Los primeros exploradores, pobladores y conquistadores quedaron completamente atónitos, cosa que se sabe por sus escritos, que son muchos: la “Historia General e Natural de las Indias” de Gonzalo Fernández de Oviedo, las “Cartas de Relación” de Hernán Cortés, el “Descubrimiento” de Gaspar de Carvajal, los “Naufragios” de Alvar Núñez Cabeza de Vaca…
Ese sentimiento de asombro general está por todas partes. A pesar de todo, las descripciones geográficas son bastante correctas en términos generales.
El río Amazonas es tan inmenso, que Gonzalo Fernández de Oviedo se toma su tiempo para dar noticias específicas sobre fenómenos naturales que no se conocían en el Viejo Mundo, y dedica un capítulo entero a ese río. Lo citaré en este pasaje, ya que declara claramente sus fuentes:
Este embocamiento, que tan señalada cosa hizo Dios en el mundo, se llamó un tiempo mar Dulce,
/porque con mar jusente o baja, se hace agua dulce en la mar, apartados de la tierra las leguas que he dicho;
/e muchas más, si creemos a Vicente Yáñez Pinzón, que fué el que descubrió este río e uno de aquellos tres capitanes e pilotos y hermanos que se hallaron con el Almirante primero destas partes, Cristóbal Colom, en el primero descubrimiento destas Indias.
Y éste fué el primero español que dió noticia deste grande río e le vido, al cual yo oí decir que lo había descubierto el año de mill e quinientos años,
/y que había cogido agua dulce en la mar treinta leguas apartado de la boca deste rio, e otras particularidades dél que se dirán en el libro vigésimo tercero.
Esta información es correcta, ya que con la marea baja, el río Amazonas se mete en el mar, y a treinta leguas (165 km) del mar se puede obtener agua dulce. No dejemos de notar el lenguaje que usa, ya que dice “algo tan notorio que Dios creó en este mundo”.
También menciona que el ancho de la desembocadura del río debe ser de veinte leguas (unos 110 km), lo que es tan exacto como la desembocadura del río Amazonas forma un delta cuyo ancho es de unos 100 kilómetros y más. Esto es absolutamente insondable, ya que las desembocaduras de los ríos más grandes de Europa conocidos por Oviedo estaban en la línea de menos de una milla (Guadalquivir, Escalda).
El testimonio del desmesurado tamaño del río Amazonas no sólo lo tenemos en Gonzalo de Oviedo, que cita a Pinzón, sino que también figura en los pleitos colombinos, con varios testigos señalando poco más o menos las mismas dimensiones. Es tan enorme el río Amazonas, que incluso Pedro Mártir de Anglería cree que son exageraciones aunque tenga información de varios testigos, todos concordantes en el tamaño del río.
A medio camino descubrieron un gran río llamado Marañón, tan grande que sospecho que exageran;
/pues cuando les pregunté a la vuelta de sus viajes si ese río no sería más bien un mar que separa dos continentes, me dijeron que el agua en su embocadura era dulce, y que esta propiedad era mayor cuanto más se adentraba uno en el río.
Está el río sembrado de islas y lleno de peces. Todos declaran que tiene más de treinta leguas de ancho, y que sus aguas fluyen con tal ímpetu que el mar retrocede ante su corriente.
Gaspar de Carvajal, quien fue el cronista del descubrimiento de Orellana del río Amazonas, también trata de ser lo más objetivo posible, pero no puede dejar de usar el sintagma “cosa maravillosa de ver” de vez en cuando, porque él sabe que estas cosas están en el límite de otro mundo.
El mismo Cristóbal Colón, en su tercer viaje, quedó tan completamente atónito, y su conocimiento del mundo quedó tan trastocado, que pensó que había llegado al mismísimo paraíso terrenal, el Jardín del Edén. Estas son sus palabras:
Grandes indicios son estos del Paraíso Terrenal, porque el sitio es conforme a la opinión de estos santos y sacros teólogos, y asimismo las señales son muy conformes,
/que yo jamás leí ni oí que tanta cantidad de agua dulce fuese así dentro y vecina con la salada; y en ello ayuda asimismo la suavísima temperancia.
Y si de allí del Paraíso no sale, parece aún mayor maravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de río tan grande y tan hondo.
El propio Hernán Cortés también estaba fascinado con lo que estaba ante sus ojos, y eso se puede deducir fácilmente de la frecuencia de las palabras “maravilla”, “maravillosa” y “maravilloso”, porque las cosas que estaba viendo eran difíciles de creer. En su primera Carta de Relación no podía dejar de mencionar el volcán Popocatépetl, tan grande e impresionante como era. Citamos:
(…) yo siempre he deseado de todas las cosas de esta tierra poder hacer a vuestra alteza muy particular relación quise de ésta, que me pareció algo mavavillosa,
/saber el secreto y envié diez de mis compañeros, tales cuales para semejante negocio eran necesarios y con algunos naturales de la tierra que los guiasen y les encomendé mucho procurasen de subir la dicha sierra y saber el secreto de aquel humo, de dónde y cómo salía.
Los cuales fueron y trabajaron lo que fue posible para subirla y jamás pudieron, a causa de la mucha nieve que en la sierra hay y de muchos torbellinos que de la ceniza que de allí sale andan por la sierra
/y también porque no pudieron sufrir la gran frialdad que arriba hacía, pero llegaron muy cerca de lo alto y tanto que estando arriba comenzó a salir aquel humo y dicen que salía con tanto ímpetu y ruido que parecía que toda la sierra se caía abajo
/y así se bajaron y trajeron mucha nieve y carámbanos para que los viésemos, porque nos parecía cosa muy nueva en estas partes a causa de estar en parte tan cálida.
Para cualquier accidente geográfico, hay testigos españoles admirándolo y tratando de dar una relación detallada, ya que era necesario tener toda los datos posibles para planificar las divisiones provinciales, la administración, saber dónde viven las personas, cuántos súbditos hay, y toda la información necesaria para una administración eficiente.
Así que, resumiendo, los primeros colonos y conquistadores españoles reaccionaron sobre todo con asombro absoluto y gran desconcierto ante la admirable geografía de este nuevo mundo, similar a la que experimentaría cualquiera ante un planeta nuevo.
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