Amada Esposa;
Preveo que sobre estas líneas van a caer abundantes lágrimas; yo quisiera evitarte este dolor, pero es tan largo y acelerado el viaje que he de emprender que no puedo dilatar la despedida.
Me dicen los amigos que la Sentencia que sobre mí ha recaído es injusta, pero cuando Dios la consiente la tendré merecida; por eso apelo a la resignación, que es el triste consuelo de los moribundos.
Indicarte los deberes que competen a la viuda de un soldado pundonor, sería ofenderte y no lo mereces, ni el trance pide argumentos de esta clase.
No solicites verme, no quebrantes con tu cariñosa presencia el vigor que necesito para morir como he vivido, ni busques duplicar tus dolores delante del que no ha de poder remediarlos.
Supla el cariño de nuestros hijos el inmenso amor de tu infortunado esposo y llévalos por la Senda honrada que anduvo su padre.
Quisiera estar hablándote toda la noche, por ser la última que te dirijo la palabra, pero hay deberes que me lo impiden.
El que vivió Caballero, es menester que muera Cristiano y el que merecerse a Dios, exige meditadas y supremas preparaciones.Tuyo hasta exhalar el último Suspiro.
Diego de León.
(14 de octubre de 1841)
Madrid, mediodía del 15 de octubre de 1841. Formaba en cortante silencio la victoriosa y vigilante Milicia Nacional de Infantería de la ciudad, desde el cuartel de Santo Tomás (1), hasta la Puerta de Toledo. Pero sus caras no eran de alegría, la orden que se había de ejecutar en unos minutos no era del agrado de nadie, había sido una sorpresa, nunca antes un general había ordenado la muerte de otro, la de Diego de León; la nobleza había muerto.
El tribunal había condenado a muerte al joven general —entre otros—, de tan solo 34 años, por el levantamiento militar en contra del gobierno de Espartero y a favor de la recién exiliada reina María Cristina, sin duda, un ideal romántico más que práctico.
La real villa estaba alterada, pero apagada, una mezcla de sentimientos azuzaba a los madrileños. Retenes en cada esquina, patrullas por las avenidas, poca gente en la calle… Solamente un hombre estaba tranquilo, el joven general, joven pero experto en combate, joven que tanta sangre había derramado con su lanza de húsar de la princesa por el honor de la Reina, por la gloria de su patria, por lo que él consideraba justo y noble. Ahora no le iba a temer a la muerte, eran viejos amigos, tan solo era una visita más, sólo que ahora venía a visitarle a él.
La una y cuarto. Nadie, ni antes ni ahora, pudo hacer tan grande el uniforme de Húsar. Diego de León cruzaba en un carruaje la Puerta de Toledo, junto a un clérigo y un buen amigo -el mariscal de campo D. Federico de Roncali Ceruti (2)- que había intentado defenderle en el consejo de guerra, tras él, una escolta de caballería y a su alrededor un piquete de infantería.
“No muero como traidor”
Un silencio; muchos dicen que esperando el caballo del correo de palacio con el indulto (3) … pero sólo hubo eso, silencio.
Descarga de fusilería. Se ha consumado el sacrifício.
Cinco eternos minutos de silencio; nadie movió un músculo, ni siquiera el oficial al mando del piquete ordenó retirar armas. Se aproxima el carro fúnebre, levantan el cadáver los hermanos de Federico Roncali; retiren armas… y el carro parte hacia el cementerio de la Puerta de Fuencarral.
El cadáver de Diego de León sería trasladado en 1843 del cementerio de la Puerta de Fuencarral (actual Cementerio del Norte) al cementerio sacramental de San Isidro, a un panteón familiar.
Fuentes:
- Diario de Madrid (23 de abril de 1838)
- Referencia BOE-A-1841-4857
- Vida militar y politica de Diego Leon, primero Conde de Belascoain
- Historia de Don Diego de León
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Muy bonito relato del fusilamiento de mi tío tatarabuelo. Gracias
Vaya… un placer amigo. Muchas gracias y un honor.