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Yo sangré en Sidi Dris

Calor y humedad, así es el verano en el norte de África.

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Columna española en Annual, verano de 1921 [foto: Archivo diario ABC]

Eran las doce del medio día cuando llegamos al llano. Arriba estaba la antigua posición de Sidi Dris y al otro lado la playa. Si queríamos verla debíamos subir rodeando la loma, por una especie de “camino de cabras” —más bien de mulas— por el que subían los soldados que estaban allí destinados. Los accesos a las posiciones siempre tan accesibles, permítaseme la redundancia.

—Para un oficial que subía a caballo, como que les daba un poco igual— pensé.

Se tarda un buen rato en llegar a la cima, las vistas son buenas; se ve toda la costa hasta cabo Quilates… Buenas lo son ahora, en 1921 con el enemigo encima y las balas silbando no serían tan buenas. Casi 300 hombres murieron entre estas piedras.

Escupo al suelo y maldigo al general Silvestre, es casi una tradición en cada posición que visito del 21. Silvestre, el culpable del Desastre —para mí al menos— dividió tanto el ejército; quiso abarcar tanto que lo único que consiguió fue debilitarlo todo. Demasiadas posiciones y ninguna bien equipada, ni con material ni con suficientes efectivos.

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Marcado en rojo, posición de Sidi Dris. La subida era por la loma que desciende a nuestra izquierda. [ imagen vía http://desastredeannual.blogspot.com.es ]

Aquí; cerrando los ojos, aún se pueden oír los disparos, los gritos en castellano y en cherja, las órdenes de los oficiales, el caos, los cañonazos del “Lauria”… la muerte. El viento seca el ambiente y barre la arena que se deposita sobre las cuatro piedras que quedan en pie de los muros, y las lleva a la playa, como repitiendo la escena que se vivió aquí hace más de 95 años. Os voy a contar lo que ocurrió.

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Restos de la posición de Sidi Dris [ imagen vía http://desastredeannual.blogspot.com.es ]

Era el 22 de julio de 1921. No hacía ni dos meses que el comandante Benítez había resistido el ataque de Abd el Krim en esta misma posición sin ninguna baja, aunque con varios heridos, incluido él mismo.

Pero las cosas estaban feas de nuevo, si es que alguna vez no lo estuvieron. Igueriben, una importante posición cercana, había caído con el propio Benítez dentro y las kábilas de la zona, viendo el éxito de Abd el Krim, se habían unido a la revuelta. Comenzaba el “Desastre de Annual”, un efecto dominó que terminaría semanas después con la caída de Monte Arruit, el 3 de agosto; siendo, según el Expediente Picasso, los supervivientes pasados a cuchillo, y los oficiales, el capitán Carrasco y el teniente Fernández, quemados vivos.

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Imágenes de la recuperación de Monte Arruit, finales de 1921. [Foto: Archivo diario ABC]

Sidi Dris se defendió hasta el día 25, 3 días de intenso combate que terminó en una pírrica evacuación. Los cañoneros “Laya”, “Princesa de Asturias” y “Lauria” acudieron al rescate llevando embarcaciones a la playa. El fuego se cebó con los buques y, especialmente, con el grupo naval de evacuación. No lo tuvieron fácil.

Aunque la Armada trató de coordinarse con la posición, en cuanto los soldados vieron las embarcaciones se lanzaron desesperados por el camino más rápido, saltando los muros y precipitándose al vacío. Por aquí cayeron.

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Restos de Sidi Dris [Foto:RetoHistorico (c)]

Los más veloces morían despeñados y los que bajaban con cuidado eran blanco fácil para los tiradores rifeños, que se fueron parapetando a ambos lados de la loma.

La posición de Sidi-Dris, mandada por el comandante Velázquez, se defendió hasta el día 25: ya no tenían agua, comida ni munición. Fue desalojada al terminar dicho día y una pequeña parte de su guarnición pudo ser recogida por los tres buques de la Armada. Las embarcaciones de rescate no lo tuvieron fácil. Hicieron lo que pudieron.

El alférez Lazaga, de la dotación del “Laya” —oficial encargado del rescate en tierra— cayó herido de muerte justo ahí abajo, antes de coger la última barca, en la misma playa… Antonio Jiménez, José Augusto Orts o José Marqués, son los nombres de algunos de los chavales de 20 años que se dejaron su vida en esta playa, eran españoles, pero sus nombres ya no se pronuncian en ninguna parte.

Hacía unos días que mi amigo Juan Díez me había pasado unos documentos en los que aparecían los nombres de algunos de los fallecidos en las operaciones de evacuación de Sidi Dris. Recordaba la extensa lista y me imaginaba el Apocalipsis que vivieron aquí, todos esos de la lista. Fueron sus últimas horas en la tierra, y las pasaron aquí.

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De los 300 que estaban aquí arriba llegaron a la playa unos 60. De esos 60 llegaron a los barcos 25 personas, entre las cuales no había ningún oficial.

Cuando ya ningún soldado español más asomaba de entre las rocas donde me encuentro, los tres buques bombardearon toda la colina. “Laya”, “Princesa de Asturias” y “Lauria”. Seguramente ya con proa a la mar y subiendo velocidad. Demasiada dotación se quedó en la arena, demasiada sangre limpió el mar aquella jornada.

Ya toca bajar. Pero justo, cosas de mi mala suerte, por mi nariz empieza a caer una gota de sangre. Mierda. Me pasa a veces, este viento seco de aquí arriba y el calor hacen estragos. Me subo la mano a la nariz para taponar la hemorragia, pero no puedo evitar que un par de gotas caigan sobre el suelo. Que ironía. Mi sangre cae en el mismo lugar en el cual se derramó la de estos héroes. ¿Yo sangré en Sidi Dris? Ya veis, lo cierto es que sí.

Clavel que arrojamos en el valle de Annual aquel día

Me echo un poquito de agua en la nuca y procuro taponar con un trozo de papel mi nariz. El grupo se aleja, hay que apurar el paso.

Ya abajo, entre la playa y la posición; el Coronel Gallardo, presidente de la Asociación de Estudios Melillenses comienza a leer:

Murió sin rendirse…

Roja llamarada de épica locura,

bálsamo en la noche de la desventura

que bañó de sangre la hosquedad del Rif,

surge como grito lleno de entusiasmo

un temblor convulso, vibración y espasmo,

un blasón, un nombre… ¡este es Sidi Dris!

Puesto de vanguardia, de la gloria nido

—solo, traicionado, débil, combatido—,

firme se sostiene, y en la horrenda lid,

sin mantenimientos y sin municiones,

eran sus soldados más que abnegaciones,

eran corazones, eran… ¡Sidi Dris!

a Juan de España… ¡Todo le faltaba!

Ni la sed rabiosa por consuelo hallaba

agua que templase su calor febril…

Era Juan de España… ¡todo lo tenía

el que, en los delirios de la bizarría,

antes que rendirse prefirió morir!

Y siguió luchando… ¡ Ni un cartucho queda !

Brillan los machetes… i Nadie retroceda!

Mientras viva un hombre puede resistir…

¡ Sólo viven quince de los defensores !

Eran epopeyas más que luchadores,

era lo insensato, era… ¡Sidi Dris!

i Uno contra ciento ! ¡ Uno contra ciento…!

Muros son los pechos que hay en Sidi Dris…

Y al finar la tarde, pavorosa y triste,

flor de patriotismo, Sidi Dris resiste

en combate absurdo ¡uno contra mil!…

“¡Viva España!”,

grita, soberano y fuerte;

el soldé la gloria ya es nuncio de muerte;

de rojo se viste la hosquedad del Rif…

y brindando a todos varonil ejemplo,

Sidi Dris se muestra convertido en templo,

y al tornarse templo…

calla Sidi Dris.

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Playa de Sidi Dris [ imagen vía http://desastredeannual.blogspot.com.es ]

Agradecimientos:

Miguel Ángel Ferreiro

Militar de carrera, autor de "La Segunda Columna" (Ed.Edaf), director de este proyecto e Historiador del Arte (UNED). Entre África y Europa, como el Mediterráneo.

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