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La Hechicera del Tucumán, Un espeluznante caso de consumo de coca en Potosí a finales del XVII

Siempre resulta interesante descubrir en las crónicas de la época ciertos choques culturales –algunos más aparatosos que otros- que se produjeron entre españoles y nativos en las Indias, como son los casos de hechicería o curandería que se denunciaban al Tribunal, y que la mayoría no llegaban a procesarse, porque eran simples diferencias de costumbres, rituales o ceremonias, y no se llegaban a demostrar tratos con el maligno.

hechicera tucuman
El Cerro del Potosí 1685

Entre los cronistas del Nuevo Mundo que recogieron estos casos destacó el altoperuano Bartolomé Arranz de Orsua y Vela (1676-1736), el cual recogió, con mucho aporte imaginativo pero indudable base real, todos los sucesos posibles que habitan en la descomunal historia de su Potosí natal.
Uno de los que más me llamó la atención, y que hoy traigo al Reto Histórico, es este que narra las peripecias de una bruja malvada y los prodigios de la “coca india”

Un día de 1674, en una de las villas del Tucumán, una cuadrilla de bandidos, tras robarle toda la tienda a un mercader, se escondieron en una casa que encontraron en la gruta de una montaña, bien apartada del pueblo; y decidieron pasar allí la noche, para ocultarse de los alguaciles que los estaban buscando.
La dueña de la casa, una mujer de origen español llamada Claudia, de unos cuarenta años, acogió a los bandidos y los escondió en un cuarto.

Cuando llegaron los alguaciles, esta mujer los recibió con muy buenas palabras y les dio, según la crónica: «un bebedizo de coca, con el que se turbaron tanto que comenzaron a pelear y acuchillarse entre ellos, dando grandes voces»; a su vez, los bandidos huyeron con su botín, no sin antes darle una parte a aquella mujer por su ayuda.

hechicera tucuman
“Diseño de mulata” de Manuel Arellano, podría ser un ejemplo de la apariencia de Claudia.

Pronto se extendieron los cuentos sobre esta “hechicera” que: «Usando esta infernal yerba hacía notables maldades, porque es la que toman aquellos ministros del diablo para sus abominables y execrables vicios», nada menos. Pero esta señora no sólo fue mala para sí misma, sino que aficionó a varios jóvenes de la aldea, chicos y chicas, y los juntaba en contubernio en su casa, donde tomaban “la coca” y no veían la luz del sol durante días, algo así como un primitivo Afterhours tropical.

Muchas fueron las quejas que los habitantes de la región le dieron al alcalde Diego Muñoz, caballero del hábito de Santiago. Una mujer de la villa que estaba casada con un músico, denunció que «Llamaron a su marido de aquella casa para que fuese a tocar el arpa; allí las brujas le dieron la coca, que le hizo mucho daño, pues llegó pasada la media noche del día siguiente, ladrando como si fuera un animal»

hechicera tucuman
indios tratando la hoja de coca

Finalmente, el alcalde decidió atajar el problema. Reunió a varios alguaciles y, junto a un padre de la Compañía de Jesús, fue a la casa de la hechicera para llevarla a la cárcel.
Allí se encontraron a Claudia, muy turbada por su vicio, y el padre jesuita le pidió que se confesase y pidiese a Dios misericordia. Ella se negó y, dando terribles gritos, le pidió a una de sus pupilas que le trajese la coca, que la tenía en una bandeja de plata, y «sacando un puñado de aquella yerba se lo metió en la boca y al rato cayó difunta»

Y tal y como Bartolomé Arranz cierra esta crónica:

Éste fue el final de la hechicera Claudia del Tucumán, y estos y otros innumerables daños han seguido del vicio de la coca en este reino


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_Héctor J. Castro

Nacido en Ferrol, profesor de lengua inglesa y novelista. Su pasión por la Historia lo ha llevado también al modelismo de escenas bélicas, en el que ha conseguido varios premios de pintura y escenografía. En 2016 publicó el primer volumen de su trilogía El Siglo de Acero.
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