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El terremoto de Orán de octubre de 1790: catástrofe natural y fin de la presencia española en Argelia

Terremoto de Orán (9 de octubre de 1790) y su papel en la evacuación de Orán y Mazalquivir (1791–1792)

A la una y cuarto de la madrugada del 9 de octubre de 1790, los relojes de Orán se detuvieron como si una mano invisible hubiera atenazado el minutero. Primero fue un rumor grave —un murmullo subterráneo—; luego el temblor en seco, la sacudida que desclavó piedras y abrió grietas en los muros encalados. Las campanas sonaron fuera de compás. Después, el silencio: un silencio espeso, con olor a cal, a polvo, a vela consumida. Entonces empezaron los gritos.

Orán
Sistema defensivo de Orán. San Miguel a nuestra izquierda.

Orán, plaza hispana en la costa occidental del Magreb, llevaba tres siglos levantando y recomponiendo sus defensas: la Alcazaba, la catedral, las baterías del puerto, la atalaya de Santa Cruz y la vecina Mazalquivir / Mers el-Kébir.  No fue un temblor aislado. Entre el 8 y el 25 de octubre de aquel año la tierra no dejó de hablar. Aquel golpe de la 01:15 —el choque principal— había roto el armazón de bóvedas y vigas, había rajado muros maestros, había fatigado los polvorines. En las baterías que miran al mar, algunas cureñas quedaron cojas. De Cartagena y Almería llegarían noticias de un oleaje extraño, una ondulación breve que subió y bajó sin viento que la explicara. En la bitácora de un piloto costero, una nota seca: «Marea rara. Sin nube. Sin fuerza de Levante».

terremoto de oran
Fuente principal de este artículo, descargable en la web del IGN

La ciudad antes del golpe

Orán había sido tomada en 1509 por la expedición de Francisco Jiménez de Cisneros. Desde entonces, y salvo el intervalo argelino de 1708–1732, las banderas reales habían flameado sobre la Alcazaba y los muelles. El siglo XVIII heredó una plaza que dependía del mar: socorros desde Alicante y Cartagena, convoyes con harina, pólvora, clavos, sebo, plomo, vino aguado para la tropa. Se vivía bajo el rumor de Argel y sus corsarios, bajo el cálculo exacto del coste logístico que siempre abarcaba más de lo que cabía en los mapas.

Hacia 1789–1792 la cadena de mando en Orán pasó por Manuel Pineda de la Torre, Joaquín Mayone y Ferrari, conde de Cumbre Hermosa, y Juan de Courten. Los nombres quedarán como hitos en un libro de revista de la ciudad. La guarnición —con el Regimiento de Asturias a la vista— mantenía guardias estrechas, sabía que el enemigo estaba fuera, en las colinas y en las aguas; nadie pensó que esa noche el enemigo vendría de abajo.

Orán Mazalquivir Español
Puerta de España en Orán

9 de octubre, 01:15: hora de la herida

El suelo se comportó como una hoja de acero que vibra. Grietearon las bóvedas de la catedral, se vencieron tabiques y corredores, y una nube parda cubrió las lámparas. En el cuartel, el recuento empezó a golpes de voz: «¿Ramírez?… ¿García?… ¿Valdés?». Los nombres respondían o se sumían en el polvo.

Un parte salió de Orán con la prisa que cabe en el mar. Otro se detuvo en la mesa del gobernador: tinta aún fresca, cifras indecisas, rumores peligrosos. Alguien escribió, y al día siguiente se imprimió, que había muerto el “Comandante General” con su familia. La Gazeta —esa voz que a veces llega antes de la verdad— repetiría la hora (“a la una y minutos”) y el desastre, con la solemnidad que sólo concede la tipografía. La ciudad, mientras tanto, seguía xispeando abajo, en su periodo sísmico de diecisiete días: réplica, inspección, temblor, recuento, réplica.

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Las réplicas se vivieron como si fuera un asedio. El libro de guardia se convirtió en una sismografía de trazo temblón: «A tercia… a nona…». Cada sacudida descosía un poco más las fábricas. En la Alcazaba, algunas bóvedas cedieron por fatiga; en los polvorines, los oficiales prohibieron la lumbre y ordenaron retirar mechas. El aire olía a sulfuro y a cal; la gente dormía en patios, a ras del suelo, por miedo a las paredes.

La economía de la plaza se quebró en tres golpes: el daño estructural a edificios militares, el miedo que vació el comercio intra-muros, y la amenaza exteriorArgel volvió a tensar la frontera—. De pronto, Orán ya no era sólo un costo que se asumía por razón de Estado; Orán se convirtió en un riesgo que podía arrastrar convoyes y hombres sin garantía de utilidad estratégica. Y el riesgo pesa más que la gloria cuando las cifras las firma un ministro.

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Magnitud, intensidades y la pista del mar

La costa de Cartagena y la bahía de Almería registraron oscilaciones de nivel que no obedecían a viento ni a mareas astronómicas. Los catálogos modernos recogen el evento: no como un golpe de mar devastador, sino como esa señal que delata un foco submarino cercano y una ruptura que empuja agua con un gesto mínimo, suficiente para dejar marca. La magnitud estimada entre ~6,0 y 6,5, debate abierto; la intensidad máxima en Orán rozó lo que los manuales definen como daño extremo en fábricas vulnerables.

No se trató de una ola devastadora, sino de ese “tsunami menor” que a veces delata un foco submarino y confirma que el latido vino desde la falla que guarda el litoral. Los relatos quisieron poner números, palmos, pies; la prudencia manda anotar el hecho y evitar la cifra rotunda cuando las fuentes no dan más que un trazo.

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La guarnición: servicio y pérdidas

En el patio del cuartel, a la mañana siguiente, un alférez pasó lista. Nombres que acudían, nombres que no respondían. Entre los muertos había soldados, presidiarios que trabajaban en obras, vecinos atrapados en estancias. Los cálculos se movieron entre centenares y hasta tres mil según qué documento se consulte…  El Regimiento de Asturias —viejo de campañas y de guardias— fue, además de víctima, herramienta en la emergencia. Aseguró zonas, rescató heridos, contuvo asaltos de pánico.

Madrid recibió las noticias con estupor y con la vieja frialdad de la razón de Estado. Carlos IV tenía al frente del gabinete a Floridablanca, hombre de medida y cálculo. Argel tanteaba otra vez la hostilidad, y Orán, militarmente comprometida, pedía dinero que otros frentes también reclamaban. Así nació la senda de una salida negociada: no era deshonor, era política. Una cesión con garantías para personas y bienes, ventajas comerciales, tiempos para levantar y embarcar artillerías, archivos, conventos, familias enteras que eran tanto piedra como tropa.

Floridablanca vivía de cifras y tiempos. En su balanza, Orán era una plaza que devoraba recursos y, tras el sismo, además pedía una reconstrucción costosa con garantías dudosas.

Armada Antonio Barceló Almirante Teniente General
Carlos IV (1790-1791) por Francisco Bayeu (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid).

El 12 de septiembre de 1791, en Argel, se selló la Convención. El preámbulo habla el idioma sobrio de los tratados; los artículos dicen lo que hace marcha una fortaleza: “cesión de las plazas de Orán y Mazalquivir”, garantías y plazos. La tinta secó con la velocidad que permite el lacre; el mar hizo el resto. Los que aguardan al otro lado —el dey en su sede, el bey de Mascara en su ambición— sabían que abril estaba más cerca que diciembre cuando un reloj deja de andar.

“…cesión voluntaria que el rey de España hace a la regencia de las plazas de Orán y Mazalquivir…”

  • Art. 1: España abandona libre y voluntariamente Orán (principios de muharram 1206).

  • Art. 2: Evacuación total y destrucción de los fuertes construidos por España; retirada de cañones/morteros (salvo los regalados). Prohibido el acceso de paisanos durante la evacuación.

  • Art. 3: España abandona también Mazalquivir; el bey de Mascara podrá establecer almacenes y casa de comerciantes.

  • Art. 4: A cambio, derecho exclusivo de comercio español en Orán/Mazalquivir (granos, ganados, cera, cueros, lanas).

  • Art. 5–6: Preferencia para España en comprar grano y cera; cuota fija de derechos (mil zequíes/mes) y exenciones de aduana/ancoraje pactadas.

  • Art. 7: Anulado el antiguo art. 22: los buques españoles (guerra o mercantes) podrán entrar libremente en puertos de la regencia.

  • Art. 8: Durante la evacuación, nadie podrá oponerse ni molestar; debe hacerse en el menor tiempo posible.

  • Art. 9: Protección a comerciantes españoles en Orán/Mazalquivir y no agravio en otros puertos de la regencia. Ratificación en Madrid (9-XII-1791).

(Pequeño resumen de la convención entre el rey de España y el dey de Argel, Argel, 12-IX-1791).

firma carlos iv oran
https://www.dipublico.org/121668/convencion-entre-el-rey-de-espana-y-el-dey-de-argel-sobre-varios-puntos-concernientes-a-la-cesion-de-la-plaza-de-oran-y-puerto-de-mazalquivir-firmada-el-12-de-setiembre-de-1791/?utm_source=chatgpt.com

Evacuación: febrero de 1792

Febrero de 1792 amaneció con muelles ordenados y listas en la mano. Cajas marcadas —A. de Artillería, O. de Contaduría, M. de Hospital—; cañones contados con celador y comisario; religiosos con sus libros; familias con cestas y mantas. Se embarcaron piezas, se inventariaron hierros, se levantaron actas con esa caligrafía de flecha que sólo se logra cuando los papeles pesan y la historia mira.

El convoy puso proa a Cartagena y Alicante. Cuando los últimos botes dejaron el muelle, Orán parecía un escenario sin actores. Las llaves de la ciudad cambiaron de mano y el bey de Mascara entró, como entra quien reubica un peso sobre el mapa. El traqueteo del siglo XIX traería otros uniformes a Orán, otros idiomas, otra bandera.

Así, entre 1790 y 1792, un terremoto aceleró una decisión que ya estaba escrita en la contabilidad y en la diplomacia. Nada en la Monarquía era estático: cada plaza era una apuesta. Orán dejó de serlo, no por desidia, sino por cálculo. Y, aun así, al leer partes y relaciones, al pasar la yema por unas iniciales grabadas en plata, uno oye todavía el ruido de aquella noche en que la piedra y el hierro aprendieron a temblar.

Miguel Ángel Ferreiro

Militar de carrera, autor de "La Segunda Columna" (Ed.Edaf), director de este proyecto e Historiador del Arte (UNED). Entre África y Europa, como el Mediterráneo.

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