Las bulas, el primer éxito de la venta multinivel

El papa vendía el privilegio de impresión y distribución de las bulas

El que más o el que menos, todos estamos familiarizados de alguna manera con las estafas piramidales y los esquemas de venta multinivel.

La diferencia fundamental entre ambos elementos tiene que ver con el flujo de capital respecto a la pirámide: si la mayor parte del dinero procede de gente de dentro de la pirámide, entonces es una estafa; para ser un esquema multinivel, la mayor parte del capital tiene que proceder de la venta de productos a gente que esté fuera de la pirámide. Entre las estafas piramidales hemos tenido a gente como la ilustre Baldomera Larra, o el célebre Charles Ponzi, mientras que en el mundo de la venta multinivel podríamos citar a Herbalife, Avon, o Amway, cuya jefa llegó a ser Secretaria de Educación de Estados Unidos.

estafadores historia bulas
grabado de Baldomera Larra

Lo que tienen en común las estafas piramidales con los esquemas de venta multinivel es el flujo ascendente del dinero. Los que de verdad están ganando fortunas son los que están en la parte superior de la pirámide, los cuadros intermedios obtienen unos ingresos más que razonables, mientras que el vendedor de a pie echa más horas que un reloj pero tiene unas ganancias más bien discretas si es que acaso gana algo. 

El negocio de las bulas, tanto las de indulgencia como las de la Santa Cruzada, tenía el mismo tipo de esquema piramidal, y el funcionamiento era también el mismo. Quien se llevaba literalmente carretadas de dinero era el papa, los arzobispos y obispos llenaban las cajas a base de bien, especialmente con la bula de la Santa Cruzada, y los bulderos de a pie eran los que echaban más que un reloj intentando vender el producto.

Las bulas de indulgencia son las más conocidas, y son las que acabaron dando origen a la reforma protestante: de las 95 tesis de Martín Lutero, 60 eran sobre las bulas de indulgencia. En ocasiones puntuales, en concreto cuando el sumo pontífice o alguien cercano a él necesitaba cantidades ingentes de dinero por las razones que fuesen, se ordenaba la emisión de los documentos que garantizaban la remisión de pecados o de penas, o que sacaban ánimas del Purgatorio. El perdón de los pecados, por supuesto, no era gratis. Los pecados eran absueltos a cambio de contribuir a financiar algún asunto de la Iglesia, que en ocasiones hasta era una buena obra.

Un ejemplo de esto lo tenemos en la financiación del Hospital de Peregrinos de Santiago de Compostela, como nos recuerda Gonzalo Fernández de Oviedo en sus Batallas y Quinquagenas:

de sola Alemania y Flandes e Inglaterra e Françia, ningún año avía que dexasen de venir a Santiago treinta naos e vrcas e carauelas llenas de ombres e mugeres de todas edades por su deuoçión a visitar la casa de aquel glorioso Apóstol.

Y este heruor cresçió tanto que aquellos piadosos e Cathólicos Reyes que ganaron a Granada, don Fernando e doña Ysabel, para mejor ospedar e acojer e curar la infinidad de peregrinos que concurrían, hizieron hazer aquel magnífico e sumptuoso ospital que en Sanctiago ay para los pobres. Y el Sumo Pontífiçe conçedió vna copiosa e gran bulade muchas indulgençias para la lauor e fábrica de aquel ospital.

E se hizo tal qual conuiene, en la obra del qual es opinjón de muchos que se gastaron sobre çient mill ducados

Fachada principal del Hospital de los Reyes Católicos

 

La venta de las indulgencias se extendía a toda la Cristiandad, y eso es muchísimo territorio, así que centralizar la emisión en Roma no habría sido práctico. Lo que se hacía era descentralizar para garantizar una mayor eficiencia recaudatoria. El papa vendía el privilegio de impresión y distribución de las bulas de indulgencia para un determinado territorio, negocio que se pagaba al contado en Roma. El portador de este sustancial negocio lo que hacía entonces era territorializar su especial privilegio, vendiendo a los comisarios mayores de la bula la capacidad para distribuirlas en un obispado concreto. Este comisario mayor, por su parte, le vendía el privilegio a los comisarios arcedianales, quienes por su parte vendían a los bulderos, que eran quienes en último término daban el callo y gastar más suelas que Eliud Kipchoge.

Plaza de las Bulas Viejas y Casa de las Cadenas en Toledo

En paralelo a estas bulas famosas, y con el mismo esquema, teníamos en España la particularidad de la Bula de la Santa Cruzada, que permitía saltarse la prohibición eclesiástica de comer productos cárnicos o lácteos en Cuaresma. Esa abstinencia es más difícil de lo que parece, no por vicio sino por necesidad. Quien mejor lo explica es Francisco de Enzinas en sus memorias tituladas “De statu belgico deque religione hispanica”:

Muchos se ven obligados a comprarlas para que en la Cuaresma y otros días de abstinencia se les permita bien sea comer huevos o bien sustentarse de diversos lacticinios.

Unos y otros alimentos están prohibidos en España bajo amenaza de excomunión fulminante y pena capital para quien se atreva a probarlos sin tener la bula.

Y como España tiene alejadas del mar y la costa la mayoría de sus tierras, en las que las más de las veces no es posible hallar nada que comer si no es fruta o esos alimentos que están vedados, todos tienen por fuerza que comprar la bula para poder consumir los manjares prohibidos

Francisco de Enzinas conocía muy bien todo el negocio de las bulas de la Santa Cruzada, pues su padre era un muy rico comerciante y financiero llamado Juan de Enzinas, que era factor de los Fugger y de los Welser en España. Además, su fortuna era lo bastante sustancial como para ejercer él mismo como prestamista para la Cesárea Majestad de Carlos V. ¿Cómo de grande era el negocio? Le vuelvo a ceder la palabra al eminente burgalés:

Conozco yo bulderos, cuyos nombres podría dar, que el año 1539, por las bulas que se habían de distribuir los tres años siguientes sólo en aquella parte de España que llaman Castilla, pagaron como adelanto cuatrocientos mil ducados, aparte de otra cantidad mucho mayor que tendrían que abonar en el plazo convenido

Y ahora bajamos al nivel del buldero de a pie, ése al cual Lázaro González Pérez (vulgarmente llamado Lázaro de Tormes) acompañaba en su ruta de venta por la toledana comarca de la Sagra:

Al día siguiente recorren la aldea estos farsantes para recaudar el dinero de las bulas, que venden a un tercio de ducado o más cada una.

Suponiendo que la otra cantidad mucho mayor sea un millón de ducados, nos dejaría la cosa en que tendrían que vender como mínimo 1.500.000 ducados para obtener algo de beneficio, o 2 millones para hacer algo de negocio. De esta manera, inevitablemente tendrían que vender unos 3-5 millones de ducados, dependiendo del precio. Armonicemos en medio ducado y asumamos los 2 millones de ducados para disponer de algo de negocio, lo que nos arroja un total de 4 millones de bulas vendidas en Castilla.

¿Qué población tenía por entonces la Corona de Castilla? Si nos vamos al Censo de pecheros de 1528, vemos que el número de vecinos pecheros en la Corona de Castilla (excluidos el Reino de Granada, el Señorío de Vizcaya, y Navarra, pues no pagaban el impuesto llamado “servicio”) era de 722.958. Por supuesto, hay que tomar con ojo esa cifra: no todos los habitantes tenían la condición de vecinos, sólo los cabezas de casa (esto excluye a mujeres, niños, criados, esclavos, hijos bajo la potestas paterna). Además hay que añadir a los no pecheros, o sea curas, hidalgos, y nobles, que suponían alrededor del 10% de la población. Con esto nos vamos a 800.000 vecinos, sin contar con Vizcaya, Navarra, y Granada. La estimación habitual para estas cifras es que por cada vecino hay que contar otros 5 habitantes. Con esto nos vamos hasta los 4.800.000 habitantes, a los que hay que sumar los de Granda, Vizcaya, y Navarra, y queda la cosa en 5.500.000.

O sea, que al fin y a la postre, tenían los bulderos que colocar casi una bula a cada habitante de la Corona de Castilla. Y esto con las de Cruzada, que luego hay que colocar también las de indulgencia plenaria, las de remisión de ánimas del purgatorio, y todo lo de demás, con lo que al final es verdad lo que dice Enzinas, de que cada casa acaba viéndose obligada a adquirir unas 20 bulas, pues la predicación decía que la bula de nueva emisión anulaba la validez de las anteriores.

Bula de indulgencias para la cruzada de África (Toledo, 1495. Biblioteca de Catalunya)

De no ser por estos grandes e impíos esquemas de venta multinivel, quién sabe si habría habido viaje de Cristóbal Colón. Como se mencionó en otro artículo, Luis de Santángel anticipó 1.140.000 maravedís procedentes de la tesorería de la Santa Hermandad, y Fray Hernando de Talavera le pagó de vuelta ese anticipo en cosa de tres días, sacando el dinero de la tesorería de la bula de la Santa Cruzada del obispado de Badajoz

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