En una visita que hemos realizado a la Casa Museo de Manuel de Falla en Granada, una pequeña fotografía colgada en la pared del recibidor nos llamó llamó la atención. Era una mujer, vestida de mantilla, con gran porte, sonriente y posado decidido, se trataba de Micaela de Aramburu Picardo, pero ¿Qué hacía esa fotografía en la casa del Maestro?
Al acercarnos a la Fotografía se puede leer: A Don Manuel de Falla, el más ilustre de mis paisanos. Micaela de Aramburu. 12- I- 1920(¿). Y tras leer la dedicatoria, es cuando nos damos cuenta de que no se trata de una foto, si no de una reproducción de un cuadro realizado por Zuloaga.
¿Quién fue Micaela de Aramburu?
Micaela de Aramburu, era miembro de una destacada familia de banqueros gaditanos, cultos y refinados con gran influencia anglo-francesa.
Esta señorita, al cumplir 18 años, heredó una importante suma de dinero procedente de su madrina, Micaela Aramburu Fernández, esposa de José Moreno de Mora —un importante bodeguero de la ciudad (hoy día bodega Osborne).
Aficionada al arte como su padre, decidió invertir en ella y quiso encargar un retrato al pintor de su tiempo que más admiraba: Ignacio Zuloaga. Pero no lo tuvo tan fácil, el pintor vasco estaba por entonces desplazado en París y no aceptaba cualquier encargo.
¿Cómo logró que Zuloaga pintase su retrato?
Para poder llegar a Zuloaga, Micaela, a través de su madre, pudo hablar con la hermana de Manuel de Falla. Ésta, que cuidaba de su hermano en su casa de Granada, habló con el Maestro para que intercediera por la hija de su amiga, y paisana.
Falla escribió a Zuloaga a París recomendándola para que aceptara su encargo. Entonces, el pintor, solicitó al Maestro Falla que Micaela le enviase una fotografía; pero a Zuloaga no le gustó, alegando que en la foto no podía captar la esencia de la joven, por lo que le dijo que o venía a París o no la pintaba. Otros historiadores aseguran que fue su madrina la que convenció a la hermana de Falla para que este escribiera a Zuloaga.
El viaje a París de Micaela de Aramburu
Micaela, que no tenía problemas de ningún tipo para viajar a París, cogió sus bártulos y decidida a que Zuloaga le realizara un retrato pasó un mes en París, posando para el cuadro y para los bocetos previos.
Allí trabó amistad con la hija del artista y con su esposa, y conoció a numerosos toreros, militares, artistas, intelectuales y bailarines, que pasaban también por el estudio.
El lienzo pasa al Museo de Cádiz
El Museo de Cádiz incorporó este lienzo tras la donación que los hermanos de Micaela, Álvaro y María Luisa, realizaron tras su fallecimiento hace algunos años. Es una de las piezas más destacadas de la pinacoteca gaditana, y la pieza principal de la Sección de Bellas Artes. El deseo de la familia fue legar a su ciudad la pieza artística más amada por Micaela. Según contaba a la prensa María Luisa Aramburu el día de la donación de la obra al Museo:
Zuloaga pensaba pintarla con Cádiz al fondo.
Pero que por aquella época un pintor, creo que Manet, dijo que Zuloaga no sabía usar el azul, así que la pintó de azul con el fondo azul.
Contó también que al vasco le encantó el resultado, un precioso y colorido óleo sobre lienzo de 2m por 1,20, y quiso quedarse con el cuadro, pero Micaela no cedió. Se ve que al final la muchacha sí tenía gracia.
Es bien sabido que cada vez que Zuloaga visitaba Cadiz, pasaba por la casa de los Aramburu para ver el cuadro y de paso saludar a sus amigos.
El gran formato y el buen estado de conservación le confieren un gran valor, además de ser retrato de una persona representativa de la sociedad gaditana del siglo XX.
Maria Luisa de Aramburu, artífice principal de la donación de la obra a la ciudad, cuando lo vio salir de la casa de la Alamaeda hacia su nuevo destino, sollozando dijo: «Hoy ha muerto Micaela por segunda vez». Pero como bien dicen los gaditanos, esta gran señora, la hermana de Micaela, nunca pensó en si misma y sus preocupaciones fueron siempre su hermano y su Cádiz.
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