Los Orígenes de las Cofradías: De la Edad Media al Renacimiento
La Semana Santa en España hunde sus raíces en la Baja Edad Media, cuando empezaron a surgir las primeras cofradías. Aunque hoy usamos indistintamente los términos “cofradía” y “hermandad”, en aquella época todos los documentos las denominaban cofradías. Estas agrupaciones reunían a miembros de un mismo gremio o estamento con fines benéficos o para rendir culto a un santo patrón.
En la sociedad medieval, profundamente religiosa, las cofradías desempeñaban múltiples funciones: desde las puramente piadosas y cultuales, dedicadas a Cristo, la Virgen o los santos; hasta las constructoras, que apoyaban la edificación de iglesias, hospitales y puentes; pasando por las benefactoras, que socorrían a los desamparados. También las había gremiales, étnicas e incluso religioso-políticas, como las militares o las dedicadas a la redención de cautivos.
Pero las que hoy conocemos como cofradías de penitencia, las que procesionan en Semana Santa, no surgirían hasta el siglo XVI. Según el sacerdote e historiador Federico Gutiérrez, su origen está ligado a los grandes acontecimientos religiosos de la época: el desafío de Lutero a Roma en 1517, el Concilio de Trento en 1545 y los primeros autos de fe. En ese contexto, el pueblo sintió la necesidad de salir a la calle a demostrar públicamente su catolicismo.
Factores que Impulsaron las Cofradías de Penitencia
El historiador José Sánchez Herrero identifica algunos factores clave en sus estudios sobre las hermandades y cofradías, precisamente, en el surgimiento de las cofradías penitenciales:
- La gran mortandad causada por la peste negra entre 1347 y 1350, que provocó un cambio de mentalidad en torno a la muerte. La devoción se tornó más dolorosa, centrándose en la Pasión de Cristo.
- La proliferación de grupos de flagelantes por toda Europa a partir del siglo XIV, que se disciplinaban en público entonando cánticos de penitencia.
- El desarrollo de un teatro en torno a la muerte, con representaciones de la Pasión.
- La labor de predicadores como San Vicente Ferrer, que a principios del XV recorrió España creando compañías de disciplinantes.
- El impulso dado por los franciscanos, custodios de los Santos Lugares, que al regresar de Tierra Santa fomentaron prácticas como el Vía Crucis y las cofradías de la Vera Cruz.
- La acción de los genoveses, que fundaron cofradías como la de la Piedad en Valladolid en el siglo XVI.
- La influencia de los castellanos, con la creación de cofradías de la Pasión en Valladolid y Sevilla en 1531.
- La costumbre de sacar imágenes en procesión, que se generalizó a partir del siglo XVI.
Como describe el Arcipreste de Talavera en su obra “El Corbacho” (1438):
Otros descalzos, desnudos de la cinta arriba, andaban por las calles disciplinándose con duras disciplinas, gimiendo y llorando, demandando a Dios misericordia, perdón de sus pecados…
Esplendor, Declive y Resurgir de las Cofradías
Tras su época de esplendor en los siglos XVI y XVII, las cofradías vivieron un periodo de declive en el XVIII. Los obispos empezaron a reprobar las flagelaciones públicas, hasta que Carlos III las prohibió por Real Cédula en 1777, considerando que no eran edificantes ni verdaderamente devocionales.
Ya en la Edad Contemporánea, la vida cofrade se vio sacudida por los vaivenes políticos y el conflicto entre clericalismo y anticlericalismo. La invasión francesa (1808-1814) que supuso el saqueo y la destrucción de numerosos templos y obras de arte, dio paso a las desamortizaciones de Mendizábal (1836) y Madoz (1855), que expropiaron gran parte del patrimonio eclesiástico. Muchos conventos fueron exclaustrados y sus bienes vendidos en pública subasta. Las cofradías, que tenían sus sedes en estos cenobios, se vieron obligadas a buscar nuevos lugares de culto y reunión. Algunas lograron salvar sus imágenes y enseres trasladándolos a parroquias cercanas, pero otras muchas perdieron para siempre sus posesiones.
La situación se agravó con la Revolución Gloriosa de 1868 , que destronó a Isabel II y dio paso al Sexenio Democrático. El nuevo gobierno provisional, de carácter liberal y anticlerical, decretó la supresión de todas las órdenes religiosas y la incautación de sus bienes. Aunque la medida fue derogada poco después, el daño ya estaba hecho. Como relata el historiador Juan Carrero Rodríguez en su obra “Anales de las Cofradías Sevillanas” (1991):
El siglo XIX fue una centuria aciaga para nuestras hermandades. Despojadas de sus templos y sus bienes, muchas languidecieron hasta desaparecer. Otras sobrevivieron a duras penas, refugiadas en capillas prestadas y sostenidas por la devoción de unos pocos hermanos. Fue un tiempo de crisis, pero también de resistencia y de fe inquebrantable.
A pesar de estas dificultades, algunas cofradías vivieron un notable resurgir en la segunda mitad del siglo, gracias al apoyo de la nobleza, la burguesía y las clases populares. Es el caso de la Hermandad de la Macarena de Sevilla, que en 1851 estrenó su actual basílica, costeada por los Duques de Montpensier. O de la Cofradía del Silencio de Zamora, que en 1848 incorporó a su procesión el famoso Cristo de las Injurias, obra cumbre de Ramón Álvarez.
También en este periodo se fundaron nuevas hermandades, como la del Gran Poder de Sevilla (1844), la de la Estrella de Valladolid (1842) o la del Rescate de Granada (1843). Y se consolidaron tradiciones como la Madrugá sevillana, la Procesión General de Valladolid o el Sermón de las Siete Palabras de Zamora. Hacia finales de siglo, la restauración de la monarquía borbónica con Alfonso XII (1874) y el pontificado de León XIII (1878-1903) propiciaron una cierta estabilidad política y un acercamiento entre la Iglesia y el Estado. Las cofradías se beneficiaron de este nuevo clima, que les permitió recuperar parte de su esplendor perdido.
Cofradías y Semana Santa en el siglo XX, resurgir y depresión
Sin embargo, aunque las cofradías resurgieron con fuerza en los años 20 del siglo XX, el paréntesis republicano va a ser donde el patrimonio eclesiástico va a sufrir sus peores destinos. La proclamación de la II República en 1931 abrió un periodo especialmente convulso para las cofradías y el patrimonio eclesiástico en general. El nuevo régimen, de carácter laico y con una fuerte impronta anticlerical en algunos sectores, pronto chocó con la Iglesia y las manifestaciones religiosas populares.
Ya en mayo de 1931, apenas un mes después de la instauración de la República, se produjeron las tristemente célebres quemas de conventos e iglesias en Madrid, Málaga, Sevilla y otras ciudades. Decenas de edificios religiosos fueron incendiados y saqueados, con la destrucción de numerosas obras de arte sacro, entre ellas imágenes titulares de cofradías como la Virgen de la Palma de Cádiz o el Jesús de la Pasión de Sevilla. Se conocen historiográficamente como los “Sucesos de 1931”.
Estos sucesos fueron un presagio de las tensiones que marcarían todo el periodo republicano. En 1932, el gobierno aprobó la Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas, que limitaba las actividades de la Iglesia y preveía la incautación de parte de sus bienes. Aunque la norma exceptuaba de la expropiación a “los objetos y edificios dedicados al culto”, muchas cofradías vieron amenazado su patrimonio.
La situación se agravó en 1933, cuando el ministro de la Gobernación, Santiago Casares Quiroga, prohibió las procesiones de Semana Santa en toda España, alegando motivos de orden público. La medida provocó una gran conmoción y fue ampliamente contestada. En ciudades como Sevilla, Málaga, Valladolid o Zamora, miles de cofrades salieron espontáneamente a la calle, desafiando la prohibición entre vivas a Cristo y a la Virgen. Como relataba el periodista Francisco de Góngora en su crónica “Semana Santa en Sevilla” (1933):
Desde el Domingo de Ramos, la ciudad hierve de entusiasmo y fervor. No hay decreto que valga contra la voluntad de un pueblo.
Las cofradías se organizan, los pasos se arman, los penitentes se visten sus túnicas. Y al llegar la noche del Jueves Santo, la Macarena sale a la calle entre el clamor de una multitud enfervorizada.
Sevilla entera es una saeta.
A pesar de este desafío popular, la prohibición se mantuvo en 1934 y 1935. Hubo que esperar a la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 para que el nuevo gobierno autorizase de nuevo las procesiones. Sin embargo, el estallido de la Guerra Civil pocos meses después volvería a truncar la celebración de la Semana Santa e inauguraría otro de los periodos más trágicos para el patrimonio cofrade español ya que muchos templos sufrirán ataques y bombardeos durante el conflicto.
La Semana Santa como Fenómeno Turístico y Cultural
Será a partir de los años 60, con el despegue de España como destino turístico internacional, cuando la Semana Santa empezó a ser valorada no solo como manifestación religiosa, sino también como atractivo cultural. En 1980, las celebraciones de Sevilla, Valladolid, Zamora, Málaga y Cuenca fueron las primeras en ser declaradas Fiestas de Interés Turístico Internacional.
Hoy, un total de 29 Semanas Santas españolas ostentan este título, reconociendo su singularidad y su capacidad de atracción de visitantes. Además, desde 2017 la Semana Santa en su conjunto está declarada Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial.
Más allá de tópicos y estereotipos, la Semana Santa española atesora un riquísimo patrimonio histórico, artístico y etnográfico. Un legado vivo, que sigue renovándose año tras año gracias al fervor y la dedicación de miles de cofrades. Una tradición que, como decía Machado, aúna devoción y espíritu festivo, recogimiento y bullicio callejero, arte sacro y cultura popular.
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