Durante el reinado de Fernando VII, la flota española se encontraba en un estado desastroso. Años de abandono, desatención y guerra habían dado al traste con lo que fue una potente flota. Antes de la Guerra de Independencia, la derrota en Trafalgar (21 de octubre de 1805) ya había provocado un grave efecto desmoralizador y un agujero económico para fuerzas navales españolas. Esto supuso un paulatino abandono y dejadez en el mantenimiento de los barcos que quedaban, que terminaron por llevar al declive del poder naval español.
Para más inri, durante la guerra de independencia, que duró unos 6 años, no se construyó ningún buque, dejando a la flota en un estado precario. A su término el país necesitaba urgentemente nuevos barcos para poder competir con las potencias navales europeas y establecer una presencia naval fuerte en los territorios ultramarinos, ya inmersos en luchas independentistas. Fue entonces cuando Fernando VII decidió comprar barcos rusos. Sin embargo, esta compra resultó ser un despropósito que tuvo fatales consecuencias para la Armada.
El contexto histórico
Tras la Guerra de Independencia, España mantuvo un frente abierto en Hispanoamérica, lo que requería una flota fuerte y bien equipada. Tanto buques de guerra como unidades de transporte, que se veía obligada a alquilar a precios elevadísimos para transportar tropas de la península a las zonas de operaciones. Por lo tanto, la compra de barcos rusos para Fernando VII fue una decisión estratégica para recuperar la posición de España como potencia naval europea, inicialmente no era una mala idea.
En junio de 1817, Francisco Cea Bermúdez, representante extraordinario de España en Rusia, envió un comunicado al rey informándole de que la entrega de los barcos rusos debía ser una mera operación de compra-venta y no como un intento de dar a las relaciones hispano-rusas un carácter de exclusividad que provocase enemistad con Inglaterra.
El tema de tal advertencia era que la decisión de compra la había tomado Fernando VII en persona, seguramente motivado por estos gastos en buques de alquiler y por la negatividad de Inglaterra a cederle sus barcos. Además, esta compra había sido evaluada por la Armada como algo “no recomendable”, por lo que el rey tuvo que tomar la decisión en secreto y sin el conocimiento de los marinos profesionales, lo que demuestra la ruindad del rey y su corte de aduladores.
El convenio de compra
Finalmente, se llegó a un convenio de compra que fue sellado y firmado por Fernando VII. El rey contemplaba ensimismado el texto del convenio, soñando con vigorosos y recios barcos integrados en su potente flota que transportarían hacia América un poderoso ejército encargado de recuperar para su real corona los territorios ocupados por los insurrectos. Inicialmente se habló de adquirir unas 8 fragatas, pero finalmente se redactó un convenio que establecía la compra de 5 navíos de línea con un importe total de 13.600.000 rublos (venían a ser unos 68.000.000 reales de vellón). Para pagar esa cantidad se establecía un pago inicial de 400.000 libras esterlinas. Además, estas libras esterlinas fueron pagadas por el gobierno inglés como compensación por haber abolido el tráfico de esclavos en el África negra según el Convenio de Viena.
Los barcos serían entregados en el puerto de Cádiz, y España tendría derecho a inspeccionarlos antes de aceptar la entrega. Además, el convenio establecía que los barcos rusos serían equipados con armamento y tripulación española, lo que permitiría a España tener un mayor control sobre su flota.
La llegada de los barcos rusos
El 21 de febrero de 1818, los barcos rusos llegaron al puerto de Cádiz. Unas construcciones impresionantes: grandes, fuertes y bien equipados, al menos a primera vista. España estaba a un paso de recuperar su posición como potencia naval europea.
Sin embargo, los barcos eran muy diferentes a los que se construían en España, aquellos 6 meses que habían tardado los rusos en seleccionar los buques a enviar a España, probablemente los invirtieron en rebuscar entre toda la chatarra de su flota cuáles eran los peores barcos que podían entregar con la condición de que, al menos, flotasen hasta llegar a puerto español. ¿Qué estaba pasando?
Las autoridades marítimas españolas, incluyendo al Ministro de Marina, se enteraron de la llegada de 11 buques provenientes de Rusia cuando estaban entrando ya en el puerto Cádiz y se sorprendieron de que ni siquiera hubieran sido nombrados supervisores para comprobar el estado de las unidades que se compraban, el rey había tenido especial cuidado en mantener apartados a los mandos de la Armada de los entresijos de la operación y solo el Secretario de Guerra Francisco de Eguía sabía con antelación sobre la llegada de los barcos rusos.
¿Por qué se compraron?
Fernando VII carecía de conocimientos sobre barcos, navegación y las condiciones de los navíos rusos que se iban a comprar. Esto lo hizo vulnerable a la manipulación y el engaño por parte de su círculo cercano, compuesto por cortesanos aduladores, incompetentes, interesados en su propio beneficio y sin escrúpulos. Entre ellos se encontraban Pedro Gravina, nuncio del Papa; Antonio Ugarte, secretario privado del rey, Blas de Ostolaza, confesor del Infante don Carlos; y Francisco de Córdoba, quien fue elevado desde guardia de corps al ducado de Alagón en solo cuatro años gracias a su amistad con el rey.
Además, también formaba parte de esta “camarilla” el Secretario de Guerra Francisco de Eguía, precisamente el único informado de todo el proceso porque había sido él mismo quién negoció prácticamente todo el pastel con el embajador del zar, Dimitri Tatishchev. Entre ambos redactaron el convenio de compra sin que el rey fuera realmente consciente de lo que estaba pagando.
¿Qué ocurrió después?
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