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Los gorriones cazan a los halcones. La revuelta antifeudal más importante de la Galicia medieval.

…En este tiempo se levantó toda la tierra. Y esto fue por la mala vida de los caballeros que no hacían sino hurtar y robar. Y por eso quiso Nuestro Señor volver por su pueblo que era este reino de Galicia, todo destruido por la mala vida de estos caballeros…

Rui Vázquez. Crónica de Santa María de Iria. Siglo XV

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Recreación actual de la revuelta irmandiña en Monforte

En 1467 la nobleza gallega gobernaba sus extensos territorios a su antojo, gozaba de gran independencia y de una amplia jurisdicción civil y criminal. Los nobles, que habían derrocado a Enrique IV y sentado en el trono de Castilla a su hermano Alfonso, estaban exentos del pago de impuestos, percibían tributos fiscales, exigían todo tipo de servicios a sus vasallos y llegaron a contar con auténticas cortes palaciegas al estilo de la realeza.

Los campesinos, pescadores, labradores y artesanos que habían pagado los platos rotos de una guerra civil, y que ahora tenían que romperse el espinazo en interminables jornadas de trabajo para sostener la fastuosa vida de sus señores, se hartaron de los continuos abusos y decidieron luchar por su dignidad.

“Debido a la gran cantidad de malhechores que, amparados por los propios nobles, dedicábanse a saltear los caminos, los vecinos de la villa de Betanzos no se atrevían a cavar sus viñas ni granjear sus haciendas sin salir diez o veinte juntos, armados con lanzas y escudos…” Dice una crónica de la época.

Con el apoyo casi total de varias comarcas –La Coruña, Pontedeume, Betanzos, Ferrol, Lugo- los campesinos se organizaron en la llamada Santa Hermandad dos Irmandiños, que llegó a juntar 80.000 miembros, convirtiendo la revuelta en una auténtica guerra de importantes dimensiones. Enrique IV de Castilla, que se encontraba en una mala situación debido a las confrontaciones con la alta nobleza, permitió la formación de esta hermandad, no solamente porque ésta había sido solicitada por las ciudades que eran leales a su persona y por la Iglesia gallega, sino porque vio en el éxito de la rebelión irmandiña la manera de recuperar su poder perdido.

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Ilustración de La Jaquerie, representativa de los levantamientos de campesinos contra sus señores

Dirigidos por el caballero Alonso de Lanzós, un miembro de la baja nobleza que se había solidarizado con su causa, los ejércitos irmandiños, pertrechados con espadas, lanzas, ballestas, escudos y algunas armas de asedio, se lanzaron contra los castillos de los Andrade, los Lemos, Moscoso, Ulloa, Sotomaior…, destruyendo fortalezas y pegándole fuego a los torreones, los símbolos más visibles del poderío señorial. Los irmandiños tomaron también por las armas la sede episcopal; una crónica de la época dice que los rebeldes utilizaron el cuerpo del comendador como ariete para abrir las puertas del campanario, y después colgaron su cadáver de lo alto del chapitel. La Hermandad conquistó ciento setenta fortalezas, adueñándose de toda la región.  El poderoso conde de Lemos se vio obligado a huir a Ponferrada, y el arzobispo Fonseca a Portugal, a lomos de un borrico.

En la Edad Media, tomar por asalto una fortaleza no era nada fácil. El éxito de los irmandiños se debe, sin lugar a dudas, a que un hombre que pelea por su hogar y por su familia vale más que diez mercenarios a sueldo.

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Los irmandiños toman más de ciento cincuenta fortalezas

La Galicia irmandiña aguantó hasta 1469 solamente con la autoridad que ellos mismos se dieron. Los alcaldes irmandiños, elegidos por asambleas, asumieron el poder. Pero esta situación no duró mucho. En la primavera de 1469, tres ejércitos señoriales encabezados por Pedro Madruga, el Conde de Benavente y el arzobispo Fonseca, y el Conde de Lemos, entraron en tierras gallegas desde tres frentes diferentes, y en la batalla de Almáciga, cerca de Santiago, derrotaron al ejército de la Hermandad.

Debido a la superioridad de los ejércitos profesionales de los nobles, junto con las disputas internas de los irmandiños, la derrota fue absoluta. Los últimos resistentes se refugiaron, sin esperanza, en la torre de Lanzada.

La represión fue muy dura. A los irmandiños capturados se les obligó a reconstruir las fortalezas destruidas, y a muchos los ahorcaron después. Una crónica dejada por un vasallo de Pedro Madruga atestigua que “…El conde en persona iba con una vara dándoles en la cabeza, diciendo: “villanos, hideputas, ¿Qué mal os hacían mis fortalezas? ¡Si no hubieseis andado tan recio en derrumbarlas, no tenía que mandaros levantarlas!

A pesar de su derrota, los irmandiños consiguieron crear en el pueblo gallego una consciencia de solidaridad y fuerza. No alcanzaron su objetivo de autonomía y libertad, pero, al menos, durante dos años demostraron a los nobles que no saldrían impunes de sus abusos y fechorías. Por otra parte, los tiempos estaban cambiando y el antiguo poderío feudal de estos señores y caballeros no duraría mucho, ya que el triunfo de Isabel en la guerra de sucesión iba a suponer la sumisión de la nobleza peninsular a los intereses de la nueva concepción del Estado Moderno centralizado de los Reyes Católicos.

_Héctor J. Castro

Nacido en Ferrol, profesor de lengua inglesa y novelista. Su pasión por la Historia lo ha llevado también al modelismo de escenas bélicas, en el que ha conseguido varios premios de pintura y escenografía. En 2016 publicó el primer volumen de su trilogía El Siglo de Acero.
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