En 1835 mientras un labrador de Kent (Inglaterra) estaba cavando con su pala, desapareció. Se lo comió la tierra literalmente. Había golpeado sobre una oquedad y se había hundido con el suelo, que resultó ser un techo…
Enseguida lo sacaron de ahí, todo estaba muy oscuro, no sabían qué podía ser esa extraña caverna. El hijo menor del maestro del pueblo, Joshua, fue el primer voluntario para introducirse con una vela y contar lo que allí había (no entiendo por qué siempre meten a los niños en semejantes marrones), lo que descubrió fue algo que aún hoy nadie se explica. Joshua describió habitaciones llenas de miles de conchas cuidadosamente colocadas en formas y motivos que recubrían techos y paredes.
Ante la curiosidad generada, se amplió el agujero de entrada y pudieron entrar los adultos. El maestro compró los terrenos e inmediatamente quiso sacar un beneficio turístico del lugar. En 1837 se abría al público la “Shell Grotto Margate” con tal éxito que hoy en día continúa abierta. Incluso hoy día tiene su museo, tienda de regalos y cafetería. Pero lo que nadie sabe a día de hoy es quién construyó esa maravilla.
Hay teorías que van desde los 3.000 años de antigüedad, hasta los pocos cientos de años. Lo que sucede, al menos en el caso de situar la gruta en la Edad Moderna o Contemporánea, es que en los terrenos en donde apareció la gruta no hay registros ni documentos que señalen que las tierras pertenecían a alguien de la nobleza, posiblemente únicos que pudieran pagar la construcción de algo así… Lo que hace elucubrar decenas de teoría más y ligar el misterio a -cómo no- masones y templarios.
Con el fin de desvelar el misterio, durante los años 30, un grupo de parapsicólogos celebraron varias sesiones en el lugar. Trataron de comunicarse con los espíritus para que estos desvelaran su secreto… secreto que quizás hoy en día se podría desvelar, al menos en parte, o aproximarse, por medio de una prueba de carbono 14 sobre las conchas. Pero es más bonito el misterio…
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