La historia de España puede leerse como una especie de sucesión de encuentros, de desafíos y también de rivalidades que han ido dando forma a esa identidad colectiva. Y aunque hoy la palabra competición nos pueda remitir al deporte, desde el fútbol hasta las apuestas deportivas en España ya integradas del todo en la vida cotidiana, lo cierto es que la cultura de la competición es mucho más antigua que todo eso.
Sus raíces se hunden en la profundidad de la Edad Media y han acompañado cada uno de los grandes procesos históricos de toda la península.

Los torneos medievales, el honor como núcleo de la identidad de España.
En la Edad Media, la competencia se articulaba en torno al honor y también, por supuesto, a la reputación. Los torneos y justas no eran espectáculos sin esencia. De hecho, formaban parte del sistema de poder que estructuraba los reinos cristianos de la península. En ellos, la nobleza se mostraba poderosa, mostraba su destreza militar, reforzaba su posición en la sociedad y también representaba esa fuerza del linaje. Se trata de rituales competitivos que han ido moldeando una identidad basada en el valor de la persona, en la disciplina y, por supuesto, en algo central en esta época, la lealtad.

La imagen de ese caballero castellano forjado en la frontera con Al-Ándalus no solo responde a la necesidad de defender los territorios, sino también responde a esa aspiración de destacar dentro del propio espacio público, dentro de la comunidad. Por todo eso algo parecido a lo que ocurre hoy, pero en otro escenario, competir era ascender; vencer era trascender, era ir más allá.
De la Reconquista a los siglos imperiales, las rivalidades que han unificado los territorios.
La larga convivencia entre los múltiples reinos como Castilla, Aragón, Navarra o Portugal ha generado un escenario donde cada uno de los territorios iba buscando la propia manera de legitimación. Entonces, la competencia entre ellos no fue solo militar, también afectó y mucho al comercio, al arte e incluso a la política interna.
Fue en ese momento cuando la monarquía hispánica se consolidó y España pudo emerger como una potencia mundial. Fue entonces cuando el espíritu competitivo se trasladó al océano. Así es como las expediciones navales, las empresas científicas o incluso los conflictos internacionales alimentaron ese orgullo colectivo ligado a la capacidad de conquistar, de descubrir y de resistir. Por eso la rivalidad con potencias europeas como, sobre todo, Inglaterra, Francia o los Países Bajos se convirtió en uno de los motores culturales de todo el Siglo de Oro.
El pueblo en el centro, las tradiciones de la competición y la cultura popular.
Con el paso de los años, la competencia se hizo más democrática, por así decirlo. Las rivalidades dejaron de ser cosas solo de nobles o de Estados y se fueron instalando en las fiestas de cada pueblo y de cada rincón, en cada oficio e incluso en celebraciones. Desde los castells catalanes hasta las carreras de cintas, desde esas romerías hasta concursos de artesanía. Competir se convirtió en una forma de expresar la identidad de la zona y la propia pertenencia a una zona o comunidad. 
Los desafíos entre diferentes pueblos y hermandades fueron creando la base de una identidad española. Una identidad en la que la celebración, el ingenio y la resistencia física o incluso simbólica se entrelazaban en un todo.
En ese punto es donde tiene mucho sentido mencionar que hoy, en un contexto totalmente diferente, las dinámicas de participación han evolucionado. Han evolucionado hacia el propio mundo digital, donde la competitividad toma nuevas maneras de expresarse. Donde la competitividad puede incluso reporta otro tipo de valores. Podemos poner ejemplos de cientos de plataformas que hoy existen para ese propósito, como las promociones de BetBrothers, donde se integra totalmente la cultura deportiva con el ocio y el entretenimiento. Y, por supuesto, donde la competición es la protagonista.
Sea como sea, toda esta tecnología sigue siendo, en el fondo, lo mismo: manifestaciones modernas de un impulso humano más antiguo de lo que podemos llegar a pensar. Medir la fuerza, mejorar y compartir las experiencias del propio desafío.
Siglo XIX y siglo XX, la llegada del deporte moderno como nueva identidad española.
Con la industrialización y la apertura de la cultura, España fue abrazando el deporte más moderno. Un deporte que sustituyó los viejos rituales competitivos por nuevas disciplinas como el ciclismo, el atletismo y, por supuesto, el fútbol. El surgimiento de clubes, federaciones y competiciones estatales ha ido transformándolo todo. Haciendo que la relación de los ciudadanos con la idea de competir se manifieste de un modo singular.
El deporte se ha convertido en un lenguaje común. Mientras la política vivía y vive tensiones constantes, competiciones como la Copa del Rey o la Vuelta a España lograban unir territorios diferentes bajo una emoción compartida. La identidad colectiva encontraba, por fin, un espacio para hacer que todos los españoles se unieran por un propósito común.

La competición y la cultura en la España moderna.
El siglo XXI ha llevado la competitividad española a un nuevo escenario. Así es como la tecnología se ha ido multiplicando, multiplicando las formas de participar, de observar y de emocionarse. Desde esa profesionalización del deporte femenino hasta la propia explosión de los e-sports. La competición ha dejado de ser solo física y hoy es también digital, analítica y, sobre todo, estratégica.
Porque, a nivel cultural, la competición sigue definiendo parte de lo que somos. Es una forma de reunirnos, de movilizarnos y, además, nos hace sentir parte de algo mayor. Que al final es lo que todos necesitamos. Es un espejo donde cada generación proyecta sus valores. Antes era el honor, después fue la propia nación. Hoy es la comunidad, la emoción y ese acceso global que todos tenemos a un mundo que siempre ha estado presente: el mundo del deporte.
Una historia de competir para poder existir.
España, como ves, ha construido su identidad no sólo a partir de la geografía, la lengua o la política, sino también de la forma en la que cada pueblo ha competido entre sí y con el resto del mundo. Desde esos torneos medievales hasta esos estadios modernos donde las rivalidades locales se entremezclan con eventos a nivel mundial. Sea como sea, competir ha sido y es una manera de expresar el talento, la pertenencia y la visión hacia un futuro al que todos queremos pertenecer.
Si algo demuestra la historia de la cultura española es precisamente esto: la competición no divide, no nos hace ser diferentes. Es más, nos une, nos conecta y nos hace partícipes de que, aunque las formas cambien, nunca se pierde la esencia.