En el silencio húmedo de una celda siciliana del siglo XIII, iluminada apenas por la luz que se cuela entre barrotes oxidados, un místico judío español traza con el dedo letras hebreas invisibles en el aire. Su respiración es lenta y medida: cada inspiración acompaña a una consonante, cada exhalación a una vocal. Afuera, los guardias murmuran que está loco; dentro, él habita otro lugar, un territorio interior donde el sonido y el aliento se confunden con la voz de Dios. Ese hombre es Abraham Abulafia, creador de la cábala extática, un método que buscaba, mediante letras, sonidos y respiración, alcanzar la revelación directa sin intermediarios.

¿Qué es la cábala extática de Abraham Abulafia?
Extática procede del griego ekstasis, “salir fuera de sí mismo”. En el siglo XIII, que un místico judío sefardí buscara el éxtasis significaba mucho más que fervor religioso: implicaba traspasar los límites de la Ley, eludir la mediación de rabinos y rituales para alcanzar la revelación directa frente a la divinidad.
En la cábala tradicional, el camino hacia el conocimiento pasaba por el estudio, la exégesis y la vida piadosa. En la cábala extática de Abraham Abulafia, en cambio, la profecía se cultivaba como un arte práctico: combinando permutación de letras hebreas, entonación rítmica de sonidos y respiración controlada hasta entrar en estados de conciencia alterada. No era interpretación, sino inmersión total; no era doctrina, sino experiencia viva.
Esa ruptura —sutil y radical al mismo tiempo— le convirtió, según quién lo mirase, en mesías visionario o en hereje peligroso.
Castilla y la diáspora judía en el siglo XIII
En la segunda mitad del siglo XIII, la Corona de Castilla navegaba entre expansión y reorganización. Las fronteras se habían desplazado hacia el sur, y ciudades como Toledo, Sevilla, Córdoba o Murcia absorbían poblaciones diversas: cristianos viejos, musulmanes mudéjares y judíos sefardíes.
Las comunidades judías disfrutaban de un papel central en la economía y la cultura:
- Médicos al servicio de reyes y nobles.
- Traductores en la célebre Escuela de Toledo, que vertebraban un puente entre la ciencia árabe, la filosofía griega y el pensamiento europeo.
- Comerciantes que enlazaban el Mediterráneo con rutas interiores.
Pero el equilibrio era frágil: la tolerancia tenía límites políticos. Bastaba un cambio de monarca o una crisis para que los judíos fueran objeto de presión fiscal o sospecha.
En ciudades como Zaragoza o Tudela, el hebreo se mezclaba en las calles con el árabe y el romance. Las sinagogas convivían con iglesias y mezquitas. En ese caldo de mestizaje, la cultura sefardí era brillante y creativa… pero también celosa de sus tradiciones.
Es ahí donde aparece Abraham Abulafia (1240–c. 1291): un joven que, lejos de conformarse con los márgenes seguros de la erudición rabínica, se obsesiona con la idea de que el contacto con Dios no necesita intermediarios.

Vida, formación y primeros viajes
Abulafia nació en Zaragoza en 1240 —aunque algunas fuentes mencionan Tudela como posible ciudad natal— y quedó huérfano siendo muy joven. Recibió formación en hebreo, gramática, Biblia, Talmud y poesía hebrea, pero pronto sintió una inclinación hacia lo místico.
Se sumergió en los textos de Abraham ibn Ezra, cuyas interpretaciones numéricas y simbólicas de las Escrituras serían decisivas en la gestación de su sistema.
El método místico: letras, respiración y trance
En 1260, con apenas veinte años y movido por aspiraciones mesiánicas, Abulafia emprendió un viaje que pocos hubieran osado: buscar el río Sambatión. Según la tradición, este curso de agua separaba a las tribus perdidas de Israel del resto del mundo.
La leyenda decía que seis días a la semana el Sambatión era un torrente de piedras y fuego imposible de cruzar; el séptimo, se calmaba… pero era sábado, día en que ningún judío podía viajar.
Llegó a Acre, el último gran puerto cruzado en Tierra Santa. Quiso seguir hasta Jerusalén, pero la guerra entre mamelucos y mongoles lo impidió. El fracaso geográfico se convirtió en revelación interior: en Acre, entre mercaderes y soldados, se topó con manuscritos y tradiciones que le abrirían a la interpretación mística de las letras.
A partir de 1258, Abraham Abulafia emprendió un periplo que lo llevó por Oriente, Grecia e Italia, una travesía en la que absorbió influencias decisivas. En este tiempo entró en contacto con Baruch Togarmi, autor de una Clave de la cábala al Séfer Ietzirá, cuya lectura marcaría profundamente su método. Durante sus viajes también se empapó de la obra de Abraham ibn Ezra, maestro en unir exégesis bíblica y especulación numérica. Es posible que durante este tiempo estudiase las técnicas neoplatónicas y sufíes que vinculaban respiración y oración.

Choque con la autoridad rabínica
Abulafia definía su vía como un camino de conocimiento profético alcanzado mediante la manipulación consciente del lenguaje sagrado. Para ello empleaba tres herramientas fundamentales:
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Guematría:Cada letra hebrea tiene un valor numérico. Sumando o comparando esos valores, se revelan conexiones ocultas. Para Abulafia, esas conexiones no eran simples curiosidades: eran puentes hacia realidades invisibles.
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Notaricón: Consiste en formar palabras a partir de las iniciales o finales de otras, descubriendo frases ocultas. En manos de Abulafia, era un código para hablar con lo divino.
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Temurá: Permutación de letras para obtener nuevas palabras y significados. Practicada en series rítmicas, inducía un trance controlado.
Estas técnicas se acompañaban de meditación rítmica en los nombres divinos, control de la respiración y visualización de secuencias alfabéticas. El objetivo era inducir un estado de conciencia expandido que desembocara en una revelación interior. En su Otzar Eden Ganuz escribió:
Aquel que medita en las letras y las permuta, hasta que el espíritu de Dios repose sobre él, conocerá la verdad y será iluminado.
El ejercicio combinaba:
- Pronunciación de nombres sagrados.
- Respiración sincronizada.
- Movimientos corporales que acompañaban el ritmo.
Era, en su época, algo tan revolucionario como pretender fabricar la experiencia profética.

En 1270, ya de vuelta en la Península Ibérica, vivió en Barcelona lo que describió como su primera experiencia de éxtasis profético: una visión interior que confirmaba, según él, su misión espiritual. En los años siguientes, recorrió de nuevo diversas ciudades mediterráneas, Abulafia comenzó a presentarse entre las comunidades judías como el Mesías esperado, asegurando que la esperanza mesiánica se había cumplido en su persona.
Pero en la comunidad hebrea de Gerona, el rabino Shelomoh ben Adret (Rashba) una de las máximas autoridades sefardíes, vio en él un tipo peligroso. Por ello emitió un herem (algo así como una excomunión) que advertía:
No sigáis las palabras de Abulafia, pues sus caminos no son los de la tradición recibida.
El rechazo se intensificó cuando anunció que tendría lugar su aparición como el Mesías de Israel, lo que provocó alarma en los círculos rabínicos, que veían en aquel gesto un acto de arrogancia herética y una amenaza al orden comunitario. El psicoanalista Erich Fromm, en su libro “Y seréis como dioses”, hace mención a ese episodio con dureza (posiblemente tergiversando las fechas):
En 1284 Abraham Abulafia, de Tudela, anunció su pretensión de ser el mesías y que el año 1290 sería el de su aparición mesiánica. Pero una carta escrita por una de las autoridades rabínicas de España, el rabí Shlomo ben Adret, hizo que su intentona se derrumbara casi inmediatamente. Pero él siguió en el camino de la anarquía.
Aquel pronunciamiento fue el punto sin retorno: su nombre fue proscrito, sus textos silenciados, y sus discípulos perseguidos. Pero lejos de retractarse, Abulafia se refugió en la escritura, convencido de que su método trascendería su tiempo. Desde entonces, Abulafia fue un desterrado espiritual, moviéndose sin descanso y escribiendo para un círculo reducido de discípulos.
Encuentro fallido con el papa Nicolás III
En 1280, viajó a Roma con un plan inaudito: convencer al papa Nicolás III de que su método podía unir judaísmo y cristianismo en una nueva era mesiánica. Algunos autores afirman que lo que pretendía era que el Papa regresase al camino del judaísmo, pues nuestro místico lo tenía claro: En la Torá estaba la clave del mesianismo universal, y se lo iba a demostrar al Santo Padre.
Según relata él mismo en el Sefer ha-Ot, el Papa, que se encontraba en Soriano, al enterarse de la presencia de este judío en su territorio ordenó que fuese quemado en las afueras de la ciudad. Pero, fatídicamente, ese mismo día , el Papa murió repentinamente sin llegar a ejecutar la orden. Abulafia fue detenido y permaneció veintiocho días preso en el colegio de los franciscanos, hasta que fue liberado.
Para sus discípulos, lo que había ocurrido reforzó la idea de que la mano de Dios protegía a su maestro, mientras que para sus detractores era un signo de que su misión estaba maldita. Obviamente, el abrupto fallecimiento del Papa frustró la misión, pero no la intención. En cartas posteriores, Abulafia aludió a una “nueva era” donde las religiones serían como “ríos que vuelven al mismo mar”.

Cautiverio y últimos años
Arrestado bajo cargos de herejía, pasó semanas en una prisión siciliana. El encierro fue duro: comida escasa, humedad, aislamiento. Sin embargo, Abulafia describió la experiencia como propicia para el trabajo interior. En Sefer ha-Geulah, escribe:
Quien está solo con las letras no está solo. Pues ellas son compañía, voz y maestro.
Allí, según la tradición, dictó a escondidas obras como Sefer ha-Geulah a sus discípulos, quienes preservaron los textos como si fueran manuscritos clandestinos.
Algunos de sus discípulos más conocidos fueron:
- R. Joseph Chicatella, que incorporó elementos abulafianos a sus obras sobre los nombres divinos.
- R. Nathan ben Saadiah, quien adaptó parte del método a un marco más aceptable para las comunidades judías.
![Portae Lucis, traducción latina de la obra de Chicatella Shaarei Ora [Puertas de la luz]](https://i0.wp.com/elretohistorico.com/wp-content/uploads/2025/08/800px-Portae_Lucis_Joseph_Gikatilla.jpg?resize=500%2C658&ssl=1)
En el siglo XVI, la escuela de Safed (Palestina otomana) recuperó fragmentos de su método, aunque revisados y algo censurados por la liturgia luriánica. En el Renacimiento cristiano, algunos vieron ecos de su búsqueda en la mística carmelita. Aunque no hay pruebas directas, estudiosos como Moshe Idel y Elliot Wolfson han notado paralelismos entre Abulafia y ciertos místicos cristianos: la levitación en éxtasis descrita por Teresa de Ávila, o la “llama de amor viva” de Juan de la Cruz, que también habla de un contacto directo e inefable con Dios.
Redescubrimiento y legado
En el siglo XIX, orientalistas europeos mencionaron de pasada a Abulafia como “un cabalista visionario”. Fue en el siglo XX cuando se produjo su reivindicación académica, gracias a Gershom Scholem y, sobre todo, a Moshe Idel, quien escribió:
“Abraham Abulafia es uno de los cabalistas más personales y originales del judaísmo medieval, un innovador que entendió la tradición como un camino hacia la experiencia, no como un museo de dogmas.”
En el siglo XX, Moshe Idel lo definió como “uno de los cabalistas más personales y originales del judaísmo medieval”. Hoy, varios de sus escritos sobreviven en bibliotecas de Jerusalén, Parma y el Vaticano. Algunos presentan diagramas circulares donde letras hebreas giran como astros alrededor de un centro vacío:
- En el Sefer ha-Ot (“Libro de la Letra”), las permutaciones se ordenan como constelaciones.
- En el Ḥayyei ha-Olam ha-Ba (“La vida del mundo venidero”), las letras se colocan en columnas que parecen escaleras.

Aunque Abulafia nunca declaró haber practicado con musulmanes o cristianos, su método recuerda sorprendentemente a otras tradiciones:
- En el sufismo, la repetición de los dhikr busca disolver el ego en la presencia de Dios.
- En el yoga pranayama, la respiración rítmica controla la mente y despierta energía espiritual.
- En la práctica ortodoxa del hesicasmo, los monjes repiten la “Oración de Jesús” con respiración sincronizada.
Abraham Abulafia en la cultura popular
La sombra de Abraham Abulafia (1240 – c. 1291) se extiende sobre la cultura moderna como símbolo de transgresión, visión y búsqueda interior. Ignorado durante siglos por la ortodoxia rabínica y perseguido por las autoridades eclesiásticas, el místico sefardí ha sido redescubierto por novelistas, cineastas, filósofos y autores de ciencia ficción.
El péndulo de Foucault (1988), la novela más enigmática de Umberto Eco, traza un recorrido irónico por las obsesiones conspiranoicas de Occidente. En ella, el ordenador que utilizan los protagonistas para analizar y combinar datos es bautizado con un nombre cargado de simbolismo: Abulafia.
“Abulafia era un ordenador personal. Lo llamamos así por Abraham Abulafia, un cabalista del siglo XIII que creía que la combinación de letras revelaba los secretos del universo”
([El péndulo de Foucault, Umberto Eco, Ed. Lumen, 1989], traducción libre)
La elección del nombre no es casual, el autor utiliza a Abulafia como representación del poder combinatorio del lenguaje, que puede ser herramienta de sabiduría… o de locura.
En La conjura Sixtina (1988), Philipp Vandenberg presenta una intriga que entrelaza arte, religión y esoterismo. El pintor Miguel Ángel, según la ficción, habría sido influido secretamente por los textos de Abraham Abulafia, lo que explicaría ciertas tensiones simbólicas presentes en los frescos de la Capilla Sixtina.

El psicoanalista Erich Fromm, en su obra Y seréis como dioses (1960), ya citado, dedica un apartado al fracaso mesiánico de Abulafia y su enfrentamiento con las autoridades judías. Fromm interpreta la figura de Abulafia no como hereje, sino como precursor de una espiritualidad sin dogma, cuya radicalidad reside en la experiencia interior y no en el poder externo. Su “camino de la anarquía” no era político, sino místico.
En la novela Ciudad Permutación (1994), obra de culto en la ciencia ficción contemporánea, el autor australiano Greg Egan introduce una referencia inesperada: la clave de acceso del protagonista, Paul Durham, es “Abulafia”. Durham es un investigador que intenta trascender la conciencia biológica trasladando la mente a entornos digitales. En ese contexto, Abulafia aparece como símbolo del tránsito entre lenguaje, conciencia y transformación.
En la novela Bee Season (2000) de Myla Goldberg, publicada en castellano como La estación de las letras (RBA, 2001), una niña llamada Eliza se convierte en campeona de concursos de deletreo. Su padre, Saul, es un estudioso obsesionado con la cábala extática de Abulafia, a la que considera una vía hacia la trascendencia mística. En una escena crucial, Saul explica su fascinación:
Abulafia desarrolló un método basado en la permutación de letras, respiración controlada y concentración mental, que conducía a una experiencia directa de lo divino
En la adaptación cinematográfica La huella del silencio (2006), protagonizada por Richard Gere, la influencia de Abulafia se traduce visualmente en escenas de trance, repetición de letras hebreas y fragmentación del yo.
Recursos y manuscritos disponibles
Abraham Abulafia – Otzar Eden Ganuz
Manuscrito hebreo. Biblioteca Apostólica Vaticana, ms. Vat. ebr. 188.
→ Edición digital (hebreo): https://digi.vatlib.it/view/MSS_Vat.ebr.188
National Library of Israel – Manuscritos cabalísticos de Abulafia
Catálogo: https://www.nli.org.il/en/discover/manuscripts
Biblioteca Apostólica Vaticana
Colección de manuscritos hebreos: https://digi.vatlib.it
Biblioteca Palatina de Parma
Catálogo de manuscritos hebreos: https://www.bnpr.it



