Hablemos de un descubrimiento que, sin duda, hará las delicias de aquellos aficionados a la historia que se deleitan con las crónicas de un pasado que, aunque lejano, sigue desvelándonos sus secretos. Recientemente, en la ciudad de Xinzhou, en la provincia de Shanxi, al norte de China, ha salido a la luz una tumba de la Dinastía Ming que nos ha dejado boquiabiertos. Y es que, señoras y señores, no todos los días uno se topa con una maravilla arqueológica de más de 430 años de antigüedad en un estado de conservación envidiable.
Esta reliquia, cuya existencia se remonta al periodo de esplendor del Imperio Chino bajo la Dinastía Ming (1368-1644), nos ha brindado un atisbo a la vida y la muerte de aquellos que vivieron en una de las épocas más fascinantes de la historia de China. La tumba, que se ha mantenido casi intacta, alberga en su interior un ataúd de madera y un mobiliario funerario de una riqueza que pocas veces se ha visto en Shanxi, una región donde el paso del tiempo suele cobrarse su tributo en madera y tejidos.
Los encargados de desenterrar semejante hallazgo han sido los expertos del Instituto Shanxi de Reliquias Culturales y Arqueología, que, en medio de la construcción de una autopista, se toparon con este tesoro sepultado. Durante las excavaciones se desvelaron vestigios de periodos tan remotos como la Era Longshan (2900-2100 a.C.) y la época de los Reinos Combatientes (475-221 a.C.), además de 66 tumbas pertenecientes a las dinastías Han, Tang, Jin, Yuan, Ming y Qing.
Ahondando en el corazón de este descubrimiento, la tumba de la Dinastía Ming encontrada en la terraza oeste de la aldea Hexitou, en el distrito Xinfu de Xinzhou, es un prodigio de la arquitectura sepulcral. Se trata de una cámara de ladrillo de unos 25 metros de largo de este a oeste y unos 6,5 metros de ancho de norte a sur, con un pasaje inclinado de unos 20 metros que culmina en una casa de puertas con un par de portones pesados. La puerta misma es una maravilla tallada en piedra que imita la estructura de madera, con dos cabezas de dragón que custodian cada extremo del tejado, y losas de piedra exquisitamente labradas con motivos florales que enmarcan las puertas.
Adentrándonos en la tumba, nos encontramos con una cámara principal y una más pequeña en la parte de atrás, además de dos nichos, uno al norte y otro al sur de la cámara principal, que albergan vasijas de porcelana. No falta detalle en este repositorio final: hay cuatro jarras y cinco tazones, llenos de granos, líquidos o posiblemente lípidos. El suelo de la cámara principal está adoquinado con ladrillos, y los granos se acumulan en las cuatro esquinas del recinto y en otros siete puntos.
Los dos ataúdes de madera que reposan en el centro de la cámara principal son un testimonio de la riqueza y el estatus del difunto. El más pequeño, aunque con paneles exteriores colapsados, lleva inscripciones en la tapa que nos hablan de tiempos y personas ya idas. El ataúd interior, en cambio, se mantiene en condiciones óptimas y está pintado con flores, hierbas y aves en colores que desafían los siglos.
La cámara más pequeña no es menos impresionante, amueblada con altares de madera, mesas, sillas, candelabros, soportes para lámparas, quemadores de incienso, ollas de estaño, tazas, platos, figuritas de madera pintadas, piedras de tinta, pinceles, portaplumas y otros utensilios de escritura que hablan de una vida dedicada a la cultura y las letras. Todo este conjunto conforma una estampa de otro tiempo que nos susurra al oído cómo era la vida de aquellos que caminaron por estas tierras mucho antes que nosotros.
Pero no todo en la tumba son objetos inanimados. También se han encontrado figurillas de cerámica que representan a criados, así como caballos y camellos, que nos indican que el propietario de la tumba estaba rodeado de sirvientes y riquezas incluso en su viaje al más allá. Estas estatuillas, aunque mudas, hablan volúmenes sobre las creencias y prácticas funerarias de la época, donde la muerte no era un final, sino una transición a una vida diferente, en la cual las comodidades y el estatus social seguían siendo relevantes.
El trabajo de los arqueólogos no ha terminado con el desempolvar de la tumba y sus tesoros. Ahora comienza la minuciosa labor de documentación, conservación y estudio. Cada objeto, cada grano de polvo, cada trazo de pintura en los ataúdes, será analizado para comprender mejor la historia de esta tumba y su dueño. A través de estos estudios, se espera no solo desentrañar los misterios de la tumba, sino también obtener una visión más amplia de la sociedad de la Dinastía Ming en la región de Shanxi.
En un país con una historia tan rica y extensa como China, cada nuevo hallazgo arqueológico es una pieza más del rompecabezas que es su pasado. La tumba de Xinzhou no es una excepción. Nos ofrece una ventana única hacia la opulencia y el arte funerario de la clase alta durante la Dinastía Ming, una era caracterizada por su estabilidad política, florecimiento económico y riqueza cultural.
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