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«Que la tierra te sea ligera», la muerte en la antigua Roma

Epitafios y rituales mortuorios en la Roma Clásica

Hoy nos vamos con una de epitafios… y es que hasta estos, son historia pura. Así lo reflejan las frases lapidarias de personajes como Shakespeare, con su frase: “Buen amigo, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí encerrado. Bendito el hombre que respete estas piedras, maldito el que mueva mis huesos”; o Nostradamus con su epitafio: “No envidéis la paz de los muertos”; por no hablar de lo que supuestamente podía leerse en el sepulcro de Alejandro Magno —en paradero desconocido, y considerado como otro Santo Grial de la arqueología moderna—: “Una tumba es suficiente para quien el Universo no bastara”.

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Tumbas a lo largo de la Via Appia, Roma (foto: Khan Academy)

Sit tibi terra levis

Pues bien, más allá del Descanse en Paz (DEP) o del Requiescat in pace (RIP), hoy os traigo el epitafio que se utilizaba en el mundo romano: Sit tibi terra levis, o lo que es lo mismo, “Que la tierra te sea ligera”. Algo que perfectamente se podría haber escrito en la lápida del general romano más cinematográfico de la historia: Máximo Décimo Meridio, protagonista del film “Gladiator”, de Ridley Scott (2000). En este caso de Marcus Nonius Macrinus, el auténtico general en el que se inspiró el realizador británico para dar forma a su protagonista.

Esta inscripción tan poética fue muy utilizada en el mundo romano precristiano. Su uso más frecuente era tallarla a modo de abreviatura, es decir, poniendo la siglas ‘S·T·T·L’Por no decir que es una forma de decirle directamente al difunto que aguante y sea paciente. Idealizando con ella la trascendencia de su cuerpo. Anhelando esa esperanza de permanecer el menor tiempo posible en la sepultura, hasta que pase a una vida mejor.

Otras formas de expresar la locución que estamos analizando son: ‘T·L·S’, cuyo significado es Terra levis sit / “Que la tierra sea ligera”; o ‘S·E·T·L’, en latín Sit ei terra levis / “Que a este le sea ligera la tierra”.

Ara funeraria de Publio Pomponio Floro, siglo II d.C.
“P. POMPONIVS FLORVS ANN XXXIX H.S.E.S.T.T.L. HERD FECER” (P. P. FLORVS ANN XXXIX HIC SITUS EST SIT TIBI TERRA LEVIS HERD FECER) “Publio Pomponio Floro, de 39 años de edad, aquí yace, que la tierra te sea leve. Sus herederos le dedicaron e hicieron este monumento”

Estos epitafios señalaban además del nombre del muerto, junto a su fecha de su nacimiento, el nombre de la persona que sufragó la tumba y que relación tenía con él (o ella). Asimismo, también se podía tallar en las lápidas los logros en vida del fallecido, incluso mensajes a sus visitantes.

El rito funerario romano, llamado funus, implicaba un riguroso protocolo en el que se podía determinar, entre otras cosas, el periodo del Imperio o la clase social del difunto.

Rito funerario romano

El funeral romano era un rito de iniciación que significaba la transición entre los estados de la vida y la muerte. Era muy importante realizar las ceremonias y el entierro de manera adecuada para evitar que su espíritu, malicioso por no haber recibido correcta sepultura, se levantara del inframundo y atemorizara a los vivos.

Las numerosas fuentes antiguas que han llegado hasta nuestros días, hablan, por lo general, de cinco partes diferenciadas para la realización del ritual funerario: procesión, cremación y entierro, elogio, fiesta y conmemoración. Los romanos tenían sus usos y costumbres muy bien definidos.

La procesión

Cuanto más rico y famoso fue el fallecido en vida, más llamativa sería su procesión fúnebre. Incluyendo un gran número de mimos y músicos. Por no hablar de las ‘dolientes profesionales’ que formaban parte del cortejo. Estas siempre eran mujeres –sin ninguna vinculación familiar al difunto, y se les debía pagar por su participación. Según los relatos de la época, estas plañideras lloraban ruidosa y desconsoladamente y hasta se arrancaban el pelo.

Libertos y sirvientes del difunto también participaban en la procesión como una forma de mostrar respeto l que era o fue su señor. Del mismo modo, actores ataviados de máscaras ancestrales y disfraces, representarían a los antepasados ​​del fallecido. Y es que la adoración de los antepasados ​​era absolutamente crucial para las creencias romanas sobre la muerte y el más allá. Entre toda esta parafernalia, el cadáver era transportado en féretro hasta el lugar de su cremación o entierro.

Cremación o entierro

En caso de cremación, el cuerpo era llevado hasta la necrópolis o ciudad de los muertos y colocado sobre una pira funeraria. Posteriormente se le colocaba una moneda en la boca o en los ojos, siguiendo la costumbre griega. Dinero que servía como forma de pago a Caronte, el barquero mitológico que transportaría su alma a través de la laguna Estigia hacia el reino de los muertos. Tras ello, se prendía fuego al cadáver y sus cenizas y fragmentos eran introducidos en una urna funeraria, que posteriormente se depositaría en la tumba. Quienes más tenían, como ya hemos comentado, se encargarían de ser recordados con una hermosa lápida y epitafio.

Mientras que la cremación fue el método más común desde la formación de Roma hasta mediados del siglo II d. C., las inhumaciones o entierros se harían más populares a partir de este periodo. El cuerpo se colocaba dentro de un ataúd, llamado sarcófago, que solía ser macizo y estaba ricamente esculpido con escenas bélicas, políticas o mostrando veneración a las deidades.

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Caronte, ilustración de Gustave Doré para La divina comedia de Dante.

Elogio

El laudatio funebris o elogio era una oración formal en alabanza al difunto, siempre y cuando éste proviniese de una familia pudiente. Aun así, si era una mujer, también podría recibir un elogio —aunque volvemos a lo mismo: siempre y cuando fuera importante, económicamente hablando—.

Ara funeraria de Dasumia Procne, siglo II d.C.
“D[IS] M[ANIBUS] S[ACRUM] DASVMIA PROCNE ANN XXXX PIA IN SUIS H.S.E.S.T.T.L.”
“Consagrado a los Dioses Manes, Dasumia Procne, de 40 años, piadosa con los suyos, aquí yace, que la tierra te sea leve”

Banquete

La despedida hacia la otra vida no podía ser entendida sin una buena comida cargada de vino y carne –preferentemente cerdo-. Que mejor manera de honrar al muerto, celebrando que la Gloria le esperaba.

Conmemoración

Una vez que el cuerpo era enterrado o cremado, el difunto aún debía ser recordado a lo largo del tiempo. Por ello, el estado romano establecería ciertos días al año para recordar a sus seres queridos. Entre ellos, la ‘Parentalia’, que se celebraba del 13 al 21 de febrero. O la ‘Caristia’, que se celebraba el 22 de febrero, y en la que se solía llevar alimentos a las tumbas para que los muertos los consumieran allá donde estuviesen.

Podríamos decir pues, que el mes de febrero, para los romanos, era su mes de difuntos. Y no quiero finalizar este artículo sin citaros un extracto del epitafio del emperador César Augusto:

“He representado bien mi papel. Despedidme pues de la escena, amigos, con vuestros aplausos”.

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Reconstrucción del aspecto original del mausoleo de Augusto

Fuentes:

“Veni, vidi, vici. Hechos, personajes y curiosidades de la Antigua Roma”, Peter Jones. Editorial Crítica (2013);

altima-sfi.com;

wikipedia.org;

hoy.es;

tarraconensis.com;

sitibiterralevis.wordpress.com.

_David Rodriguez Cordón

Periodista 3.0, escritor e investigador. Apasionado de la II Guerra Mundial y de la Historia en general. Todo el día de aquí para allá.
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