Se acabó. El Lusitania no iba a ser menos. Apenas pocos años antes, una de las épocas más atractivas para el ser humano había volado por los aires al saltar la última chispa en Centroeuropa. Hablo de la Belle Époque. Un periodo de optimismo, de consumo, de industria y también de glamour.
Vicente Egaña Aguirre, el protagonista de este artículo, y vizcaíno de origen, puede que pensara en ello con cierta relatividad pues, aún estando gran parte de Europa sumida en un baño de sangre, España había declarado su neutralidad en la contienda.
Situemos a Vicente, él estaba a bordo de un majestuoso trasatlántico: el RMS Lusitania, que pertenecía a la Cunard Line, o sea, la férrea competencia de la otra gran compañía británica, La White Star Line. Viajaba al Reino Unido para cerrar un trato de exportaciones, pues él era un exitoso comerciante que había forjado gran parte de su destino y fortuna en América.
El Lusitania, orgullo de la marina mercante inglesa tras el malogrado Titanic, cruzaba, como otras muchas veces, el océano Atlántico con sus 240 metros de eslora y cuatro refulgentes chimeneas. Hacía unos días que había salido de Nueva York y sus potentes turbinas le estaban acercando a la costa irlandesa de Kinsale. ¿La fecha? 7 de mayo de 1915.
Poco después de la hora de comer, un implacable torpedo lanzado desde un submarino alemán de clase U-020 alcanzó el bajo vientre del imponente trasatlántico. De repente, el caos y, entre una multitud desconcertada ante un horror apremiante: Vicente, Egaña de apellido, el hombre que se iba a transformar en un héroe inolvidable.
Solo hicieron falta unos escasos minutos para que el Lusitania comenzara a escorarse violentamente. Ante aquella desesperada situación, Vicente no lo pensó dos veces y ayudó, cuan ángel de la guarda, a decenas de mujeres y niños bloqueados por el pánico a no perecer ni asfixiados a bordo ni ahogados en la mar. Tanto por los salones, comedores, pasillos de camarotes u otras dependencias, como en las propias terrazas de las cubiertas, Vicente no cesó de brindar su ayuda, mano a mano, mientras coordinaba junto a otros miembros de la tripulación el embarque a botes salvavidas.
Nuestro compatriota, como no podía ser de otra manera, se llevó los elogios de la prensa. Un rosario de noticiarios nacionales y extranjeros (Daily News o The New York Times) se hicieron eco de la compostura que Vicente Egaña mantuvo en una circunstancia tan sumamente difícil de gestionar. Dieciocho minutos, ni un segundo de menos y tampoco uno de más fue el tiempo que duró la nave a flote tras el ataque alemán y esos fueron los minutos en los que el español fue más héroe que cualquiera de cómic que se nos haya mostrado después.
El hundimiento de este trasatlántico hizo que la geopolítica del mundo occidental virara 180º. Pese al ferviente interés que lleva suscitando este suceso entre los historiadores, no se sabe a ciencia cierta si había subrepticios intereses de Inglaterra en dejar que este buque, en el que finalmente fallecieron más de mil personas, se hundiera a manos de una Alemania que tenía a Europa atenazada para así forzar la entrada en el conflicto de Estados Unidos.
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