Un oficial americano puso delante de Alfred Jodl –jefe de Estado Mayor de Karl Dönitz– los documentos con los que los alemanes aceptaban la rendición, sin condiciones, a partir de la medianoche del 8 de mayo de 1945.
Firmó las tres copias del documento. Junto a él, von Frideburg, parecía aún en shock y se movía asustado cada vez que alguien le pasaba cerca.
Al término de la firma, Jodl pidió permiso para hablar. El permiso fue concedido y el oficial nazi se puso de pie. Firme, pero con la mirada baja y la voz temblorosa, dijo:
Con esta firma el pueblo y el ejército alemán se entregan en las manos de los ganadores. En esta guerra que dura desde hace cinco años los alemanes han sufrido más que ningún otro pueblo en el mundo. En este momento… sólo puedo esperar que los vencedores les traten con generosidad .
No hubo respuesta. Esa noche Eisenhower envió a Washington el mensaje con el que se comunicaba el fin de la guerra: “la misión de las fuerzas aliadas se completó a las horas 2 y 41 del 7 de mayo de 1945″.
Los soviéticos, aunque presentes en la figura del general Ivan Susloparov, alegaron que no habían autorizado tal intervención de su oficial general en la firma de Reims, y exigieron una nueva firma de capitulación. Esa será la celebrada en Berlín al día siguiente.
Jodl será detenido días después por el Ejército británico y recluido en el campo de prisioneros de guerra de Flensburg. Es condenado por el Tribunal de Núremberg y ejecutado en la horca el 16 de octubre de 1946.
El 28 de febrero de 1953 fue rehabilitado a título póstumo por un tribunal de desnazificación, que lo declaró no culpable de crímenes contra el derecho internacional.