La creación del ser humano, según los antiquísimos mitos sumerios, comienza tras crearse el mundo y nacer las primeras generaciones de dioses, cada nueva deidad iba ocupando su lugar en la cadena de “mantenimiento” de lo creado. Pero pronto necesitarán crear una “raza inferior”.
Unos, los de mayor responsabilidad, se encargaban de los regadíos, otros simplemente portaban cestos y otros tenían la labor de supervisar que los más nuevos (los dioses inferiores) realizaran bien sus tareas. Pero, al igual que los seres humanos hoy en día, los dioses de aquel tiempo se quejaban del duro trabajo de sol a sol.
Enki, uno de los más sabios y poderosos dioses que existían, solía encontrar soluciones a todos los problemas; y las quejas de sus hermanos realmente eran un problema.
Cierto día Nammu, la diosa madre de Enki, le comenta una idea que se le había ocurrido: crear unos seres que pudieran realizar las penosas tareas para evitar estos conflictos. Enki ve factible aquella buena idea y da indicaciones a Nammu:
Los nuevos seres deberán ser modelados en arcilla fértil del Apsu
Otra diosa sumeria, Ninmah (cuyo nombre significa “la dama sublime”), colabora junto a Nammu en la creación de estos seres, que no son otros que los humanos. Una vez moldeados y terminados, cobran vida y les comienzan a asignar tareas.
Cuando los dioses están celebrando la gran idea de Nammu y Enki, el exceso de la fiesta y la cerveza terminan por emborracharlos a todos. El propio Enki junto a Ninmah no se les ocurre otra cosa que inventarse un juego en relación a su idea. Uno crea más seres humanos y el otro les tiene que asignar una tarea aleatoria.
Pero el “juego de la creación” según estos dioses sumerios no es tan sencillo.
Ninmah dice:
—Te aseguro que el cuerpo del hombre que haga decidirá su destino. Si tiene buen cuerpo su destino será bueno, mal cuerpo será sin duda un mal destino.
Enki respondió:
—Contrarrestaré el destino que según tú le otorgas al moldear su cuerpo.
Nimmah cogió arcilla y creó varios seres deformes y con minusvalías físicas. Enki colocó a cada uno de esos hombres en un puesto de importancia en la corte, desde sirvientes a músicos.
Cuando fue el turno de Enki dijo:
—Yo cogí tus deformes y les di con qué ganarse el pan, así pues les busqué un buen destino.
La historia se detiene aquí, puesto que la tablilla en la que se narra esta interesante historia (conservada en el Museo del Louvre) y el mito creacional del ser humano no se conserva entera.
No obstante se han localizado fragmentos de esa tablilla y al parecer, Enki, crea varios humanos entre los cuales se encuentra uno muy pequeño que no puede mantenerse en pie ni sentado, y que se hace sus necesidades encima. La diosa Nimmah no puede encontrarle un destino (con lo que pierde el juego) y al final tiene que cuidarlo ella misma y lo sube a su regazo.
No se trataba de ningún humano deforme, si no que era un bebé. El primer bebé, el primer humano como los conocemos hoy en día. Ya que todos los anteriores estaban creados a su imagen y semejanza, en edad adulta.
