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El barco que fue de Sevilla a Madrid en 1638

El Santo Rey don Fernando fue de las embarcaciones que navegó por el estanque del Buen Retiro de Madrid

Un caluroso día de junio de 1638 se botaba en el Guadalquivir un navío llamado «El Santo Rey Don Fernando». No sería algo extraño que las Reales Atarazanas fabricasen un barco, de no ser porque eran tiempos oscuros para la industria naval sevillana y que, además, el rumbo de aquel navío sería hacia el norte, hacia la Villa y Corte de Madrid.

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Anónimo, Sevilla c. 1640. vinculado con la colección de vistas de ciudades encargadas por Felipe IV para el heredero Baltasar Carlos.

¿Para qué iban a llevar un barco a Madrid?

En enero de 1638, la Corte de Felipe IV, planteó celebrar diversos eventos durante aquel año en el Palacio del Buen Retiro. Para su preparación no se reparó en gastos, se trajeron plantas de todos los dominios de la Monarquía Hispánica, se escribieron obras de teatro para la ocasión y se planeó una gran batalla en medio del estanque grande, una “naumaquia” como en tiempos de los romanos. Estas naumaquias, en España, solían ser representaciones de alguna famosa batalla naval (o no) en la que participasen barcos cristianos contra musulmanes.

Don Antonio Manrique, Teniente de Alcaide de los Reales Alcázares de Sevilla y Tesorero de la Casa de la Contratación por entonces, al enterarse, medió ante el famoso Conde-Duque de Olivares para que permitiese ofrecer al Rey, como “Capitana” a los efectos de aquella naumaquia y para su disfrute, un magnífico galeón (o una galera) para demostrar la gran calidad de la artesanía naval sevillana.

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“Naumachia” y Parte de la Ciudad de Valencia, vista del Colegio de San Pío V. Grabador: Carlos Francia (1762).

Las crónicas dicen que no era la primera vez que “atracaba” un barco en el estanque del Retiro, pero sí la primera vez (que se sepa) que se enviaba uno desde Sevilla. Quizás buscando llamar la atención del rey y sus ministros ya que, por aquel entonces, la mayoría de encargos para las naumaquias se hacían en Nápoles así como los encargos para los buques de la Armada real, que habían dejado de fabricarse en las atarazanas hispalenses desde hacía años.

Hacia finales del siglo XVI la carga de trabajo para los artesanos y astilleros de Sevilla se había ido reduciendo paulatinamente. Algunas de las naves que formaban sus edificios tuvieron que ser realquiladas para otros menesteres (la mayoría como almacenes de mercancía venida de las Indias) y, en 1593, les llegaba el mazazo final: Felipe II prohibiría por Real Cédula que los barcos construidos en estas instalaciones fueran utilizados en travesías transoceánicas aduciendo a la peor calidad de la madera con la que trabajaban frente a la mejor calidad de la de los astilleros del norte de España o Italia. El “Puerto de Indias” no podía fabricar barcos para las Indias, menudo contratiempo.

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Estado actual de los restos de las Atarazanas sevillanas (Wikimedia)

Las Atarazanas fueron pasando de ser astilleros a ser almacenes, pero varias generaciones de artesanos no podían quedarse de brazos cruzados y, de la mano de las autoridades sevillanas, invirtieron todo su talento y esfuerzos (y también muchos dineros de la ciudad) en esta pequeña embarcación para Felipe IV. Muchos cronistas simplemente indican que el «El Santo Rey Don Fernando» fue regalado por los sevillanos a su rey, pero fue mucho más que eso.

Los maestros constructores del “Santo Rey don Fernando”

La documentación conservada en el archivo del Real Alcázar de Sevilla nos narra un apasionante despliegue de medios materiales y económicos. Se contrató a los mejores maestros Guarnicioneros, herreros, ensambladores, sastres, pintores y escultores. Todos vecinos de Sevilla —y de los cuales sabemos sus nombres, como el del pintor Zurbaránsupervisados por el Maestro Mayor de los Alcázares, don Juan Bernaldo de Velasco.

Incluso se movilizaron a los más avezados mercaderes de la ciudad para que trajeran del extranjero los más finos tejidos y las más nobles maderas del mundo. Todos fueron bien pagados, en reales, por la Casa de Contratación.

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Real de a 8 (1630)

Descripción del navío “El Santo Rey Don Fernando”

El barco, según nos cuentan los archivos, tenía dos codos y medios de manga y deslomo y en lo demás conforme a la ordenanza. Lo que nos hace suponer que la embarcación tendría —según medidas de Castilla— algo menos de metro y medio de manga (ancho) por lo que no creo que su eslora (largo) superase los 6 metros. Una mini-galera en toda regla con tres palos (mesana, mayor y trinquete) y su correspondiente bauprés.

Transcripción de uno de los documentos del archivo del Real Alcázar

Había sido construido con las mejores maderas del momento: fresno y álamo cortadas del Real Bosque del Lomo del Grullo —próximo a las marinas de Doñana— para el armazón. Cedro, caoba y pino traído especialmente desde Flandes para las tablas de las cubiertas y palos.

Destacaba especialmente su popa, con su enorme farol y balaustres dorados, cartelas con sus bichas y en el espejo (o sobre él, no se sabe) un escudo de las armas del rey Felipe IV. Sobre el escudo una talla en relieve del rey San Fernando, elaborada por Gaspar Ginés, que bautizaba el pequeño navío.

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Retablo de San Fernando en la iglesia del Salvador de Sevilla. A sus lados se encuentran San Luis Rey de Francia y San Hermenegildo y arriba están las tallas de San Diego de Alcalá y San Juan Bautista. El retablo es obra de José Díaz y fue realizado entre 1760 y 1767. La imagen de San Fernando fue tallada por Antonio de Quirós en 1699, correspondiendo su policromía al pintor Francisco Meneses Osorio. San Luis y San Hermenegildo son obras de Blas Moner. (foto: MuyHistoria)

En los interiores tampoco escatimaron, caoba y cedro cubrían la mayoría de sus camarotes. Asegura en su libro José Cascales que alguna de las estancias interiores habían sido decoradas con pinturas de temática mitológica por Francisco de Zurbarán. Cerca del palo de mesana colocaron una silla de caoba con asiento y espaldar de damasco carmesí, flecos de seda, clavazón de metal dorado y almohada de tela de damasco. Desde esta “montura” podía el monarca controlar el timón por medio de un mecanismo rematado en relucientes cordones de seda carmesí.

Blanquísimas velas, banderas y gallardetes pintados por Francisco de Zurbarán —nuevamentE— y Alonso de Llera. Llevaba dos anclas, seis piezas de artillería de bronce, su escala y cuatro remos dorados. Además, de proa a popa, un toldo de fina lona cubría la cubierta.

Rumbo a Madrid

Pocos días después, el 22 de Junio, se entregaba el navío al Capitán Lucas Guillén de Veas, que sería el encargado de hacerlo llegar a la Corte junto a otros tres hombres: Un joven grumete conocido como Maraver, un marinero-calafate y también carpintero de Triana llamado Francisco López —contratado para servir a bordo del navío mientras estuviese en la Corte— y un carretero experto llamado Pedro Polo que sería el que manejaría un gran carro diseñado y construido especialmente para trasladar «El Santo Rey Don Fernando». A toda la dotación se le hicieron ropas de seda a juego con las telas del barco para que las lucieran ante Su Majestad.

Fue sacado del agua y subido sobre el carro y “zarparon”. Se sabe poco de su viaje, y eso que debió ser toda una peripecia. Ahora cuando veo pasar un camión por la carretera actual llevando una pieza para un aerogenerador me viene a la cabeza cómo debió ser aquella aventura en pleno siglo XVII. Y en julio.

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Fragmento de Nova Hispaniae Descriptio, por Jocodus Hondius, h 1610 (BNE)

Según cuenta el Capitán Guillén en sus cartas a Sevilla, llegaron sin novedad a principios de agosto, siendo recibidos en el Buen Retiro por el Conde-Duque de Olivares. Cuando Felipe IV y sus cortesanos subieron a bordo quedaron embelesados, según el propio Guillén: produjo en ellos su vista la más agradable impresión, navegándose por la tarde y mañana frecuentemente. 

El caso es que tras aquellos agradables paseos efectuados, no sólo por el rey, sino por casi toda la corte, prácticamente cada día de agosto y septiembre; además de su uso como “palco real” para ver las naumaquias desde el agua, el barco junto a su dotación tuvo que realizar el viaje de regreso a Sevilla. Lo que no se sabe es cómo, ya que el carro en el que vino gustó mucho al Conde Duque y se lo quedó. 

Detalle del Buen Retiro en el plano de Madrid de Pedro Teixeira (1656). El Estanque Grande queda representado en la parte central del tercio superior.

¿Lograron con esta proeza salvarse los oficios náuticos de las Reales Atarazanas?

Sin duda la Corte quedó impresionada con el «Santo Rey Don Fernando». En las cartas intercambiadas (de agosto a octubre de 1638) entre el capitán Guillén y Antonio Manrique se habla de la magnífica maniobrabilidad, tanto a vela como a remo, de la embarcación y cómo sorprendía a todos que algo tan pequeño tuviese todos los lujos y aparejos de una embarcación 4 o 5 veces mayor.

Pero en 1640 muere Antonio Manrique, el máximo defensor e impulsor de la recuperación de las Reales Atarazanas y poco tiempo después, en 1641, caían bajo la piqueta cinco de sus naves para levantar el Hospital de la Caridad y su iglesia, cuyos arcos todavía pueden vislumbrarse hoy día.

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Fachada de la iglesia del Hospital de la Caridad en Sevilla (Wikimedia)

Y, poco después, las orgullosas Atarazanas se rotularon con un cartel que decía: “La Real Casa de Atarazanas de Azogues de Indiasdejando de lado su función de astilleros para ser utilizados como arsenal de montajes de artillería y como almacenes comerciales.

Fuentes:

Archivo del Real Alcázar de Sevilla (Patrimonio Nacional)

Fernández Duró, Cesáreo (ed 1972) Tomo V Armada española desde la unión de los Reinos de Castilla y Aragón:. Consideraciones generales 1621-1665

Gestoso y Pérez, José (1890) “El navío «El Santo Fernando» memorias históricas sevillanas del siglo XVII

Moreno Villa, José (recopilados en 1999) Artículos varios 1906-1937, Volumen 1 (Diputación de Málaga)

Cascales y Muñoz, José (1931) Francisco de Zurbarán, su época, su vida y sus obrascon el favorable in forme de la Real academia de bella artes de San Fernando y 80 fotograbados de los mejores cuadros del artista

 Elliott, John H. / Brown, Jonathan (2016) Un palacio para el Rey: El Buen Retiro y la corte de Felipe IV

Miguel Ángel Ferreiro

Militar de carrera, autor de "La Segunda Columna" (Ed.Edaf), director de este proyecto e Historiador del Arte (UNED). Entre África y Europa, como el Mediterráneo.
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