Un 29 de julio de 1886 se produjo un acontecimiento que pasaría casi desapercibido para muchos, pero que cambiaría para siempre la historia naval mundial: la botadura en los astilleros de Cartagena del Destructor, un buque de guerra ideado por el marino asturiano Fernando Villaamil. No se trataba de un barco cualquiera, sino del primer destructor moderno de la historia, precursor directo de una nueva clase de navíos que redefinirían las estrategias militares en los mares del siglo XX.

¿Por qué este buque fue tan revolucionario?
A finales del siglo XIX, la irrupción de los torpederos —embarcaciones ligeras y veloces capaces de destruir barcos mucho mayores— representaba una amenaza creciente. Villaamil, visionario como pocos en su tiempo, propuso entonces una solución inédita: construir una nave ligera, veloz, artillada con piezas de calibre medio y capaz de neutralizar a los torpederos enemigos. Su concepto fue bautizado simplemente como Destructor.
El buque fue encargado al astillero británico Thames Iron Works, en Londres, y su diseño combinaba elementos de corbeta con prestaciones avanzadas en velocidad (superaba los 22 nudos), potencia de fuego y maniobrabilidad. Fue botado oficialmente el 29 de julio de 1886 y entregado a la Armada Española el año siguiente.

Un invento con eco internacional
Tal vez no sea casual que, poco después, las principales potencias navales —Reino Unido, Francia, Alemania, Estados Unidos— comenzaran a incorporar “destroyers” en sus flotas. El nombre mismo, “Destructor”, fue adoptado como categoría universal, primero traducido como torpedo boat destroyer y más tarde simplificado a destroyer en inglés.
Algunos expertos han señalado que la concepción de Villaamil anticipó no solo una nueva tipología de navío, sino una forma distinta de entender la guerra naval: rápida, ofensiva, y basada en la versatilidad táctica.


¿Y si no fuera solo una coincidencia?
No deja de ser llamativo que Villaamil muriera en 1898 durante la Batalla de Santiago de Cuba, a bordo del Furor, un destructor muy similar al que él mismo había soñado. La historia cerraba así un círculo extraño, casi trágico, en el que el creador caía víctima del arma que él mismo ayudó a perfeccionar.
Hoy, aquel Destructor original permanece algo olvidado en los libros de historia general, pero no en los manuales de ingeniería naval. Su botadura en 1886 marcó un hito tecnológico y colocó a España, brevemente, a la vanguardia de la innovación militar en los océanos del mundo.



Grabado histórico que muestra el buque en actividad marítima.
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