
- El ejército reunido en Badajoz constituía una de las mayores concentraciones de fuerzas de la monarquía hispánica en el siglo XVI.
El 25 de agosto de 1580, en las inmediaciones de Lisboa, se libró la batalla que decidiría el futuro de Portugal. La muerte del rey Sebastián I en Alcazarquivir (1578), sin descendencia, y la breve regencia de su tío abuelo Enrique I (muerto en enero de 1580), habían dejado a la monarquía lusa sin heredero directo.
En este vacío emergieron dos pretendientes principales: Felipe II de España, nieto de Manuel I de Portugal por línea materna, y don António, prior de Crato, hijo bastardo del infante don Luis. António logró apoyos en el pueblo llano, mientras que Felipe II contó con el respaldo de la alta nobleza, el clero y las élites urbanas.
El cronista Luis Cabrera de Córdoba lo expresó con claridad en su Historia de Felipe II:
Felipe se halló con derecho claro y justo a la corona de Portugal, y con la obediencia de los pueblos principales, aunque con la contradicción de algunos que, por ambición o ignorancia, siguieron al prior de Crato.
El envío del duque de Alba
Felipe II decidió asegurar su derecho dinástico por la fuerza si era necesario. El elegido para comandar la operación fue el veterano Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba, con 73 años de edad, famoso por sus campañas en Italia y en Flandes.

El ejército reunido en Badajoz constituía una de las mayores concentraciones de fuerzas de la monarquía hispánica en el siglo XVI. Las cifras exactas varían según las fuentes, pero la historiografía moderna coincide en que se trataba de un contingente numeroso, disciplinado y compuesto por veteranos de los Tercios con experiencia en Italia y Flandes. Geoffrey Parker y Henry Kamen subrayan que la diferencia decisiva no fue tanto el número, sino la calidad del ejército del duque de Alba, adiestrado en años de campañas europeas.
Según Jacqueline Hermann, investigadora de la crisis de sucesión portuguesa, en una actitud claramente propagandística, se llegó a hablar de más de 60 000 hombres al servicio de Felipe II. Por otro lado, la investigación de Laurence White, en su estudio sobre la organización de los tercios, señala que en ese mismo año la fuerza del duque de Alba alcanzaba en torno a 37 000 soldados. Unas discrepancias, sin duda, que indican la percepción intimidadora que generaba la maquinaria militar hispana en la época.
Por el contrario, las huestes de don António, prior de Crato, estaban formadas de manera apresurada con milicianos urbanos, campesinos y voluntarios, carentes de cohesión y de disciplina militar. Aunque algunas fuentes de la época inflaron las cifras portuguesas hasta los 25.000 infantes y 2.500 jinetes, los investigadores actuales coinciden en que se trataba de un ejército heterogéneo y mal preparado. Además, tampoco existe evidencia académica sólida que respalde la participación de “esclavos africanos liberados” en sus filas, dato que aparece en relatos tardíos (artículos infantiles o divulgativos contemporáneos) sin respaldo documental, afirmando que el prior les ofreció la libertad a cambio de luchar a su lado.
El cronista Juan de Mariana señaló en su Historia general de España que:
El prior, con muchedumbre de gentes mal dispuestas y sin orden, se opuso al duque de Alba, que llevaba consigo soldados viejos, ejercitados en armas, y por eso fue la victoria dudosa en el principio y cierta en el fin.

25 de agosto de 1580, inmediaciones de Lisboa
La estrategia del duque fue clara: un avance rápido hacia la capital, evitando que António consolidara apoyos. Tras cruzar la frontera en agosto de 1580, las tropas españolas encontraron escasa resistencia inicial. Don António trató de bloquear el avance cerca del arroyo de Alcântara, en las afueras de Lisboa, en un terreno donde esperaba compensar la inferioridad de su ejército. Su plan era resistir lo suficiente para que Lisboa se levantara en armas a su favor.
El conde de Vimioso y el obispo de Guarda le acompañaban, pero carecían de una cadena de mando sólida. El ejército carecía de cohesión, y el propio António, aunque carismático, no tenía experiencia militar.
El choque se produjo en la mañana del 25 de agosto. El duque de Alba desplegó su artillería y ordenó el avance de la infantería en formación cerrada. Los lusos abrieron fuego con su artillería, pero la falta de disciplina en sus filas pronto se hizo evidente. El cronista Cabrera de Córdoba narra el momento decisivo:
La caballería del Prior fue rota en la primera embestida; los soldados huyeron sin orden, y la infantería, viendo perdida la batalla, comenzó a retirarse en confusión.

Las bajas reflejan el desequilibrio de fuerzas: unos 4.000 lusos muertos o capturados, frente a 500 bajas españolas. El Prior de Crato logró huir, disfrazado, hacia Santarém, y posteriormente a las Azores, donde seguiría resistiendo. Juan de Mariana lo describe de manera sucinta:
Fue vencido don Antonio, desbaratadas sus huestes y puestos en fuga los que le seguían, quedando el campo lleno de muertos.
Dos días después de la batalla, el duque de Alba entraba en Lisboa al frente de sus tropas. La ciudad no ofreció resistencia. Paralelamente, la flota de Álvaro de Bazán, compuesta por más de sesenta galeras y un nutrido conjunto de naos y fragatas, había asegurado la desembocadura del Tajo, forzando la rendición de la escuadra portuguesa mediante bombardeos y maniobras de bloqueo. De este modo, la ofensiva terrestre y la naval se combinaron para aislar a Lisboa y hacer inevitable su caída.
El camino estaba despejado para que Felipe II fuera reconocido como rey de Portugal. La proclamación oficial llegó en 1581, cuando fue coronado en Tomar como Felipe I de Portugal, dando inicio a la Unión Ibérica. La campaña fue, además, un triunfo personal del duque de Alba, quien, a pesar de su avanzada edad, demostró capacidad de mando y disciplina.

La victoria selló la unión dinástica de las coronas de España y Portugal bajo los Austrias. Aunque las instituciones lusas se mantuvieron, en la práctica se integraron en la política imperial de Felipe II. El Prior de Crato no se rindió. Encontró apoyos en Francia e Inglaterra, y desde las Azores intentó mantener viva la resistencia, pero sin éxito duradero.