el estrecho canal que divide Europa de Asia. Su especial ubicación, con las rápidas corrientes del mar y la escarpada costa, le ha proporcionado ciertas ventajas para su defensa a lo largo de su existencia. A pesar de todo, sus muros cayeron siendo uno de los hitos que marca el fin del mundo medieval.
Constantinopla y sus murallas, tecnología punta
Las murallas de la ciudad de Constantinopla fueron un ejemplo de arquitectura militar y las más famosas del mundo durante cientos de años. Su construcción, diseño e integración con el terreno, hacían de ellas una obra de ingeniería portentosa y pionera. La principal composición de aquellos muros eran cascotes de mortero intercalados con bloques de piedra caliza tallada, y reforzados con varias capas de ladrillo rojo.
Aquellas murallas estaban reforzadas por bastiones, puntos fuertes (especialmente en su zona oeste) y unas 90 torres de vigilancia. Para que un enemigo pudiera penetrar en el tramo más fuerte de sus murallas, la famosa doble línea de murallas teodosianas, tenían que superar un obstáculo de cuatro cinturones de seguridad. El resto de los muros se componían de una triple línea de obstáculos: foso y doble muralla.
Antecedentes de las murallas
Bizancio, la pequeña colonia griega que sería la base de la futura Constantinopla, ya tenía sus propias murallas que fueron levantadas hacia el siglo IV a.C.; pero fueron destruídas por Septimio Severo durante un asedio. El propio Severo las restaurará y ampliará tras la toma de la ciudad.
La llegada de Constantino y el nacimiento de la Nova Roma trajo consigo infinitas reestructuraciones arquitectónicas y urbanísticas. Querían que la nueva capital del Imperio fuera inexpugnable y puso todo su empeño en crear una ciudad a tal efecto. Pero no sería hasta el siglo V cuando lograría el sueño de la intocable ciudad, gracias a la llamada Muralla Teodosiana.
La Muralla Teodosiana
La Muralla Teodosiana, construída en el siglo V, lleva el nombre del emperador Teodosio II que gobernaba en el momento de su construcción. Pero en realidad fue Anthemius (Antemio), prefecto de Oriente, el que encargó y supervisó su construcción, ya que Teodosio era un niño todavía.
El muro de Artemio
Antemio ordenó levantar un muro interior de tierra, en el año 413, terminando todo su plan alrededor del año 447 con la creación de un muro exterior en curva desde el mar y un foso de casi 20 metros de ancho (con posibilidad de ser inundado), rematando en el Cuerno de Oro, fondeadero de la flota romana.
Las murallas de Constantinopla llegaron a tener más de 20 km de longitud, el perímetro de la línea exterior era de 2 metros de espesor y 8 metros de alto, con sus respectivas torres.
Otras defensas de Constantinopla
Entre la línea de murallas exteriores y la interior (de 11 metros de altura) había una especie de “hueco” llamado períbolos de 15 metros y, para facilitar la maniobra de las tropas en el exterior, se había creado un espacio libre llamado parateichion de más de 19 metros.
Todo esto sin olvidarnos de las torres defensivas, alguna con más de 20 metros de altura Se dice que la mano de obra era goda o bárbara de distintas procedencias.
La parte de muralla que bañaba el agua salada (zona sur) era de menor fortaleza al confiar la defensa al propio mar, sería este punto por donde los otomanos penetraron en 1453.
Una ciudad impenetrable por siglos
Aun así, la visión defensiva de Antemio, proporcionó a la ciudad una ventaja que le permitió superar la mayoría de desafíos que se le venían encima, al menos durante más de un milenio. El mismísimo Atila (año 447) se tuvo que alejar de la ciudad para perseguir otra presa más fácil.
Persas, ávaros, sarracenos, búlgaros, rusos y otros a su vez intentaron tomar la ciudad. Lejos de ser un elemento de disuasión, la reputación de Constantinopla parecía atraer a sus enemigos. La “Reina de las ciudades”, ella era un imán para el peregrino, el comerciante y el conquistador por igual.
A lo largo de los siglos, muchos emperadores mejoraron y restauraron las fortificaciones de la ciudad. Sus nombres se pueden ver a día de hoy grabados en las piedras que formaban aquella muralla que resistió más de un milenio.
Fuentes:
Van Millingen, Alexander (1899) Byzantine Constantinople, the walls of the city and adjoining historical sites
García Hernán, David. (2007) Historia universal: XXI capítulos fundamentales
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