En el Café de Chinitas dijo Paquiro a su hermano:
‘Soy más valiente que tú,
más torero y más gitano”
A Dalí, solo le hicieron falta unas horas para demostrar cómo el tiempo se derrite como un queso camembert, y el Ayuntamiento de Málaga, necesitó un par de años para decidir que hacer con tan ilustre recinto, comprarlo o no.
Muchos son los que cayeron prendidos por su encanto y pasaban las tardes entre humo, repiqueteo y subidas sinuosas hacia una planta alta- siempre embriagados por la cultura y el entusiasmo de aquel templo ateneo. Lorca, Alberti, Machado, Estrellita Castro, Manolo Caracol… son solo algunos de los que habitaron el reformado patio agustino y que impregnaron con sus conversaciones dichos lares.
¿Qué pasaría si deciden dejarlo a su suerte igual que hicieron con el cine Astoria? En venta está: ¿lo comprará otro jeque venido de tierras dónde el agua equivale al oro? Y lo que me provoca mayor aprehensión, ¿cuánto tiempo podemos robarle a estos monumentos urbanos?
Porque Málaga no es una ciudad en sí, es un cuerpo compuesto de grandes edificios, intocables a mis ojos, y que hacen de La Bombonera un pecho dónde recostarse a dormir. Porque, ya cayó la Mariquilla del centro de la plaza y algún beodo destrozó también la fuente anterior- preciadas Gitanillas de Risueño-, y por ello no podemos permitir que también caiga el Chinitas.
La indignación viene con la espuma de la mar y se queda rezumando en la Malagueta a la espera de ser escuchada. Es el símbolo de una Belle Époque malagueña, y su historia se mantiene fragmentada en pedazos del cristal del ojo patio, aquel que daba luz a la cultura y comprimía el flamenco en madera.
Aún retumban en sus tablas el repiqueteo de los tacones a clavos y trae el viento el eco del Cojo de Málaga, mientras la brisa marina y el olor del cortado devuelven al mítico transeúnte a una época de pensar y confabular para hacer de este, nuestro mundo, un paraíso andaluz. Una época en la que los mayores artistas, poetas y pintores dieron sentido al siglo XIX y a este pasado siglo XX.
El Chinitas es una antigua máquina de escribir o un fonoautógrafo, capaces de guardar y memorizar datos pero no de reproducirlos, grabaron conversaciones de bastos de la CEDA que agitaban la mano para evitar el paso a su lado de un vagabundo o vigilaban a intelectuales – vaya que andasen descarrilados- y miraban a las chiquillas envueltas en mantones filipinos, segundos antes de escuchar los clavos de sus zapatos.
El café de Chinitas, como calle Larios, es un país aparte y su población, son extraños que pasean mirando aquí y allá la belleza del entorno. Al cruzar el arco del antiguo patio, uno vuelve a las primeras décadas del siglo XX; cuando se fumaban purillos de La Habana, se llevaba mascotilla y chaleco, se limpiaban las botas en el local de la esquina y se discutía sobre Largo Caballero. La época de tomar Jerez y escuchar a Lorca recitar.
Empezó cómo un café cantante para los amigos del señor Álvarez y acabo siendo un sol brillante en el mundo de los años 20 y 30, un café clandestino dónde la mayoría de la producción artística perdurará hasta la eternidad.
Y ahora, aquel lugar provisto de las mejores imágenes que uno pueda imaginar, se viene abajo – al menos en parte. La mitad de la pequeña plaza central se ve cubierta de fardos negros y grandes letreros que anuncian una obra, una demolición casi total de lo que fue el centro neurálgico de la cultura malacitana e hispánica.
Sin saberlo, o sin quererlo ver, el Ayuntamiento niega un indulto a una figura literaria, a una prenda más del baúl de los recuerdos de la historia… y condena al abandono, a la insulsa modernización estética, y al fachadismo a uno de los pilares del centro histórico malagueño. Quedamos, pues, los transeúntes, locales o foráneos, desprovistos de la tertulia impregnada de tan ilustre recinto.
“Al dar las cuatro en la calles e salieron del café y era Paquiro en la calle un torero de cartel”.
Para saber más: http://www.diariosur.es