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16 de mayo de 1509, la conquista de Orán

Una de las grandes campañas norteafricanas de la monarquía hispánica, permítanme pues un par de licencias literarias (en los diálogos)

El viejo Cisneros miró al infinito y resolvió al fin el problema.

—Está bien —murmuró. —No será el dinero un obstáculo para esta empresa.

El todopoderoso arzobispo de Toledo había tomado una decisión, y cuando él las tomaba no había vuelta atrás.

Firme en su propósito de dominar la costa de Berbería, no sin cierto interés personal, el cardenal Cisneros había convencido al rey Fernando para armar un ejército en el puerto de Cartagena.

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Invadir Tlemecén

Aunque las noticias de la viabilidad de la invasión del reino de Tlemecén llegaban a la corte de forma habitual, el aflojar presupuesto no lo veía de buen grado el monarca aragonés. Su tacañería era famosa, y demostrada en incontables ocasiones. Isabel, que había fallecido 5 años antes, no hubiera puesto tanta traba, ya lo demostró con la inversión en las campañas colombinas.

Cuando Cisneros planteó su intención de conquistar la plaza de Orán como si de una auténtica Cruzada se tratase; Fernando lo único que alegaba era que no tenía dinero. El cardenal fue quien lo anticipó, no sin antes firmar unas capitulaciones que se conservan en el Archivo de Simancas:

Que todo lo que se cobrare devolviere e oviere de la dicha Cruzada é susidio que está mandado cobrar así en estos Reinos de Castila como en todos mis Reinos é Señoríos se vos dará y pagará realmente é con efecto todo lo que así hobiéredes dado y gastado de lo primero que se cobrare y recibiere después de pagados los bastimentos é provisiones.

Otro sí, que yo procuraré con nuestro muy Sancto padre que todo lo que se tomare é ganare del reino de Tremecen sea en lo especial sufragáneo de la Iglesia de Toledo…”

Fernando el Católico
Fernando el Católico

Era un buen trato, Cisneros se aseguraba así la devolución del dinero anticipado o lo se quedaría con los territorios conquistados, pasando a pertenecer a la diócesis de Toledo, con lo que la archidiócesis primada sería la más poderosa de la cristiandad.

Las tropas se reúnen en Cartagena

A principios de 1509, comenzaron a reunirse en el puerto de Cartagena las tropas que iban a tomar parte en la expedición y las naves destinadas a su transporte.

El mando del contingente se le confió al conde Pedro Navarro, llevando bajo su mando a los capitanes Gonzalo de Ayora, Jerónimo Vianelo, Diego de Vera y García Villarroel; todos los cuales eran veteranos guerreros que habían combatido tanto en las campañas peninsulares como en Italia.

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El tapiz de Carlos V pasando revista a las tropas, de Vermeyen en 1548, podría ser un buen ejemplo de un embarque de ejércitos en el siglo XVI.

El ejército era un tumulto de gentes llegadas de todas partes, tanto castellanos como aragoneses e italianos. No reinaba muy buena armonía y los días se hacían interminables con los frecuentes actos de insubordinación. Especialmente los italianos que decían:

Que era cosa chistosa lo que pasaba en España, que un arzobispo de Toledo quisiese hacer la guerra, en tanto que Gonzalo de Córdoba, el Gran Capitán, se entretenía en rezar rosarios

A relajar la disciplina no solo contribuyó la tropa italiana, sino que la conducta de Pedro Navarro y algunos de sus capitanes, mostrando públicamente el desagrado con el que aceptaban —o más bien no aceptaban— la autoridad del viejo cardenal sobre ellos.

Cisneros, astuto e inteligente, supo ganarse el respeto y subordinación de la tropa mandando castigar con dureza a los más levantiscos, y pagándoles a los demás sus soldadas con puntualidad.

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Una vez completado el ejército, cargados víveres, municiones y bien abastecida la escuadra de todo cuanto necesitase, soltó amarras del puerto de Cartagena el 16 de mayo de 1509.

16 de mayo de 1509, zarpa el contingente

Eran 10 galeras y 80 buques de transporte con 14.000 hombres de desembarco, fondeando al siguiente día en las inmediaciones del puerto de Mazalquivir.

Aunque el sultán ziyánida de Tlemecen tenían noticias de la expedición y se estaba preparado para hacer frente a la invasión, aunque aquella noche encendieron numerosas hogueras pidiendo auxilio a los reinos vecinos, con los que curiosamente siempre había estado en guerra (hafsíes, meriníes o los benimeríes de Fez).

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Galeras Españolas siglo XVI

La toma de Mazalquivir

Tan pronto como las tropas comenzaron a saltar a tierra, la orden del cardenal era clara: tomar la altura que existe entre Orán y Mazalquivir. Era una posición importante desde la cual, si el enemigo la tomase, podría dificultarles seriamente el avance.

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Una vez dominada la altura, formó todo el contingente. Montó Cisneros en una mula; vestía sus hábitos pontificales ciñendo sobre ellos una recia espada de combate, a su alrededor clérigos y frailes, entre los que destacaba el franciscano Fray Fernando que montaba un corcel blanco, con espada ceñida al lado y llevando en mano el estandarte del arzobispo.

La arenga de Cisneros a los soldados

Vexilla Regis Prodeunt. “Avanzan ya los pendones del Rey…” Ese era el himno que entonaron los clérigos ante los soldados aquella mañana en el norte de África. Himno que precedió a las palabras de Cisneros, que se había subido a un repecho cercano.

—¡Soldados! —dijo con viva voz — Combatid con valor. Aquellos, son los enemigos de la cristiandad, que no contentos con haber avasallado nuestros reinos durante tantos años, piensan en volver a dominarlos. — el conde, Pedro Navarro escuchaba atento las palabras del viejo Cardenal, asintiendo con la cabeza —Recordad a los corsarios berberiscos que asolan nuestras costas

¿Cuántos hermanos cautivos tendrán en las mazmorras de Orán? Son nuestros hermanos… —el cardenal hizo una pausa —¡Vamos a liberarlos! — los soldados, contagiados por la pasión de las palabras de Cisneros comenzaron a gritar.

El cardenal bajó del repecho y se paseó por delante de las formaciones, seguido de su porta estandarte y a lomos de su mula. Se dirigió a Navarro, que se encontraba rodeado por sus capitanes.

—Yo iré el primero —le dijo el cardenal a Navarro —me sobra aliento para plantar en medio de las huestes enemigas esta cruz — señaló su estandarte y miró de nuevo hacia las tropas. —Tendré por dichoso de pelear y morir entre vosotros, como muchos de mis predecesores lo han hecho — gritó.

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Tal discurso pronunciado por un anciano sacerdote enardeció el valor de los soldados e infundió un gran respeto en los oficiales. Navarro ordenó romper las formaciones y terminar de descargar la artillería y todo el material, mientras se alejaba con el cardenal.

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—Le ruego eminencia —dijo Navarro a Cisneros —que no ponga en peligro su vida, pues de lo contrario, muchos pondrán sus ojos en que no le pase nada y podría comprometer el resultado de la lucha. Ya ha hecho mucho.

Se miraron fijamente. Cisneros asintió; era un hombre sabio —Rezaré pues don Pedro. Confío el mando del ejército en usted. —Y viró su mula para dirigirse a Mazalquivir —estaré en la capilla de San Miguel

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Cisneros y su séquito en las costas africanas

Comienza el ataque al grito de “¡Santiago!”

Se aproximaba la noche, los observadores corrieron a la tienda del conde. Los ziyánidas se estaba aproximando y estaban comenzando a tomar posiciones en las lomas cercanas. Orán estaba a 6000 metros de su posición. Estaba claro que planeaban emboscarlos durante la noche cerrada.

—Buscad a un capitán —dijo Navarro muy serio —decidle que coja el corcel más rápido y parta en busca del consejo de Cisneros. Está en la capilla de Mazalquivir.

—Don Pedro… —dijo uno de los soldados —¿Qué mensaje debe llevar el capitán al prelado?

El conde levantó la vista y dijo:

—Si hacemos sonar las trompetas sin más espera.

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Poco tardó el capitán en llevar la cuestión al cardenal, igual que poco tardó en regresar con sus palabras al conde. Las palabras de Cisneros fueron:

— No dejéis enfriar el ardor de los soldados. Atacad al enemigo sin dilación, sin miedo, porque estoy cierto que vais a ganar hoy una gran victoria.

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Cardenal Cisneros. Eugenio Caxés (1605).
Al fondo de la escena se representa el asalto a unas murallas, sin duda las de Orán.

Acto seguido sonaron las trompetas dando la señal de ataque, y se dividido en cuatro cuerpos a la vez que la artillería rompía el fuego. El ejército avanzó, con un grito al unísono:

¡Santiago!

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¡Alcarreños en vanguardia!

Sin vacilar un instante, los españoles treparon por las escabrosas laderas de las montañas. Los ziyánidas disparaban sobre ellos nubes de flechas y disparos de espingardas, incluso les tiraban piedras. Causaron bastantes bajas por su posición elevada, pero sin lograr detenerlos.

En vanguardia, el capitán Luís Contreras con sus fieles hombres, todos llegados de Guadalajara, que sembraron muerte y espanto entre los oraneses. Contreras era tuerto, y uno de esos capitanes que ya no quedan, no porque ya no los haya, sino porque siempre caían los primeros, y así fue; el capitán fue alcanzado por una flecha, hallando gloriosa muerte en combate, y su cadáver fue capturado.

fragmento de la fuente original donde se cita la decapitación del capitán Contreras
fragmento de la fuente original donde se cita la decapitación del capitán Contreras

Cortaron la cabeza de Luis Contreras y corrieron a enseñarla por la calles de Orán, se formó una procesión tras el soldado que la portaba, la gente lanzaba gritos de júbilo y se pregonaba que habían dado muerte al alfaquí de los cristianos, es decir, Cisneros. La turba se dirigió a las cárceles, en donde estaban los cautivos. Enseñaron el despojo a los mismos. Un morisco que había vivido en el reino de Aragón hacía de intérprete del soldado ziyánida:

— ¿Es vuestro alfaquí? ¿El que trajo a nuestra tierra hoy la cruz de vuestro profeta?

Nadie respondía, es más, nadie parecía reconocer a Cisneros en ese mortuorio rostro desencajado.

—Cisneros no es tuerto —dijo un anciano que se sentaba al fondo de la mazmorra —No es tuerto ni tan joven, yo lo conozco.

La cara del morisco le delató. No hizo falta traducción de sus palabras. No era el alfaquí. Su júbilo se trocó en tristeza, pero aun fue peor; una mujer que se había acercado hasta donde estaba la cabeza, al oír como hablaba el morisco con el soldado diciendo que no era el alfaquí gritó:

— ¡Todo está perdido! El primer cristiano muerto es falto de un ojo. Es mal augurio.

Con este incidente los ánimos de los defensores menguaron considerablemente, Alá había enviado su señal. No se pueden cambiar sus designios.

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El avance continuaba, Navarro colocó cuatro piezas de artillería que fulminaron las pocas alturas que defendían los defensores de la plaza. Fue el comienzo de la estampida hacia Orán.

Los de Guadalajara, que habían perdido a su capitán, entraron en un furioso frenesí tras no poder impedir la mutilación de Contreras. Acuchillaron a todo el que podían dar alcance y salieron en desbandada persiguiendo la retirada del enemigo.

La importancia de la artillería naval española

Así, se fueron desordenando las filas españolas en persecución de las contrarias. De repente sonaron los cañonazos de la Armada. Cañonazos de los más afortunados de la historia naval de nuestros reinos, todos hicieron blanco, y cada uno destrozó las baterías defensivas más peligrosas de las defensas costeras. Esto facilitó el desembarco de las tropas por el flanco marino y comenzó el asalto de la ciudad.

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CONQUISTA DE ORÁN, POR J.DONON (1854)

Después de reñida lucha, lograron los españoles escalar los muros de la plaza, siendo el primero en plantar en ellos la bandera el capitán Sosa, de la guardia del cardenal; casi simultáneamente aparecieron en otros puntos seis estandartes más.

Dueños los hispanos de las puertas, las abrieron, y el resto de las tropas penetró en la ciudad. La noche acababa de caer, la luna, estandarte musulmán, no brillaba esa noche como lo hizo en noches pasadas. Los ziyánidas, despavoridos, corrieron a encerrarse en las mezquitas y en algunas casas, fortificándolas para seguir defendiéndose.

Saqueo, furia y muerte en Orán

El asalto de la ciudad fue incontrolable, el frenesí del combate salió del control de Navarro y sus capitanes. Saqueo, furia y muerte.

— ¡Deteneos! —Gritaba el conde sobre su corcel en la puerta de Orán —¡Están llegando refuerzos moros!

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Solamente unos pocos soldados oyeron sus advertencias, estaban desorganizados, y el rey de Tlemecén estaba en camino con un ejército, había que organizar las defensas de la ciudad. Pero los soldados estaban sordos a la voz de sus mandos. Hasta que el cansancio agotó sus fuerzas y horas después se quedaron dormidos entre los restos del saqueo y los muertos de la ciudad.

La fortuna quiso que Banu Zayan, el rey de Tlemecén; que observaba el asalto a la ciudad desde unas montañas próximas, no tratase de recuperar la ciudad. Quizás la hubiera recuperado, porque solamente un pequeño grupo de soldados velaban los accesos. En vez de eso, se retiró lleno de desesperación y de odio.

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La mañana tras la conquista

Al amanecer el nuevo día, volvieron las tropas a la obediencia y Navarro dio la orden de limpiar de cadáveres la ciudad, recoger los escombros y quitar las inmundicias y restos que apestaban la atmósfera. Cisneros no podía ver esta masacre.

— Villarroel —dijo el conde dirigiéndose a uno de sus capitanes —cuando la ciudad esté presentable acuda con uno de los barcos a Mazalquivir para anunciar a Cisneros que acuda para tomar posesión de la ciudad. —Villarroel asintió y se retiró con sus dos escuderos.

Al día siguiente determinó Villarroel que la ciudad estaba lista para serle presentada al cardenal y se presentó en Mazalquivir solicitando el embarque de Cisneros en la galera, junto a sus sacerdotes y religiosos.

Mientras ponían rumbo al cercano Orán se podían ver en los altos minaretes de las mezquitas los estandartes cristianos, algo que llenó de orgullo al cardenal. Al bajar a puerto eran muchos los que habían acudido a recibirlo, entre gritos de júbilo y aclamándole.

— Vos señor, sois el que ha vencido — le dijo Villarroel mientras observaban juntos los estandartes sobre las murallas. El prelado respondió:

Non domine nobis, sed nomini tuo da gloriam… —eran unas antiguas palabras que Villarroel reconoció enseguida; y esbozó una sonrisa sobre su ruda cara de guerrero.

Las llaves de Orán

Navarro entregó a Cisneros las llaves de la fortaleza, y el botín cogido en la ciudad, que ascendía a una cantidad considerable. El cardenal no quiso nada para sí, no necesitaba el dinero, y dispuso se guardase el oro en las partes correspondientes para el rey y para el sostenimiento de la tropa.

Cisneros pidió a Navarro que le condujera a las mazmorras en donde estaban más de 300 cautivos cristianos, a los cuales ya habían retirado las cadenas, pero que no liberaron hasta la llegada del arzobispo. Quería hacerlo en personal

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Tras esto recorrió a caballo el recinto de la ciudad, ordenando la restauración de las brechas. Purificó dos mezquitas, una la consagró al apóstol Santiago y otra a la Virgen de la Victoria. Ordenó construir un hospital y varios conventos y ordenó al capitán Fernando de Vera partir hacia la corte para dar la novedad al rey del éxito de la empresa.

— Querido conde, habéis obrado bien — dijo Cisneros mientras entraba en los aposentos de Navarro — tenemos más planes, este reino es débil y debemos tomar sus otras ciudades.

Navarro, que estaba sentado leyendo una carta, levantó su mirada y dijo:

— Santidad… yo no…

—Calle don Pedro, es usted un conde valiente y hábil caudillo. Ya demostró su valor y ciencia militar en las campañas de Italia junto al Gran Capitán, y ahora aquí. Usted y yo juntos lograremos tomar otras…

—Basta —interrumpió Navarro —Le respeto santidad pero es necesario que sepa que yo me debo a mi rey. Y mi rey ha tomado esta ciudad, ha sido el nombre del Rey Católico el que se ha usado en su toma, no el suyo. —Cisneros no se sorprendió de sus palabras —Vuelva a su diócesis a recoger los aplausos de su victoria y todo lo demás se hará en nombre del rey Fernando.

—Entiendo, me iré a cuidar de mis ovejas… ¿Usted sabe cuántas veces he oído la misma monserga? —Cisneros lo miró fijamente hasta que Navarro bajó la mirada

El conde se incorporó, alargó la mano y le entregó la carta que estaba leyendo, volvió la espalda al cardenal y se retiró de la habitación.

Pedro Navarro
Pedro Navarro

Era una epístola de puño y letra del rey Fernando:

Detened a ese buen hombre, que no vuelva tan aprisa a España, conviene usar de su persona y dinero entre tanto se pueda.

Detenedle, si podéis, en Orán y pensad si podéis en alguna interpresa.

Firma de Fernando II de Aragón.
Firma de Fernando II de Aragón.

Las maquiavélicas intenciones del rey Fernando

Navarro le estaba haciendo un favor pidiéndole su huída, era un gran hombre. No traicionaba a su rey y tampoco a su honor.

Sabía Cisneros que el monarca codiciaba la mitra de Toledo para su hijo, y como Fernando nunca se distinguió por la nobleza de su proceder, confiando el mando de las tropas y buques a Pedro Navarro, regresó a España el 23 de mayo de 1509, no trayendo consigo, aparte de su séquito, algunos esclavos con camellos que cargados de piezas de oro y plata, como parte del botín correspondiente al rey, y bastantes libros y pergaminos en árabe que tratan de medicina y astronomía, con destino a la biblioteca de Alcalá de Henares.

Llegó a la corte con las cuentas de los gastos de la expedición, según lo acordado, para le fueran devueltos. Entregó todo el botín al tesorero real, exceptuando las curiosidades con destino a la biblioteca de Alcalá; y solicitó el resarcimiento de lo siguiente:

  • Flete de navíos > 5.957, 930 maravedís
  • Sueldo de gente de á pie > 9.836, 276 1/2
  • Sueldo de gente de á caballo > 906, 079 1/2
  • A personas particulares que han de dar en ello cuanta al rey > 5.797, 428 1/2
  • TOTAL  22.557, 515 1/2 maravedís
Fernando el Católico
Fernando el Católico

A los que hubo de añadir 8.102,324 maravedís que se gastaron en mantener el ejército en Orán, hasta que Pedro Navarro salió con él sobre Bujía, lo que arrojaba un total de 30.659, 839 1/2 maravedís.

Maravedís. Burgos, 1497
Maravedís. Burgos, 1497

En vez de cumplir su palabra, seguía el rey buscando pretextos. Obligó a sus cortesanos a que lo acusaran de haberse quedado con parte del botín, para utilizarlo como excusa a fin de enviar un comisario regio para que viese si en sus posesiones había cosas de valor procedentes del saqueo de Orán; despachó comisionados a las poblaciones de la diócesis de Toledo con orden de obligar al cardenal entregase esclavos y cuantos objetos hubiesen traído de la ciudad conquistada.

Después de sufrir muchas humillaciones, y a fuerza de paciencia, logró Cisneros que el rey Fernando el Católico diese orden para que le pagasen.

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Fuentes:

Roxo, Geronimo (1732) “Rasgo épico de la conquista de Oran”

Bua, Nicolás -impressor del S. Officio de la Inquisicion- (1653) “Archetypo de virtudes. Espexo de prelados el venerable padre, y sieruo de Dios F. Francisco Ximenez de Cisneros. (…) Por el principal Colegio Mayor de S. Ildefonso Vniuersidad de Alcalà de Henares(…)

Lafuente, Modesto (1853) “Historia general de España, desde los tiempos mas remotos hasta (…)” -Volumen 10- 

Quintana, Manuel José (1830) “Poesías selectas Castellanas desde el tiempo de Juan de Mena (…)” -Volumen 4-

Navarro y Rodrigo, Carlos (1869) “El Cardenal Cisneros. Estudio biográfico”

Sánchez Doncel, Gregorio (1991) “Presencia de España en Orán, 1509-1792”

Suárez, Diego (1885 – Ed 2005) ” Historia del maestre último que fue de Montesa y de su hermano don Felipe de Borjala manera como gobernaron las memorables plazas de Orán y Mazalquivir, reinos de Tremecén y Ténez en África, siendo allí capitanes generales, uno en pos del otro, como aquí se narra”

Miguel Ángel Ferreiro

Militar de carrera, autor de "La Segunda Columna" (Ed.Edaf), director de este proyecto e Historiador del Arte (UNED). Entre África y Europa, como el Mediterráneo.
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