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Diálogo (de papel) entre Lorquito y Salvadorsito

Nadie puede vivir otras vidas distintas de la que ha vivido. Las circunstancias son las que son, el camino está trazado, sólo hay que seguirlo ajustando el cuerpo al molde en el que encaja. Nadie… excepto algunos seres extraordinarios con los que esta mañana fría de invierno me senté a conversar a la orilla del mar, transportándome de inmediato al plácido atardecer de una alocada primavera de 1925.

Lorca Dali
Playa de Es Sortell, Cadaqués. Fotografías tomadas por el autor.

Sin duda, Federico García Lorca y Salvador Dalí, fueron dos de estos seres extraordinarios. Ellos son mis contertulios.

Cadaqués. Allí donde “los montes Pirineos llegan al mar en un grandioso delirio geológico”*. El Mediterráneo susurra con su lento romper de olas en una pequeña playita que queda un poco a trasmano. Repleta de rocas y de apenas unos metros de largo, imagino que en una como ésta, Salvador Dalí, mucho antes de que supiese ni siquiera que era Salvador Dalí, atendía a las lecciones a su profesor de pintura: “he vivido aprendiendo siempre de mi maestro de estética que es Cadaqués” –le escribía en 1926 a su amigo Luis Buñuel, en una de esas cartas que luego se convertirían en prodigiosos sueños cinematográficos en Un perro andaluz– “y es difícil, porque Cadaqués habla muy poco, pero cuando habla, habla en griego”.

Si mucho o poco habló, eso nunca lo sabremos. Sin embargo, lo cierto es que “Salvadorsito”, como lo llamaba Federico, le devolvió a Cadaqués con creces lo que ésta que la había prestado. Cadaqués fue su musa, más aun que su hermana Anna Maria, que Gala, que el propio García Lorca, o la hermana de su amigo de la infancia Pepito Pichot. Y así se convirtió en óleo, en densos cúmulos de colores impresionistas.

Lorca Dali
‘Autorretrato con cuello rafaelesco’. 1920-21. Óleo sobre lienzo, 41,5 x 53 cm. Fuente de la imagen: Fundación Gala-Salvador Dalí.

Sus autorretratos de los años 20, cuando se vestía y peinaba como el renacentista Rafael Sanzio, describen una posición exacta, un punto de vista que, soñado a través de la pintura, yo no dudo en ir a buscar. Pongo rumbo sureste, salgo del blanqueado laberinto que desciende desde el templo-fortaleza de Cadaqués hasta la orilla del mar. Con esta caída por la ladera, el pueblecito restituye al Mediterráneo lo que por allí llegó desde tiempos inmemoriales: alimento, vida, la cultura griega y luego la romana, que llegaron desde la mar a la cercana Empùries… Este es el misterio que Cadaqués murmura en silencio tras las paredes inmaculadas de sus calles durante el invierno, cuando incluso el museo Dalí está cerrado y los domingueros no son sino una lejana anécdota, una broma de mal gusto que olvidar. Cadaqués resiste, sobria, estoica, al fuerte viento de Tramontana… esperando a que lleguen días mejores.

En esos días pensativos es posible orientarse sobre el plano con tal de encontrar la perspectiva de los cuadros que dan cuenta del lugar al que la familia Pichot convidaba desde 1908 a sus amigos, los Dalí, a pasar largas temporadas. Y donde luego el muchacho instaló su taller. Pintar. Pintar. Pintar. Eran aquellos unos terrenos adquiridos en la zona de levante de la bahía: Es Sortell. Según los biógrafos del artista, cuando en las noches más tranquilas de verano se producía el fenómeno que los lugareños llaman la calma blanca, cuando Cadaqués se refleja en el mar iluminado por la luz de la Luna, sobre el doble perfecto y fantasmal del aguaespejo, echaban a navegar una barca con un gran piano dentro.

Una imagen maravillosa que de pronto se impone en mi mente como alternativa a esta realidad invernal. Un piano fantasma, un holandés errante bajo la Luna cruzada por nubes, como la de los cuadros de Mantegna. Como el ojo cortado por una navaja de Un perro andaluz. “La luna vino a la fragua/ con su polisón de nardos./ El niño la mira mira./ El niño la está mirando”, como en el romance así titulado de García Lorca. ¿Por qué no mirar en lo sucesivo a través de la mirada de ese niño?

 

Tal vez guiado por el eco lejano de un piano (o de la voz de un poeta) allí tomé unas fotografías. Luego las examiné con cuidado. Sólo entonces, unos metros antes de llegar a Es Sortell, reconocí una de esas imágenes que describen un misterio olvidado, abonando espacio de sobra para todo tipo de especulaciones: la estancia de Federico García Lorca en Cadaqués durante la Semana Santa de 1925. Las formas triangulares de aquel edificio de fondo no dejaban lugar a dudas: éste era el lugar en donde una mesa congregó a los dos enfant terribles de las letras y de los pinceles de La Edad de Plata.

Imagino un posible diálogo entre ambos; banquete al que me invitan a participar sentándome con ellos. Llevan año y medio sin verse, desde que Salvador había dejado la Residencia de Estudiantes, expulsado de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Ambos han cambiado mucho en ese periodo: las calaveradas de los amigos en las noches madrileñas han dado paso a muchas palabras, acaso las de Mariana Pineda, que Federico recita en Figueras el 5 de abril de 1925 y también el 13 en Barcelona; Dalí en cambio ensaya entre el cubismo y el realismo más preciso con sus p¡celes. Dalí duda, se debate entre los estilos que bullen en su cabeza. Dalí no es todavía Dalí. Nada más llegar, aquí,

“el almuerzo se sirvió en la terraza, bajo la sombra de un frondoso eucalipto, a pocos metros del mar. A los postres éramos tan amigos como si desde siempre nos hubiéramos conocido.”**

Un diálogo delirante, explosivo, gamberro, carnavalesco… ¡Chinito! ¡Lorquito!, le increpa “Salvadorsito” a su amigo entre carcajadas. Más metáforas que palabras en sus declaraciones; y muchos, muchos anaglifos, la moda rabiosa de sus años de estudiantes en el madrileño alto de los álamos, cuando fueron ávidos lectores de Apollinaire. El juego de los anaglifos consistía en improvisar versos. En cada verso un sustantivo cualquiera, a condición de que el tercero fuera la gallina; y el cuarto, en cambio otro distinto. Paradójico, imposible, con unas condiciones sintácticas, fonéticas y metafísicas (si se quiere) que ponen de manifiesto el absurdo del lenguaje. Es la celebración de la palabra poética, que lo es todo y no es nada. Es un juego, como éste también lo es. Y en eso Lorca es el maestro, sin lugar a dudas:

La tonta,

la tonta,

la gallina

y por ahí debe andar alguna mosca…

Guillermo de Torre,

Guillermo de Torre,

la gallina

y por ahí debe andar algún enjambre…

Cuando se trata de delirar es difícil saber cuál de los dos, Federico o Salvador, lleva la delantera. Luego Lorca se hizo el muerto, macabro juego que enseguida Salvador convierte en un boceto para un cuadro, mientras su hermana Anna Maria toma una fotografía que Ian Gibson incluye en su biografía del pintor: “Lorca haciendo el muerto en Cadaqués”***. Tocaron el piano, proyectaron un libro que nunca se llegó a publicar, El libro de los putrefactos. Federico alabó la “voz aceitunada” y “las ansias de eterno limitado” de su amigo, abrumándolo sin duda, haciéndole sentir un terror estremecedor; palabras que luego se convertirían en la Oda a Salvador Dalí:

“Canto tu bello esfuerzo de luces catalanas,

tu amor a lo que tiene explicación posible.

Canto tu corazón astronómico y tierno,

de baraja francesa y sin ninguna herida.

Canto el ansia de estatua que persigues sin tregua,

el miedo a la emoción que te aguarda en la calle.

Canto la sirenita de mar que te canta

montada en bicicleta de corales y conchas.

Ante todo canto un común pensamiento

que nos une en las horas obscuras y doradas.

No es el Arte la luz que nos ciega los ojos.

Es primero el amor, la amistad o la esgrima.”

Lorca, tan católico; Dalí, tan blasfemo. Dos polos opuestos que, a pesar de todo, sienten una irresistible atracción mutua. La conversación se convierte en tinta, la tinta cae gota a gota marcando el papel como las lágrimas de San Sebastián sobre las rocas del Cap de Creus. El papel vuela alto. Planea como loco arrastrado por el viento de Tramontana en dirección a Mallorca. El mensaje dentro de una botella de vino française recala ante los esqueletos de tres arzobispos mallorquines, que esperan en una playa virgen desde el siglo I para protagonizar la fundación de Roma.

Pero Roma ya estaba fundada. Un piano de cola cae por la ventana al lado de los prelados, junto a un árbol de Navidad ardiendo y la antología menendezpidaliana. Con el impulso de este estruendo, el mensaje llega a Granada. ¡Y olé!. Luego retorna y se malinterpreta, como en el teléfono estropeado. Muy mal, muy mal: J’accuse!, le escribió el propio Dalí a Ian Gibson, afeándole a su biógrafo que tratase su romance lorquiano en Cadaqués como una “edulcorada novela rosa”. Porque ese romance literario, apasionado, imposible, surreal, irreal, se hizo Arte… La carta se rompe, se vuelve pintura en un óleo enmarcado; o bien se convierte en el libro muerto que yo, hoy, devuelvo al mar en Es Sortell, imaginando este diálogo tan poco histórico como la “santa objetividad” de los pinceles de Dalí.

Y así esta conversación se prolonga durante la madrugada… Se vuelve infinita. Como queriendo que nunca se acabe:

“Escríbeme enseguida

Enseguida

Enseguida

Enseguidita.”****

Lorca Dali
Fuente: Biblioteca de la Universidad Politécnica de Madrid.

“Tenemos que no hablar tanto juntos”. Esto es un delirio, aquí no se entiende nada. Dalí me dice que piensa quedarse a vivir en Cadaqués. Lo haría muchos años después en la cercana playa de Port-Lligat, con Gala, quien sí fue el gran amor de su vida. Federico volvió a Granada. Luego escribió, escribió, escribió, enamorado de la tinta y del papel… “contra todo y contra todos”, rompiendo los moldes y buscando otras vidas de las que a aquellos niños-bien les había tocado en gracia vivir por derecho de cuna. Burgués también se nace, lo mismo que aristócrata. Genio y enamorado, en cambio, no. Y eso le costó la vida a Lorquito.

Federico quizás sueña enterrado en algún lugar de la carretera de Alfácar con todos aquellos recuerdos. Soñando el sueño que escribió en Barcelona, el 31 de julio de 1927, cuando en el Cafè de la Rambla le escribía a su admirado y deseado “Salvadorsito” una última declaración de apasionada locura, después de su segunda (y última) visita a la Costa Brava:

Mi querido salvador: cuando arrancò el automòvil, la oca empezò a graznar y a decirme cosas del Duomo de milàn. Yo estuve a punto de tirarme del coche para quedarme contigo (contiguito) en Cadaquès, pero me detenìa el expresivo reloj pulsera de Pepe y la nariz de pepe que echaba en la mañana al baño de marìa de Parìs un canalito de sangre clara duro en su cara lastimosa.

Al despedirme de los Qucurucuchs en el recodo de la carretera, te he visto pequeño comièndote una manecita roja con aceite y utilizando un pequeño tenedor de yeso que te sacabas de los ojos. Todo con una ternura de pollo recièn salido del cascaròn y tiu tiu y de pirriti mano. ¡Ay! Ahora sudo y sufro un calor insoportable. Cadaquès tiene la alegrìa y la permanencia de belleza neutra del sitio donde ha nacido Venus… pero ya no se recuerda. Va hacia la belleza pura.

Vivir mil vidas, a pesar de las circunstancias. Olvidarlas todas… y mentir; mentir como cosacos para encontrar algo de poesía en este mundo tan venido a menos. No encajar en los moldes, tener siete vidas. Como las de los gatos de Cadaqués que me interrogan con la mirada desde cualquier rincón. Mirada insolente que, a la manera de Dalí, esos gatos lanzan… “¡contra todo y contra todos!”.

Notas:

*De La vida secreta de Salvador Dalí.

** De Salvador Dalí visto por su hermana.

*** De Dalí joven. Dalí genial.

**** Casi como un anaglifo, Dalí escribe a Lorca postales en rancios colores azulados. En Querido Salvador, querido Lorquito. Epistolario 1925-1936.


Fuentes:

  • Dalí, Anna Maria (1949). Salvador Dalí visto por su hermana. Barcelona: Juventud.
  • Dalí, Salvador (2003). Textos autobiográficos. Vol. I: Un diario (1919-1920), La vida secreta de Salvador Dalí y Diario de un genio. Con prólogo de Félix Fanés. Barcelona: Destino.
  • Fernández, Víctor (ed.) (2013). Querido Salvador, querido Lorquito. Epistolario 1925-1936. Madrid: Elba.
  • Gibson, Ian (1999). Lorca-Dalí. El amor que no pudo ser. Barcelona: Plaza y Janés.
  • Gibson, Ian (2013). Luis Buñuel. La forja de un cineasta universal, 1900-1938. Madrid: Aguilar.
  • Gibson, Ian (2004). Dalí joven. Dalí genial. Madrid: Aguilar.
  • Mainer, José Carlos (2016). La edad de Plata (1902-1939). Ensayo de interpretación de un proceso cultural. Madrid: Cátedra.
  • VV.AA. (2002). Antología comentada de la Generación del 27. Con prólogo de Víctor García de la Concha. Madrid: Espasa.

_Manuel Broullón

Doctor en Literatura y Comunicación de la Universidad de Sevilla. "Flâneur" a lo largo y ancho del mundo. A ratos docente, a ratos cuento historias.
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