El encuentro del futuro rey Carlos I de España con las tierras hispanas no se produciría conforme al protocolo ideado. El fortuito desembarco en la villa de Tazones (Asturias) y pernocta en la próxima Villaviciosa —según sus propios cronistas— el 19 de noviembre de 1517 fue la primera de muchas anécdotas del viaje del joven Habsburgo, cuyo accidentado viaje a Valladolid parece estar conjurado por el propio Cisneros y los que pudieran oponerse a sus pretensiones: su hermano, el infante don Fernando (nacido en Alcalá) y su madre, doña Juana.
El encuentro con la Reina Juana, su madre
El futuro “César” Carlos, que llegó a las costas Ibéricas en 1517, quedaría impresionado por la visita que realizó a su madre prisionera en Tordesillas. Aunque inicialmente no pensó que pudiera suponerle problemas, más adelante llegará a pensar que aquella mujer podría significar un obstáculo para sus intereses, por eso el 14 de enero de 1520 escribió una carta al Marqués de Denia, encargado de la custodia de doña Juana, en la que decía:
Lo más conveniente es que ninguna persona hable con S.A., pues aquello no puede aprovechar sino dañar
Mientras esto sucedía, la muerte de Cisneros y la posterior salida de España de su hermano hacia el norte de Europa parecía que le dejaban el camino despejado. Pero la traída de la corte flamenca le supondrá más de un disgusto, puesto que la nobleza española no estaba muy dispuesta a sufrir esta rivalidad.
Problemas en Valladolid
Su llegada a Valladolid supuso otro quebradero de cabeza para las clases altas españolas. Al no tener la villa suficientes alojamientos para el cortejo, se suprimieron antiguos privilegios —como el que libraba al clero de tener que alojar en sus domicilios huéspedes oficiales. Y tocar al clero en aquellos tiempos tenía sus consecuencias en el púlpito, los discursos en las misas y protestas en las iglesias promovieron una corriente de indignación general.
Los nuevos planes de nombramientos y cargos, para personas de confianza del futuro Rey —todos flamencos y recomendados por Jean de Sauvage, asesor del joven príncipe—, llenan de indignación a la nobleza castellana. Las cortes de 1518, en las que Carlos oficializaría su corona jurando en las Cortes de Castilla junto a su madre, no parecían arrancar muy bien. Según se dice, el tono de las mismas sería preludio de graves acontecimientos.
La poderosa Castilla, heredera de los Reyes Católicos, advertía más que informaba en tono muy severo al nuevo Rey, por boca de su nobleza, de sus obligaciones. Le piden que aprenda castellano, que respete las costumbres y leyes del Reino, que no salgan caudales de Castilla, también que jure que no va a meter extranjeros en el gobierno, y sobre todo:
El buen regir es facer justicia que es dar a cada uno lo que es suyo
Nombramiento como Emperador mientras juraba en Aragón
Carlos no lo tendría tampoco fácil en Aragón. Siendo los aragoneses reticentes a aceptar su juramento con la reina Juana viva. 8 meses se quedó el cortejo en Zaragoza antes de ser autorizados a ir a Barcelona para ser jurado por las Cortes. Es allí donde recibe la noticia de su elección como Emperador e inicia los preparativos para trasladarse a Alemania. Ni la tensión castellana, ni las dificultades aragonesas, ni tan siquiera el no haber jurado en Valencia iban a detener sus planes.
En 1520 regresa a Castilla para solicitar a las Cortes el pago de su viaje a Alemania. Movió todo los hilos que pudo: obispos como el de Santiago realizaron misas propagandísticas a su favor, el propio monarca pronunció un discurso ante los nobles en castellano… pero no lograría el pago hasta que no movió bien los hilos a base de sobornos y amenazas. Tras eso sí se aprobó su impuesto. El nuevo Rey no estaba en la península, el cargo de Inquisidor General había sido entregada a un extranjero (Adriano de Utrech) así como el poderoso arzobispado de Toledo (Guillermo de Croÿ). La herencia del respetadísimo Cisneros estaba siendo mancillada y encima comenzaban a vaciar las arcas de Castilla, cosa que parecía era la única pretensión de Carlos.
Los problemas en la costa mediterránea (Valencia y Mallorca), las Germanías.
La costa Mediterránea —además del desplante en Valencia y Mallorca, donde Carlos no juró— sufría más que las demás. La peste de 1519 y el continuo acoso de los piratas sarracenos agravaron la tensión y el odio hacia el Austria.
La peste de 1519 hizo huir a la nobleza del reino de Valencia, donde estaban organizadas las llamadas germanías (de germà, hermano en valenciano) un sistema de reclutamiento creado en tiempos de Fernando el Católico para defenderse de las incursiones piratas. Tras el abandono de la nobleza, las clases medias y gremiales de la ciudad se hicieron cargo de un representante de cada gremio para regir la capital valenciana. El movimiento se fue radicalizando en contra de la nobleza, del rey extranjero y de los musulmanes residentes en el reino. Dos grandes frentes se abrían en las Hispanias: en Castilla los “Comuneros” y en Valencia las “Germanías”.
La insurrección valenciana no tuvo todo el éxito deseado, las tropas realistas se hacían fuertes y los conflictos internos entre los líderes valencianos terminaron por dar al traste con el movimiento. La represión de la Corona sobre Valencia —auspiciada por la nobleza que quería recuperar su lugar— fue brutal, se dicen que se firmaron más de 800 sentencias de muerte.
En Mallorca se realizó una junta a imagen de Valencia, con 13 miembros (la Tretzena). En sus inicios fue muy radical, incluso ordenaron una matanza contra los nobles en el Castillo de Bellver. Tras casi 2 años de guerras en la Isla, los Germaníados se rinden en Palma de Mallorca. Pero, pese a la mediación del obispo de Palma más de 200 fueron ejecutados, huyendo los que pudieron a Cataluña.
Los Comuneros
En cuanto a los Comuneros, un movimiento que suscita controversias e interpretaciones de diferentes tipos entre los historiadores. Está claro que los primeros conatos de sublevación contaron con un apoyo mayoritario pero cuando los actos se tornaron en contra de la alta nobleza, Carlos I encontró ahí un poderoso aliado para controlar la causa rebelde. En un principio, para el futuro Carlos V, aquello no representaba ningún problema. Su mente estaba ocupada en su coronación en Aquisgrán, los problemas con Francia, la amenaza del turco o el luteranismo, a pesar de las cartas de Adriano de Utrecht en las que se da cuenta de los problemas de la Hispania.
Solo hasta que los comuneros entran en Tordesillas (septiembre de 1520) y se entrevistan con la Reina Juana, Carlos reacciona. Emite varias órdenes para “hispanizar” los gobiernos, remite un pago a las conflictivas diócesis gallegas y envía emisarios a negociar con las ciudades de Castilla —como Burgos— indecisas o dispuestas a abandonar la causa comunera.
Sin embargo, la situación seguía siendo grave. Íñigo Fernández de Velasco, el condestable de Castilla recién nombrado, escribía en estos términos al Emperador:
Todo cuanto hay de aquí a Sierra Morena está levantado y conminándole a que regrese a Castilla. Y si no, a que enviéis dineros y muchos. Envíe también refuerzos de soldados.
Hasta hoy no me parecía que debía entrar gente extranjera; agora, Señor, digo que vengan alemanes y vengan franceses y vengan turcos, que todo es necesario para restituiros en vuestro Estado.
Tras una espectacular recuperación de Tordesillas por parte de las tropas realistas aportadas por nobles que apoyaban la causa del Austria, al mando del Condestable de Castilla, algunas villas dejaron de apoyar la causa comunera. Con la pérdida de Tordesillas perdieron a Juana y con ella la posibilidad de legitimar sus reivindicaciones amparándose en ella.
Un crédito enviado por Portugal a los Imperiales y la acumulación de errores por parte de los rebeldes inicia la escora de la balanza, para terminar con la espectacular derrota de Villalar. Toledo aun resistirá unos meses, pero termina sometiéndose finalmente. En verano de 1522 Carlos I de España y V de Alemania regresa a España con el objetivo de reducir las tensiones. Comenzará una fuerte represión que durará hasta bien entrados los años 30 del siglo XVI.
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