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Iconos e iconoclasia en el Imperio de Oriente

La vieja disputa entre elementos griegos y orientales en la cultura bizantina

El culto a los iconos en el imperio romano oriental (Bizancio) estaba tan desarrollado y extendido que afectaba a casi todas las costumbres locales, que ya de por sí diferían mucho de las occidentales. A principios del siglo VIII, la adoración a los iconos había adquirido proporciones inimaginables, lo que ha dio lugar a sangrientas luchas internas conocidas como “periodo iconoclasta”.

El Imperio Bizantino (395-1453) fue sin duda uno de los estados medievales más interesantes. Por su ubicación, cultura y arte. Combinaba influencias  europeas como del Medio Oriente. Ese vínculo creó formas y mentalidades específicas, que la diferenciaron del resto de estados europeos de su tiempo.

Iconos

Una de las ramas más distintivas del arte bizantino son los iconos, que representan a Cristo, la Virgen María o a alguno de los santos. Siempre fueron representados de tal manera que no se pareciesen a nada de este mundo, y los creyentes los trataron como objetos a través de los cuales podían conectarse con Dios.

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El icono más antiguo conocido que representa a Jesucristo (siglo VI) creado en el monasterio de Santa Catalina, Egipto

Los fondos de los íconos siempre eran de color dorado, lo que representaba una especie de negación del tiempo, de atemporalidad, al igual que sugería la inexistencia del espacio, ajustando así el punto de atención en el personaje mostrado, que a menudo se representaba con una expresión facial tranquila y hierática, con sus ojos enfocados en el observador.

Desarrollo de iconos

El culto a los iconos probablemente se desarrolló a partir del culto a las reliquias que apareció en Oriente en el siglo IV.

Los creyentes querían estar más cerca de ciertos santos, de Cristo y o de la misma Virgen María. Esto se lograba (según sus creencias) a través de objetos sólidos que, durante su vida, tuvieron alguna relación física con ellos. Los iconos tenían un mismo propósito, representaban a los santos y los creyentes les atribuían poderes milagrosos; incluso consideraron que algunos de los iconos no estaban pintados por manos humanas.

Los primeros iconos individuales conservados se originaron en los siglos V y VI. La mayoría de ellos se elaboraron en el monasterio de Santa Catalina, en la colina del Sinaí. Otros especímenes conservados se crean principalmente en los siglos X y XI, pero se considera que el verdadero florecimiento de los iconos fue durante la dinastía Paleólogo (siglos XIII-XV), y no solo en Bizancio, sino también en los territorios de Bulgaria y Rusia.

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Monasterio de la Transfiguración o Monasterio de Santa Catalina del monte Sinaí

Tipos de iconos

Con el tiempo, especialmente durante el período de iconoclastia, se desarrollaron varios tipos de iconos. Uno de esos tipos es, por ejemplo, los “iconos de calendario”, que representan fiestas religiosas durante un cierto período de tiempo. Algunos de ellos mostraban grupos de varias decenas de santos, sistematizados en un par de filas. Otro tipo común eran los llamados “iconos de Vita”, que, además de la figura central del santo, también representaban imágenes de la vida del santo.

La función de los iconos

Los íconos, como intermediario “material” entre los creyentes y Dios, se usaban de varias maneras. Tuvieron un papel litúrgico importante; se realizaron misas frente a un icono que representaba la respectiva fiesta. Cada iglesia tenía un icono que representaba a su santo protector, a quien estaba dedicado. Además, los iconos portátiles, pintados sobre un lienzo o tabla, tenían un papel importante en las procesiones. Aparte de esto, los iconos públicos también tenían un significado privado e íntimo. Muchos creyentes tenían sus propios iconos personales que usaban en las devociones domiciliarias o durante sus viajes.

El número de iconos en las iglesias va creciendo con el tiempo, por lo que primero se muestran en el templón, que luego se convirtió en iconostasio, y luego se usó como una barrera entre el santuario y la parte pública de la iglesia. El orden de los iconos en el iconostasio estaba estrictamente determinado y, en la mayoría de los casos, constaba de cinco niveles.

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iconostasio de Santa Maria Valle Porclaneta (Hacia 1150), Abruzzi, Italia.

Iconoclastia

El culto a los iconos se inició a principios del siglo VIII, especialmente entre los plebeyos, y rápidamente adoptó proporciones descontroladas. La gente hablaba con los iconos, y se les atribuyeron todo tipo de poderes sobrenaturales.

Comenzó por entonces un movimiento contra la representación de santos, Cristo o la Virgen María en pinturas que duró más de cien años (726-843). Los iconos se quemaban públicamente y también se destruyeron frescos y mosaicos. Pero, parecía que las razones de la iconoclastia no eran puramente religiosas, sino también políticas. En Bizancio, la propaganda iconoclasta comenzó en 726, que corresponde a la época en que el califa Yazid II ordenó la destrucción de todas las pinturas en templos, iglesias y casas particulares.

Ciertas influencias de las ideas del Islam se pueden reconocer en la iconoclasia, lo que también es evidente por el origen de los emperadores que fueron sus partidarios más aclamados. La iconoclasia fue iniciada por el emperador León III, que era de origen sirio, y después de una breve pausa, fue reiniciada por el emperador León V, que era armenio. Esta vieja disputa entre elementos griegos y orientales de la cultura bizantina puede además ser confirmada por los nombres de las emperatrices que habían restablecido el culto a los iconos; estas eran la emperatriz Irene de Grecia y la emperatriz Teodora de Paflagonia.

Destacados partidarios de la iconoclastia eran los intelectuales, mientras que la mayor parte de la gente común defendía el culto a las pinturas, con los monjes a su cabeza. El clero, con sus grandes propiedades, ricos tesoros e influencia excepcional sobre los plebeyos, constituían una fuerza extraordinaria y poderosa dentro del estado. Debido a su poder e influencia, los emperadores utilizaron la lucha iconoclasta como oportunidad para disminuir su poder y apoderarse de parte de sus posesiones. Así, junto con la religión y la política, la iconoclastia también tenía un contexto social.

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Una simple cruz: ejemplo de arte iconoclasta en la iglesia de Santa Irene de Constantinopla.

Los conflictos iconoclastas

El primer conflicto duró desde 726 hasta 780 cuando la emperatriz Irene, tomó el trono en nombre de su hijo menor de edad y, tras un acuerdo con el Papa, logró restablecer el culto a los iconos después del II Concilio de Nicea, 787. Por eso a veces se fecha el fin de este conflicto en esa fecha, la de su restablecimiento, pero antes ya se habían frenado las agresiones a las pinturas sagradas.

Sin embargo, en el 813 el emperador León V reinició la campaña de iconoclastia, que duró otros treinta años, hasta que en el 843 la emperatriz Teodora finalmente confirmó los decretos del concilio de Nicea en defensa de los iconos del 787.

El final de la iconoclasia se celebró con una procesión ceremonial que finalizó en Santa Sofía, encabezada por la emperatriz Teodora. Tras estos actos se pintaron nuevos mosaicos en la gran catedral de Constantinopla, entre los que destacan el que representa a la Virgen María sosteniendo al Cristo, ubicado en el ábside de la iglesia.

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Mosaico bizantino que representa a la Virgen María y el Niño Jesús del siglo IX que se encuentra en el ábside del templo.

Las consecuencias de la iconoclasia

Durante las campañas iconoclastas, el Imperio Bizantino se debilitó económica y militarmente. Sin embargo, fue algo temporal, ya que el Imperio finalmente salió enriquecido de la iconoclastia, principalmente debido al tesoro incautado de las iglesias. Sin embargo, las relaciones con Occidente se deterioraron, ya que las razones de las campañas iconoclastas y la destrucción de muchas pinturas sacras fueron incomprensibles para la sociedad occidental.

En poco más de 100 años de este movimiento, muchas obras de arte de valor incalculable se perdieron y se interrumpió la continuidad artística. Sin embargo, esta crisis trajo un nuevo giro en el arte, ya que el arte iconoclasta se convirtió en un escenario natural y secular. Todo esto generaría un nuevo estilo de icono que reflejaba una mayor influencia clásica y naturalista que influyó en el arte de toda Europa. Se conoció como el “Renacimiento macedonio“.

El icono Psalterio París.
El llamado Psalterio París.

Miguel Ángel Ferreiro

Militar de carrera, autor de "La Segunda Columna" (Ed.Edaf), director de este proyecto e Historiador del Arte (UNED). Entre África y Europa, como el Mediterráneo.

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